La necesidad de seguir siendo Andalucía

Estos días de verano vuelven los debates territoriales, que en este país son un clásico. En la mayoría de las ocasiones estos tratan más de banderas y de poder que de llevar derechos y mejorar la vida de los ciudadanos.  A raíz de este reiterado debate (y de otro que tuve con mis grandes amigos del colectivo cultural Malaorilla, debate que en nuestro caso se vuelve duro y beligerante, pero sin perder la mirada de amigos de toda la vida) recordé algunas historias que me contaba mi padre y otras que he vivido yo en primera persona y que me gustaría explicar aquí en este momento.

Mis padres hoy tienen 70 años, residen en un pueblo, Estepa, y vivieron los años 50, 60 y 70 en el mundo rural de Andalucía. Mi padre me cuenta que en la calle donde vivía las aguas residuales pasaban como un arroyo por el centro de la misma, ya que no existían infraestructuras para canalizarlas. Mi madre recuerda cómo en su casa pusieron el primer grifo de agua potable y cómo se peleaban los hermanos por ir a llenar los vasos. Recuerdan ambos lavarse en los barreños un par de veces por semana, sus padres trabajando de sol a sol en el campo, los partos en las casas asistidas por parteras, los colegios de frailes en los que se mezclaban los niños de distintas edades y en los que el material escolar solo constaba de un pizarrín.

Esa realidad, que hoy parece tan lejana, era la que tenía Andalucía y su mundo rural hace tan solo setenta o sesenta años. Es cierto que en las grandes ciudades la realidad era un poco diferente, pero también es cierto que la desigualdad entre barrios y clases sociales era muy evidente. No se nos puede olvidar que cuanto más al norte te dirigías en España, la realidad iba cambiando: un País Vasco industrializado, un Levante donde había empresas textiles y alfareras, regiones como Cataluña y Madrid que generaban empleo y que asumían la emigración que salía de nuestra tierra buscando oportunidades, etc. Mientras tanto, mis padres ya tenían primos/as y tíos/as que salieron a buscarse la vida en esos tiempos fuera de Andalucía. Por hablar de la comparación que pudiéramos hacer con el resto de Europa, que vivía una realidad absolutamente distinta a la nuestra. No sé si sería muy atrevido afirmar que teníamos más coincidencias con el norte de África que con el norte de Europa. Y todo esto “regado” con la falta de democracia y libertad que vivía este país, que en este caso sí era compartida.

Yo nací en el año 1979 y ese año todo empezaba a cambiar en España, pero sobre todo en Andalucía. Ya habían pasado dos años desde que se celebraran las primeras elecciones democráticas, en este caso para elegir a los alcaldes de sus pueblos y ciudades. Después vino el resto de elecciones que democratizaron el país y sobre todo el desarrollo de las autonomías en la que Andalucía tuvo un papel ejemplar de lucha y de solidaridad. Las generaciones como la mía, la de mis hermanos y la de mis amigos, empezábamos a ver cómo nuestros padres ya no tenían que dedicarse profesionalmente al campo y tenían acceso a mejores empleos. Algunos empezaban a estudiar ya en las universidades y la conexión con la ciudad iba siendo muy frecuente. Empezábamos a ver cómo se desarrollaban los servicios públicos y cómo llegaban a los casi 800 pueblos que tiene Andalucía. Ya podías estudiar bachillerato sin moverte del pueblo, teníamos ambulatorios y consultorios, los Ayuntamientos eran motores de cambio democrático. La gente iba a las ciudades a buscar mejores empleos, pero en Andalucía se consolidaba una red de ciudades medias y de pueblos donde vivir con dignidad ya no era una quimera.

Pero hay que dejar claro que esto no fue por casualidad, que fue fruto de mucha lucha, sacrificios e incluso la vida de algunos, circunstancia que no se puede olvidar y no pueden olvidar nuestros jóvenes, que tienen que tener claro que estos avances sociales se pueden perder con suma facilidad a pesar del denodado esfuerzo en su conquista. Debemos tener todos claro que si nos quedamos ensimismados en nuestro egoísmo, que si perdemos la conciencia de clase trabajadora y la necesidad de lo colectivo, que si no nos damos cuenta de que unidos es la única manera que tenemos para luchar por mejorar las vida de nuestros hijos, nos daremos de bruces con la realidad de que todo está perdido. Y puede que entonces sea ya demasiado tarde.

Hoy Andalucía, y eso no es así en el resto del mundo, tiene en sus casi 800 pueblos un centro de salud, un consultorio o un ambulatorio. Contamos con hospitales comarcales y con toda una red pública de asistencia sanitaria que abarca a más de 100.000 profesionales y que tiene más de 10.000 millones de presupuesto, lo que hace que ir al médico sea accesible para todos. Hoy Andalucía cuenta en todos sus pueblos con colegios e institutos, con formación profesional y con 10 universidades públicas repartidas por todo el territorio y con las tasas universitarias más baratas de todo el país, que garantizan que los hijos de los trabajadores tengan acceso a la formación universitaria. Hoy en Andalucía hay una red municipal de Servicios Sociales Comunitarios, de centros de atención especializada para mayores y personas con discapacidad que garantizan la atención a la dependencia. Hoy Andalucía tiene los mismos problemas, que por supuesto son muchos, que los que pueden tener en otras regiones del norte de Europa y eso tiene mucho mérito y es fruto del trabajo de mucha gente y también de unos gestores y unas administraciones que apostaron en estos más de cuarenta años de democracia en Andalucía por políticas progresistas, de servicios públicos de justicia social entre territorios y de igualdad.

En todos estos años de democracia, Andalucía nos ha dado una lección de desarrollo sostenible y justo. Hemos crecido respetando nuestros pueblos, nuestra cultura, nuestras tradiciones, pero nos hemos modernizado y hemos progresado en convergencia con el resto de Europa y eso debe de hacernos sentir orgullosos de nosotros mismos. Pero es evidente que no nos podemos relajar y que si queremos seguir siendo ese ejemplo de justicia social tenemos que seguir alerta y peleando para que los intereses económicos no desmonten la Andalucía que nos hemos dado entre todos y seguir poniendo como ejemplo nuestro desarrollo para otras regiones. ¡Viva Andalucía libre!

José Antonio Alfaro

Miembro del colectivo cultural MALAORILLA

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