La importancia ursaonense

Escribo esto a raíz del fallecimiento del señor Cristóbal Martín. Un prolífico artista ursaonense que fue cofundador de la Tertulia Flamenca de Osuna en 1970. Por esa fecha aún no me había alejado del color negro del pelo de mi madre y dormía cada noche en el nido familiar. Por lo que conocí la Tertulia y alguna que otra «Pringá» veraniega.
De entre las inquietudes culturales del señor Cristóbal, estaba la de ser gran aficionado al Flamenco y afín al ganador de la tercera Llave de Oro del Cante Antonio Mairena. Tal fue así que consiguió que la «Razón Incorpórea» accediera al Patio de la Universidad para satisfacción del genuino porte étnico de «Frasquito» que era un gran exponente del mairenismo local.
A diferencia del «Gazpacho de Morón«, la «Caracolá de Lebrija» o el «Potaje de Utrera«…, «La Pringá» de Osuna se echó a perder y del «Flamenco de Colegiata» ya nadie se acuerda. Durante un tiempo, ya en la distancia, me estuve preguntando: ¿qué pudo pasar?
Medio siglo después, a casi mil kilómetros de Osuna, el Arte Urbano de Hospitalet de Llobregat se enriquece con el monolito que ilustra el artículo. La Peña Flamenca Antonio Mairena de esta ciudad ribereña ha celebrado las «Bodas de Oro» y, por tal motivo, se homenajea al cantaor mairenero y al asocianismo que echó a andar en 1968.
Esta noticia justifica la argumentación del artículo no solo por la importancia del logro conseguido, sino por la generosa aportación de ciudadanos de Osuna que vendieron su alma al duende de la soleá o seguiriya.
Al Acto de inauguración acudimos los aficionados que nos fluye el cante como medio de comunicación y forma de entender la vida. Entre ellos Antonio Ruiz Rodríguez, de apodo «Honrado». Un ursaonés hecho a sí mismo y amante de la cultura más ancestral de su tierra. Él es un libro abierto de los cantes más primitivos y huye de la ignorancia que siempre quiso matar al flamenco. Antonio fue Presidente de la Entidad en la década de los 80.
Durante la fraternal comida, para la ocasión, hubo tiempo para el ejercicio de la memoria y recordar la presencia en Hospitalet de aficionados «locos por el flamenco» (bendita locura) que tomaron el camino sin retorno: Marcelino y Enrique Cádiz, El Melli, «Bobi de Osuna»… incluso Eduardo Sarria vivió un tiempo por aquí. Otros permanecen en el mundo de los vivos, caso de José Ferrón, que sigue siendo un referente como cantaor estudioso y entregado a la causa de esta Peña desde 1969.
Sin duda el ursaonense más emblemático de la Entidad fue Juan Bautista Lobo Sánchez. Fallecido hace unos años. Fundador y el primer Presidente que se dio de bofetones con los que consideraban a la Peña cultural un refugio de bebedores de Fino La Ina. Nunca olvidaré el efusivo abrazo que me dio al recordarle el paso a nivel de la «Casilla del Lobo» entre olivos alineados en Osuna. La condición de ferroviario de mi progenitor y la amistad con él me abrió las puertas de la Entidad, de la que ya nunca perdí de vista.
Como mairenista confeso, Juan aplicaba la vertiente fiable de la pureza como indispensable manera de entender este arte. No obedecía otra consigna que la de seguir al dictado de no asociarse a sucedáneos estilos. «Aquí no entran tambores», decía. A Juan le bastó la cultura en la sangre para respetar y entender porqué importantes personalidades apostaron por investigar y preservar el Flamenco: Antonio Machado «Demófilo», Federico García Lorca, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez…
Una frase filosófica dice que «todo gran logro requiere tiempo conseguirlo». El tiempo ya está aquí, y el logro conseguido.
Retrocedo de nuevo a 1970 para desempolvar un tocadiscos en la taberna de mi padre (Taberna Raspao) donde sonaban, a 33 revoluciones, los ecos de Juan Valderrama, José Menese, Manuel Vallejo…. Fandangos, tangos, seguiriyas… estilos de cantes que, en ocasiones, provocaban sentimientos que se confundían en los ojos inyectados de alcohol.
El Dios Baco lo mismo expansionaba al tímido frustrado que debilitaba las neuronas de quienes padecían la miserable problemática social. Así los compases del 3×4 de una soleá volvían, un día tras otro, a refugiarse en el poso de un barril de vino. Duros tiempos dónde la medianía artística ursaonense no lograba traspasar los límites del montículo de «chichas y nabos» que diría Rodríguez Marín, al referirse al Cerro de La Gomera.
El asociacionismo en Osuna se concentraba en el ámbito de las diferencias de clases y muy lejos de aceptar al Flamenco como un punto de encuentro cultural. Osuna era así. He ahí la respuesta y mi reconocimiento al señor Cristóbal Martín por aquellas digestivas pringás amenizadas al compás de bulerías por soleá.
«Por suerte el Flamenco en Osuna está en buenas manos», me dijo Mariano Carmelo Rodríguez, un extremeño que estudió en los Carmelitas de Osuna en los años que refiero. Se refería a los conocimientos e implicación divulgativa de Manuel Zamora Reyes en pro del Flamenco en la Villa Ducal. Sin duda.
Antonio Moreno Pérez
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