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La personalidad fuera del tiempo. Don Luis Domínguez Martín: «El Vaquito»

La personalidad fuera del tiempo. Don Luis Domínguez Martín: «El Vaquito»

Hoy traemos a la galería de personajes de Osuna, una singularidad como sólo las produce este tratado de sociología que es nuestro pueblo. Intentaré dar alguna pincelada sobre nuestro hombre, que unida a alguna de sus muchas anécdotas, sea capaz de retratarlo.

Era corpulento, fornido, incluso de viejo, lo que te hacía suponer que de joven no sería agradable “tropezar” con él, cosa por demás improbable, dado su carácter afable, que unido a una inteligencia natural y un sentido del humor extraordinarios, le conferían una de las personalidades más atractivas que imaginarse pueda. Hasta tal punto sería fuerte nuestro hombre, que una de las anécdotas que circulaban sobre él, versa sobre la… ¡lucha contra una osa! Debió ser por los principios de los años cuarenta y en la feria de Osuna, en que hubo unos feriantes callejeros que llevaban una osa amaestrada llamada “Margarita”, y la atracción consistía en retar a los mozos que se sintieran valientes y capaces de luchar contra la tal osa. ¿Quién se atreve a luchar contra la osa “Margarita”? gritaba el feriante. Por lo visto, “El Vaquito” que andaba de mirón en el entorno de la trupe, ataviado con su trajecito nuevo para la feria, recibió accidentalmente una garfiñada de la osa, que le “arregló” la chaqueta, no sólo para la feria, sino para siempre. La reacción no se hizo esperar, y al grito de: ¡Ya te peiste, osa Margarita! le dio tal o tales castañazos, que el pobre feriante tuvo que trasladar la atracción. Imagino que esto tendrá su carga de leyenda. Pero todas las leyendas tienen un fondo histórico.

Gustaba D. Luis de hacerse el bruto, haciendo gala de una socarronería como para dejar en pañales al gallego más apretado, empleando en su discurso tal juego de imágenes, metáforas y comparaciones ingeniosas, todas cargadas de humor y doble sentido, que le hacían un conversador inigualable, al mismo tiempo que podía “sentar de culo” al enterado que se equivocase. Tenía para el rico y para el pobre; para el tonto y para el listo; para el ignorante y para el ilustrado; para el viejo y para el joven… ¡Lidiaba todos los toros! Claro está que prefería su círculo, pero en todos los círculos en que estuviera, el centro era él.

Vestía sombrero o mascota de ala ancha. Traje por lo general gris con chaleco, entre cuyos bolsillos se cruzaba la cadena de un gran reloj que tenía una particularidad: ¡Siempre estaba parado! Si alguien le hacía la observación del reloj parado, D. Luis contestaba que él comía cuando tenía hambre, dormía cuando tenía sueño y entraba y salía cuando le daba la gana. En resumen: que él no andaba por horas.

Era conocido en todas partes, y lo que menos podía imaginar es que alguien le pidiera la documentación. Pero hubo una ocasión en que se la pidieron… y vean cómo resolvió: Fue un invierno en Madrid, ya bien mayor, al alojarse en un hotel junto a un grupo de gente de Osuna. El recepcionista muy educadamente le preguntó: Por favor, ¿tiene algún tipo de documentación?, ante lo cual D. Luis se abrió la pelliza y le mostró varios “tacos” que asomaban por los filos de los bolsillos interiores de la misma, al mismo tiempo que le contestaba con otra pregunta: ¿Es suficiente con ésta? “Tranquilo amigo, con esa documentación llega Vd. a todas partes”, le dijo el recepcionista. Ése era “el Vaquito”.

Su juventud la había pasado trajinando de arriba para abajo con sus carros y sus tratos, llevando carga de un sitio a otro, comprando, vendiendo o cambiando, como buen buscavida que era, y fue en una de esas “excursiones” cuando le ocurrió la anécdota del chulo de El Rubio.

Estaba nuestro hombre sentado en un bar de esta cercana población, haciendo tiempo hasta coger el autobús de “José El Correo”, que hacía el servicio hasta Osuna. Al parecer había estado toda la noche de tratos y de copas, cuando de pronto irrumpió en el local un individuo grandullón, ante cuya presencia los presentes se pusieron de pie excepto nuestro D. Luis que estaba en lo suyo, y al levantar la cabeza observa que el ciudadano se dirigía a él con tono autoritario y estas palabras: -¿Tu no sabes que yo soy Madruga, y que cuando Madruga entra, todo el mundo se pone de pie? Al ver el tono y la actitud del individuo, “El Vaquito” se levantó y le contestó: Pues mira, si tu eres Madruga yo todavía no me he acostado. Más tarde aclaraba D. Luis: “No le di na más que una h…, al día siguiente le pegaban hasta los niños chicos”. “Es que yo no sabía que aquel hombre era chulo. Si llego a saber que era chulo, yo me levanto y ya está; pero yo qué sabía…”.

Tuvo la inmensa suerte de tener una esposa capaz de dirigir sus negocios, por lo que a partir de un determinado momento su principal trabajo fue vivir. ¡Y de qué manera! Yo lo conocí bastante mayor, digamos que de viejo, pero aún recuerdo veladas en la Tertulia Flamenca rodeado de gente que la mayoría podíamos ser sus nietos, haciendo gala de una simpatía extraordinaria y aquel humor socarrón con que contaba sus mil historias o respondía a cualquiera de los presentes, lo que nos hacía ver que estábamos ante un tratado de filosofía andante, modelo Sancho Panza o los Epicúreos. Era miembro (entonces no había miembras), generalmente fundador, de todas las sociedades del pueblo, y alternaba y se llevaba bien absolutamente con todo el mundo, aunque su sitio favorito era el Casino de Osuna donde de forma ritual jugaba sus partidas de cartas, deporte que si D. Luis hubiera podido, hubiera elevado a la categoría de olímpico. En francés hay una expresión que lo definiría perfectamente: “bon vivant”. La suerte le acompañó toda su vida. La inteligencia y la listeza las traía de nacimiento. Para colmo, fue bueno con su prójimo. Creo que a la vida, no se le puede pedir más. Supongo que el día que se murió (y tuvo el cuidado de hacerlo pasados los noventa y dos), más de una bodega de Jerez y de Sanlúcar decretarían tres días de luto. Había desaparecido un gran propagandista de sus productos… y la mitad del Quijote.


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