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La literatura está en la calle

La literatura está en la calle

La literatura está en la calle, nace todos los días al salir el sol. Antes, incluso, no se acostaba, empalmaba y era ella la que llamaba a las puertas del alba, la que salía a hurtadillas del cuarto de la luna para no despertarla. La literatura tiene código postal, portero y buzón. A la literatura le gusta el cachondeo y odia a todos los que la toman demasiado en serio. A esos fantoches que prescinden de una parte de ella porque entre ellos han acordado cuál es la vulgar y cuál la erudita. La literatura ama a los que no leen ni una línea, porque ellos son la historia, a los que escriben sin letras, a los protagonistas accidentados. En cada esquina hay una historia, en cada pisada un capítulo, en cada par de zapatos un personaje.

La literatura, como el periodismo, sucede de puertas para afuera, en el asfalto y en el parque, en el bar y en el hotel, en el despacho del ejecutivo y en la casapuerta de la anciana. Cada uno luego escribe donde quiere o la mayoría de las veces donde puede, pero para redactar hay que vivir y para contar la vida hay que haber antes educado la mirada. La literatura está en la calle, caminando a nuestro lado, a la misma distancia que el móvil de la cama los días que hace frío y estamos atrincherados en las sábanas. Tan cerca que da rabia tener que realizar el mínimo esfuerzo para cogerlo.

La literatura está en la calle y la obviamos, desayuna media tostada en el bar de enfrente, bromea con el camarero, le mira el culo de manera disimulada a todas las trabajadoras del Bershka y si alguien la pilla tuerce el gesto en símbolo de admiración. La literatura está en las niñas que apoyan el móvil en un poyete y en mitad de la calle le hacen un baile a la cámara, en la abuela que las mira desde la otra acera y niega con la cabeza, en los tacones y en los huesos de la abogada que vuelve del trabajo. Está en el camión aparcado en doble fila mientras se descargan los barriles de cerveza, en las palomas que revolotean alrededor de una terraza, en la cola del cajero y en la del súper.

La literatura está en el chiste bien contado y en las carcajadas que provoca, en el que está mal contado y en la posterior risa incómoda que se subsana con un “ya os dije que era malo”. La literatura está en las contradicciones, en Galapagar o en Andorra, en el chorizo y en el honrado, en el tímido y en el carota. En un jugador barbudo del Athletic tocando la trompeta y en un portero calvo y cuarentón que manda a un equipo plagado de estrellas presumidas, que cobran cada una el doble del presupuesto anual de su club, directo para casita. A pasear a otra parte dijeron los guantes de José Juan. La literatura somos nosotros, nace de nosotros y muere en nosotros.

Yo empecé a amarla cuando me enteré de que no solo iba de bibliotecas y de páginas. Yo descubrí la literatura escuchándola, viendo a esa gente de la calle encarnando personajes geniales, desternillándome con sus ocurrencias y bautizando mi espíritu crítico con sus proclamas. El Carnaval de Cádiz me cambió la vida, y sobre todo un señor que dijo una vez: “Mi guitarra no se la den a cualquiera/ y si acaso que la condenen conmigo/ mi palabra dejadla en la carretera/ para que nunca la metan dentro de un libro”. Iba a decir que este año el Carnaval no será igual, pero es que solo lleva dos años de nueva vida, porque desde que murió Juan Carlos Aragón empezó otro Carnaval distinto. Gloria eterna al Carnaval de Cádiz y a sus literatos callejeros; Martínez Ares, Tovar, García Argüez, Bienvenido, Martín, Remolino, Jona y muchos otros que me enseñaron que la literatura está en la calle. Gloria eterna al Capitán Veneno por de alguna manera educarme.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Diario de Cádiz55.

 

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