La gente sin alma
Desde que en el año 1999 cantara Sabina aquello de «pagando las cuentas de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína», el consumo de coca en España ha sufrido una enorme transformación. Ya no solo la consumen los ejecutivos o los “niños bien” sobre los retrovisores de sus motos en las puertas de las terrazas pijas, como hasta hace 25 o 30 años. Ahora la cocaína es mucho más popular, asequible y, por tanto, consumida.
Desde el año 2005, el Observatorio Europeo de las Drogas situaba a España en el grupo de países de alta prevalencia, tal y como recogía en su Plan de Acción 2005-2008. En 2007 se confirmó la tendencia cuando el Informe UNOCD, realizado por la Oficina de Droga y Crimen de Naciones Unidas en Viena, señaló que España ocupa en el mundo el 2º puesto de consumo de cocaína, solo por detrás de los EE.UU.
La situación no ha mejorado desde entonces. Ya en el año 2022, el Informe Europeo sobre Drogas puso de relieve que la cocaína se ha convertido en la segunda droga ilegal más consumida en Europa, solo por detrás del cannabis. Al decir ilegal, obviamos el alcohol que, en realidad, es el tóxico más consumido y, por consiguiente, el responsable también de más casos de adicción. Aun así, a la cocaína se le debe atribuir la triste responsabilidad de causar 1 de cada 5 muertes por sobredosis (1/5).
A pesar de que la relación entre el consumo de cocaína y el agravamiento de problemas mentales muestra ciertas dificultades de medición estadística, se da un amplio consenso a la hora de reconocer que entre el 70 y el 75% de los ingresos por adicción padecen alguna patología dual de distinto grado. Esto quiere decir que, en una misma persona, concurren una adicción y al menos un problema de salud mental producido o agravado por la ingesta de tóxicos.
Pero nada de esto afecta al incremento de su consumo. De hecho, el año 2023 ostenta el récord de incautación de cocaína en Europa. Como en los tiempos del Imperio Español, la mercancía sigue llegando principalmente de América y entra a través de los puertos españoles, de los Países Bajos y de Bélgica. Recuerdo en 1998 cómo un funcionario de aduanas me contaba que en el Puerto de Sevilla los perros decían que había droga en un barco y ellos solo veían un cargamento de ceniceros. Cansados de buscar, mandaron un cenicero al laboratorio, donde confirmaron que estaba hecho íntegramente de pasta de coca. El ingenio no ha parado de agudizarse hasta convertirla en una droga de alta disponibilidad, fácil de detectar en los colectores de aguas residuales o en cualquier baño público.
En algunos países europeos como Bélgica y Países Bajos, los cárteles de la droga tienen poder suficiente como para desafiar al Estado y obligar a blindar la seguridad de algunos mandatarios. En España todos tenemos grabadas imágenes de actuaciones a plena luz del día perpetradas por los verdaderos amos de la calle. Ellos imponen su ley y el alcalde de La Línea propone que la mejor forma de acabar con el narcotráfico es legalizar la droga, esto es, dar amparo jurídico a los delincuentes y legitimación a uno de los mayores atentados contra la salud pública que venimos padeciendo desde hace más de medio siglo.
Reconozcamos al pasado que, para tener rebaños enteros de borregos, se lo curraban de lo lindo. El opio del pueblo eran la religión, la ideología tal y como la criticó la Escuela de Frankfurt, los que te vendían el Paraíso en esta tierra si les dabas tu apoyo sin reservas… hoy te dan directamente el opio y no hay que esforzarse tanto. Jaque mate al pensamiento crítico.
Para terminar, no voy a hablar de los riesgos físicos, mentales y sociales de esnifar o inhalar cocaína, pero sí del rotundo fracaso de las estrategias de prevención. Informar a edades tempranas sobre la clasificación de las drogas y mostrar las dramáticas consecuencias del consumo de tóxicos se ha convertido en un objetivo de escaso impacto. Esto no significa, ni mucho menos, que la educación sea ineficaz ante el avance de las drogas. El problema está en la mirada. Informamos sobre la sustancia, pero no miramos al sujeto. La experiencia nos enseña que la prevención no se juega en el tablero de la información sobre los tóxicos, sino en la educación emocional de quienes podrían consumirlos con finalidades evasivas, desinhibidoras, calmantes o mórficas, para aliviar el malestar, rebajar la ansiedad, sobreponerse… La educación emocional es imprescindible en la Escuela. Y entiendo que lo es porque se trata de una inmensa tarea de la sociedad en su conjunto, no solo de la familia.
El adicto a la cocaína no es alguien sin alma. Quizás ha cogido el camino más corto para evitar una dificultad o un dolor que no sabe sostener. Decía el Isha Upanishad que «sin sol son esos mundos y envueltos en una obscuridad ciega a la que todos ellos, a su paso, recurren a los asesinos de sus almas». Tiene un corazón maltrecho, porque ha llamado a la puerta de los asesinos de su alma. Por eso, me atrevo a afirmar que, casi con toda seguridad, la pandemia de la droga no solo se frenará luchando contra los narcos, sino enseñando a gestionar las emociones antes de que enfermen y se adentren en esos mundos sin sol.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.