
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.
“Tómese usted esta pastillita”, “me voy a tomar la pastillita y a dormir”, “dame una pastillita a ver si me tranquilizo”, “con esta pastillita se te quita el dolor”… Las famosas benzodiacepinas de las que últimamente hablan todos los medios de comunicación son, ni más ni menos, que esas pastillitas que la gran mayoría tenemos en casa y tan a diario toma un elevadísimo porcentaje de españoles. Y, sobre todo, de españolas cada vez más jóvenes.
Veamos solo algunas estadísticas. Antes de la pandemia, cerca del 20% de los españoles estaban en tratamiento psicológico o psiquiátrico. Después de la experiencia vivida a causa de la pandemia, el Estado de Alarma y el confinamiento, más del 40% de la población ha acudido al psicólogo o psiquiatra por ansiedad, y más del 30% por depresión. Como consecuencia, ya en 2022 el 9,7% de la población española consumía habitualmente hipnosedantes, y el 7,2% lo hacía a diario. Desde entonces, las cifras no han parado de aumentar. Además, no crean que esos datos se refieren solo a adultos. Son datos totales. Es decir, que casi un 20% de los jóvenes españoles ya consume estos fármacos, según la encuesta EDADEs 2022.
Añadimos otro dato inquietante. La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) indica que un 7,2% de los consumidores de benzodiacepinas no tiene receta médica. De forma que se ha convertido en algo tan de andar por casa que los pacientes se automedican o medican a otros con benzodiacepinas. También apunta a que más de un tercio (1/3) de los españoles tiene problemas de salud mental, siendo los más frecuentes la ansiedad, la depresión y los trastornos por somatización.
Todo lo dicho sitúa a España como líder mundial en el uso y abuso de benzodiacepinas. Como mínimo, esto merece pararnos para saber qué son exactamente las benzos, cómo hemos llegado hasta aquí y qué consecuencias acarrea su consumo. Comencemos…
Las benzodiacepinas son una clase de medicamentos psicotrópicos comúnmente recetados para tratar trastornos de ansiedad, insomnio y otros trastornos relacionados con el estrés. Viendo las estadísticas sobre la salud mental de la población española, no parece de extrañar que abunden en el mercado. Aun así, la estadística dice que mientras en España se consumen 110 dosis de benzos por cada 1.000 habitantes, en Alemania se consume solo 0,4.
¿Hay en Alemania menos problemas de salud mental? No. El 31% de los alemanes padece algún trastorno mental en distinto grado. Lo que realmente varía en España no es la prevalencia de trastornos de salud mental en la población, sino las prácticas de prescripción médica y la disponibilidad de estos medicamentos en el mercado.
Vamos, que se tira de receta con bastante alegría a la hora de prescribirlas. Y el motivo es bien sencillo. Por un lado, se ha generalizado una cultura médica bastante centrada en los tratamientos farmacológicos, mientras que otras soluciones como dieta, homeopatía, implementar un estilo de vida saludable, hábitos positivos de sueño, deporte, acupuntura, fisioterapia… pasan a un segundo plano. Y, sobre todo, la psicoterapia, un buen seguimiento psicológico que nos haga descubrir que, en realidad, los diagnósticos vienen a taponar las dificultades reales de las personas. Con lo cual es fácil entender que los problemas de ansiedad no se curan con Lexatin o Trankimazin, sino priorizando, conciliando mejor y exigiendo mejores condiciones laborales. Pero con la pastilla se termina antes. Del mismo modo, una depresión no se supera con Paroxetina o Excitalopram, sino buceando en lo que uno no quiere mirar, aceptar o afrontar y, por supuesto, gestionándolo desde otro lugar.
Pero, ¿puede nuestro sistema sanitario garantizar esas medidas? Absolutamente no. Entonces la generalizada cultura médica española de la pastillita se da la mano con las limitaciones del sistema y ¡pum! Pastillas para todos, que además son baratas. Evidentemente, un médico no puede darte un propósito de vida para que te levantes ilusionado cada mañana, pero un Orfidal para dormir y una Venlafaxina para ir tirando, pues ya es otra cosa.
Ahora bien, las benzodiacepinas son unos medicamentos tan seguros, tan específicos y, generalmente, con unos efectos secundarios tan identificados como controlables, que el paciente comprueba rápidamente el aporte que recibe en forma de alivio inmediato, bien por su efecto sedante, hipnótico, ansiolítico, etc. Y aquí viene el problema. El sistema neuronal de recompensa percibe ese alivio en forma de recompensa inmediata, exactamente igual que ocurre con las drogas. Todo lo que el cerebro experimenta como una recompensa inmediata -si es a largo plazo, como ir al gimnasio, no le vale- genera adicción. Es un comportamiento que tiende a repetirse. Y claro, se vuelve a consumir la pastillita hasta que se genera tolerancia. La dosis, por tanto, debe subir y, de hecho, sube una y otra vez hasta que genera dependencia.
Un adicto a las benzos no puede dejar de consumirlas a pesar de los efectos negativos que tiene sobre su salud, sus relaciones personales, su rendimiento en el trabajo o incluso su economía o consecuencias penales (falsificación de recetas, robo, estafa, etc.). Tampoco puede vivir medianamente tranquilo sin llevarlas encima, aunque no las deba tomar necesariamente. Por último, cree que controla la situación pero, en realidad, no puede dejarlas ni aunque lo intente una y otra vez. Todo lo dicho son la mayoría de los términos que definen a una adicción. Quien llega a este punto, se ha hecho adicto a un medicamento legal, prescrito inicialmente por un médico.
Salvando las diferencias con la crisis por la masiva prescripción médica de los opioides en EE.UU., que generó el problema de la “droga zombi” con el abuso del Fentanilo, habría que alertar de que en España tenemos un problema a menor escala con otro medicamento cuyo descontrol puede generar una adicción. Si mañana se limita el uso de las benzodiacepinas, tendremos síndrome de abstinencia en una bolsa de población alarmante, sobre todo si atendemos a que, tras el alcohol y el tabaco, las benzos son las sustancias más consumidas en España (13,1%), con distancia holgada respecto al cannabis y la cocaína. Y claro, llevando receta, con muchísima menos percepción de riesgo.
