La meada de un vecino

Seguimos a vueltas con los cascos históricos y la singularidad que supone ese tipo de espacios dentro de la ciudad. No tener conciencia histórica del espacio nos lleva a perder las referencias temporales y a cambiar a nuestro tiempo hechos y percepciones ocurridas hace años, siglos, lo que supone descontextualizar una realidad urbana.

Pensamos que los cascos históricos deben adaptarse a la presencia del vehículo privado porque todos lo usamos y porque hoy no entendemos nuestra vida y la de nuestra ciudad sin el automóvil. Hacemos aceras para el peatón y calzada para el coche, pintamos adoquines para delimitar aparcamientos, colocamos señales de tráfico… y todo va creando un paisaje urbano que obedece al modo de vida de este tiempo concreto, que en su día será modificado por otro.

Por ello hay ciertos elementos singulares que cobran sentido cuando conocemos qué función jugaron en su tiempo, para qué sirvieron, por qué se colocaron ahí y no en otro lugar, etc. Y ello nos llevará a mirar con cariño, con lógica y con identidad esos elementos creados hace años, siglos por gente que hoy ni conocemos.

Para el caso concreto del casco histórico de Osuna me voy a referir a dos elementos muy singulares y uno de ellos creo que muy curioso. El primero de ellos es una gran moldura cóncava en una pared de la calle Santísimo. Esa moldura –desconozco si es elemento protegido del casco- obedece a la necesidad en su tiempo de sacar y meter los carros de las grandes casas-palacios de la calle Sevilla, que tenían sus postigos en la calle Gordillo, a los cuales para que pudieran pasar por la calle Santísimo hubo de hacer una moldura a la altura de los ejes de las ruedas para que éstas no rozaran en la pared y allí lleva impasible el paso del tiempo.

El segundo elemento es mucho más singular, y probablemente más desconocido. A nadie se le escapa la tradición católica que tiene Andalucía y la vocación de externalizar dicho sentimiento en sus ciudades y el respeto que en todo el mundo causa cualquier elemento religioso. Pues bien, muchas de nuestras callejuelas suelen presentar una serie de hornacinas o cruces allí donde éstas presentan un rincón. He dicho presentan un rincón porque no existen en mitad de la calle porque sí, sino que es condición sine qua non que exista un rincón para que junto a éste se coloque la hornacina, generalmente una virgen o una cruz, como es el caso de la calle Nueva.

Se pudiera pensar que dichos elementos son advocaciones religiosas del propietario de la vivienda, cuando en realidad, mucho me temo, más que advocación habrá habido previo a su colocación blasfemias e incluso insulto al clero, por no hablar de los insultos a los ascendientes familiares, vivos y muertos, de cualquier apurado vecino. Y he dicho vecino y no vecino o vecina, como se estila, porque el “actocausante” es varón y nunca señora o señorita que se preciara, por su mal ver y entender de la acción.

Efectivamente hornacinas y cruces sobre los rincones de las callejuelas, no por advocación ni religiosidad, sino para evitar que los varones de la localidad utilizaran el rincón correspondiente de urinario, los cuales, por respeto a la virgen o a la cruz se autocensuraban en sus deseos naturales.

Condes, duques, fechas, batallas, guerras, elementos habituales de los libros de historia, historia contada con tintes y modelos academicistas que pensamos que le dan sentido a nuestro pueblo y nuestro paisaje de ciudad, cuando muchas veces la historia es plasmada por el pasar de un carro o simplemente por la meada de un vecino. ¡Esa sí que es la vida!

Marcos Quijada

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