La patita de fuera

Pocas cosas son más Sevilla que su Semana Santa. De eso no cabe duda. Y son las Hermandades y Cofradías quienes hacen de las calles el escenario de un acontecimiento espiritual y estético invaluable. Pero me surgen dudas acerca de si las Hermandades son tomadas lo suficientemente en serio, empezando por los propios cofrades.
Las Hermandades no son concebidas como organizaciones promotoras de culto. Dentro de la Iglesia Católica son erigidas como caminos de santidad y, en este sentido, no solo se definen a partir del trípode culto-caridad-formación, sino que están llamadas a ser expresión de todas las dimensiones de la misma Iglesia: la misión (kerygma), la catequesis (didaskalia), la liturgia (leitourgía), la comunión (koinonía) y el servicio (diakonía). Aunque el catolicismo popular se encuadra preferentemente en la leitourgía, no es y no podría dejar de ser todo lo demás sin traicionarse a sí mismo.
En cuanto itinerario de santidad laical y propuesta cristiana de transformación del mundo, me pregunto por qué las Hermandades no están pastoralmente inseridas dentro de la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar. Ese es su verdadero lugar en una curia pastoral orgánica y ahí podrían encontrar el acompañamiento eclesial más adecuado a su misión. En ese espacio eclesial convergerían con movimientos apostólicos y kerigmáticos de impacto mundial, y trabajarían de forma coordinada con los objetivos del Plan Pastoral Diocesano. Luz, sal y levadura. Todos los modos de asociación de los fieles laicos irían a una.
Pero en demasiadas ocasiones se detecta en las Hermandades una forma “independiente” de concebirse a sí mismas, es decir, al margen del apostolado laical. Tan autorreferidas que hay cofrades que te dicen que sin Hermandades la Iglesia no sería nada… y se quedan tan tranquilos. El acento termina por desplazarse a su estructura organizacional, no a su misión apostólica. En este sentido, dentro de las Hermandades, el laicado se hace más insustancial mientras que el aparato institucional y representativo vive centrado en la conservación. Mucho trabajo y una experiencia vivida alrededor de los miembros de Junta, mientras que los fieles laicos, los hermanos, se quedan en muchas ocasiones como las ovejas de santa Inés: para bendecirlos en los cultos y trasquilarlos con las cuotas.
Pero la vocación laical se vive en medio del mundo, y el mundo es el amplio horizonte al que son enviadas las Hermandades. No a las sacristías, a los presbiterios ni a los chismes de Palacio. Al mundo, tan necesitado de esperanza. Por eso necesitamos Hermandades que tengan un pie dentro y otro fuera. Uno, en la Iglesia; y otro, en la calle. Las Hermandades clericalizadas, donde todo es exigencia, culto y formación, aburren a cualquiera, seamos sinceros. Esas Hermandades que tienen los dos pies dentro del templo, suelen terminar convirtiéndose en aduanas que impiden entrar a aquellos que no consideran preparados, sean jóvenes o personas que viven su fe en circunstancias canónicas irregulares. Por decirlo de algún modo, apartan a los que no son “puros”.
Hay otras Hermandades, que son las que tienen los dos pies fuera de la Iglesia. Lo que se vive en estos espacios, por muy benditas, reales o antiguas que sean, tiene poco que ver con el programa de vida cristiana que son sus Reglas. De este modo, se terminan pareciendo más a una peña cultural que a una asociación de fieles, y se analizan mejor desde criterios sociológicos que apostólicos.
En cambio, las Hermandades que tienen un pie dentro y otro fuera, se sitúan en las fronteras donde realmente nacieron y en las que el mundo de hoy las espera. Cuando uno levanta el faldón de un paso y ve “de todo”, se puede quedar muy tranquilo de que esa Hermandad está haciendo su trabajo. Todo lo que no cabe en la estrecha estructura de la Iglesia debería caber debajo, delante o detrás de un paso. El capataz divorciado y vuelto a casar que no puede pertenecer a la Junta, el gay con pareja que da el pregón, la chica agnóstica que sale de nazarena, el discapacitado intelectual que guía al cuerpo de acólitos, la vestidora que es madre soltera, la lesbiana que le canta de recogida… Porque el párroco pesca con caña; la Hermandad, con red de arrastre. Y en esa red tiene que haber peces de todas clases, que Dios sabrá mejor que nosotros de qué hablar con cada uno de ellos.
Esa patita de fuera es como el eco de aquella intención de Jesús que reza «atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Por eso me apena que, entre otras cosas, los no bautizados no puedan vestir el costal por no ser “hermanos”, porque también se puede hacer un catecumenado dentro de una Hermandad que tiene un pie dentro y otro fuera. Es Dios quien se encargará de decidir quién viene vestido de forma adecuada para el Banquete Final. Pero, lo que es a nosotros, se nos ha pedido ir a los caminos y decir a todos sin excepción que están invitados. Y eso es lo que son las Hermandades que están donde tienen que estar: una invitación de parte de Dios a disfrutar la alegría de creer.
Todas las Hermandades dan problemas, lo digo por experiencia. Las de los dos pies dentro disputan a menudo con el párroco por el mismo espacio. Las de los dos pies fuera, porque sienten que cualquier colaboración con la parroquia es una injerencia, así que dejan en el cepillo su “impuesto revolucionario” y cada uno por su lado. Pero esas con un pie dentro y la patita por fuera dan los problemas que tienen que dar: inquietan, exploran límites, innovan formas, movilizan gente, llegan mucho más allá del control de cualquier sacerdote, de cualquier hermano mayor, de cualquier persona… la calle es suya. Y lo puede ser para evangelizar y para llenarla de luz.
