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La importancia de las peñas flamencas.Enrique Díaz Marín “Bobi de Osuna”.

La importancia de las peñas flamencas.Enrique Díaz Marín “Bobi de Osuna”.

En la imagen Bobi
En la imagen “Bobi de Osuna” al cante y “Romero de Badajoz” a la guitarra.

El escritor José Luis Ortiz Nuevo, en el año 1987, en una de sus extensas obras escritas y guiones escénicos, llamó a un grupo de artistas del flamenco, “Los últimos de la fiesta”. Con seguridad diré que el poeta malagueño se refería a aquellos intérpretes y viejos maestros del cante que se marchaban de este mundo dejando el arte nuestro huérfano de sabiduría y duende. Enrique Díaz Marín es un veterano cantaor ursaonés que está y aún respira entre nosotros, de nombre artístico “Bobi de Osuna”. Él ha sido y es uno de los aficionados más representativos del Bajo Llobregat, (Barcelona) un ejemplo de calidad humana por la desinteresada colaboración que siempre tuvo con infinitos compañeros en teatros y peñas de por aquí.

Por su longevidad, (92 años), quién los pillara, posiblemente sea “el último de la fiesta” de un ramillete de artístas que cantaron en Osuna en los años 50-60. Hoy es portador de un libro abierto del que me abastezco para aprender de esta carrera del flamenco que nunca se acaba. Cuando Enrique cruzó el abrupto Despeñaperros -como tantos ursaonenses- se trajo consigo el gusanillo de la música en sus entrañas, una deliciosa afición que la empleó para seguir identificándose con sus raíces andaluzas y transmitir el flamenco de Colegiata a las nuevas generaciones. Los años 60 fueron delicados para nuestra cultura aquí en Cataluña, al ser ésta una comunidad de sentimientos nacionalistas, el desprecio al flamenco por un sector importante se dejó notar con la desaparición de muchos de los cafés cantantes y tablaos que ya existían desde finales del siglo XIX. La cuestión era que, esta cultura que conocemos desde 200 años atrás, aquí en Barcelona estaba ligada al españolismo, a una exaltación de lo patrio y representación de identidad franquista; por ello se pagaba las consecuencias.

Con el flujo migratorio de esa década citada y la siguiente, comenzaron a proliferar peñas flamencas por doquier. Pequeñas sedes sociales sin ánimos de lucro, donde la finalidad era cantar a la pena, a la alegría y vivificar el flamenco, divulgar la pureza y evocar al cantaor titular de la misma. En ellas se intentó mirar atrás y recordar nuestro pasado, que era apartar el flamenco de tanto faralaes propagandistas (el cante jondo nunca fué un folclore), a pesar de un fascismo que entonces perseguía a cantaores que se negaban a permanecer en las catatumbas de la represión y le cantaban a grito pelado a la libertad. La política dictatorial no tuvo piedad con nadie e hizo mucho daño. Con las peñas se intentó reconducir la situación y encontrar la senda de la verdad, si bien, la nota negativa la aportábamos nosotros mismos con un desbarajuste en los conocimientos de nuestras raíces. La ignorancia y el tiquet de libre acceso permitía con cierta ligereza participar en la sagrada parcela de las controversias. Escribir o hablar de flamenco siempre me pareció pisar un terreno resbaladizo, sino no se hacía desde una dimensión seria y con un respeto pronunciado. El tener ciertos conocimientos de los orígenes de los cantos orientales, mozárabe y liturgia gregoriana no le capacita a uno a lanzarse al ruedo a tomar posesión de una verdad ya de por sí bastante dispersa, y dar pié a que llegaran otros – esos que abundan- con una copa de manzanilla de más y sus atrevidas hipótesis a pontificar y sentar cátedra, de paso confirmar el desbarajuste y desconocimiento que antes citaba de lo nuestro.

Hablar de cante no está al alcance de cualquiera por muy “flamencólogo” que se sea (que palabra más horrorosa, creo que se le atribuye al que fuera crítico flamenco Gonzalez Climent, no lo sé, es un termino que nunca me gustó por provenir de personas más interesados en curiosisades literarias que no de sensibilidades flamencas). Lo que yo hago hoy en este moderno tablao digital – por estar plenamente argumentado”- es hablar de quién creo está en el camino de la razón y tiene propiedad para opinar en este envite: el cantaor. En el flamenco los cantaores y cantaoras también (que no se enfaden las mujeres) son los cronistas en el tiempo y nos han enseñado con la donosura de sus voces los cantes de determinadas escuelas cantaoras. Con la implantación de las peñas no se pudo ni se podrá (desgraciadamente) recuperar los vestigios flamencos olvidados, tan necesario para un estudio más en profundidad del arte de nuestros amores, pero, se consiguio y dejó muy a las claras por qué Cataluña tiene en nómina una de las mejores generaciones de artistas formados en el mejor escenario (las peñas). No existe ningún estudio que sea objetivo y serio con la verdad del flamenco que no certifique, en modo alguno, la labor de las peñas y la gran aportación de los artistas emigrados a esta tierra.

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En un pequeño tablao conocí a este paisano hace 30 años, hoy casi centenario. Un cantaor que poco o nada ha sido reconocido por la influencia de los medios de comunicación. Sí por los que le apreciamos y reconocemos su aporte al flamenco. Siempre le agradeceré mi acercamiento a este mundo de peñas. Maite Martín, Ginesa Ortega, Miguel Poveda… Ustedes perdonen… ¿cuánto le debéis a las peñas?, ¿cuánto aprendísteis de ellas? Algún pellizquito de mi paisano también, por qué no. Gracias Enrique “Bobi de Osuna” por la herencia flamenca.

Antonio Moreno Pérez


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