La ciudad del fútbol

Aún sigue habiendo reductos de terraplanistas que cuestionan lo esférico de la superficie terrestre, sin embargo, alrededor de una pelota de fútbol, hay unanimidad, nadie duda de que es redonda. Un balón de fútbol es un planeta a la medida del hombre; pequeño y resistente. Un esférico es el centro de gravedad de la felicidad humana, la clave de bóveda, la rueda rellena y conducible por el empeine de un cualquiera. Yo jugué con un Mikasa, lo digo como el que dice que estuvo en Vietnam, con el absurdo tono del que quiere contar una batallita y tiene veinte años, con el recuerdo nítido del pepinazo en el diafragma, de los segundos de dolor, del albero en la cara, de los botes ridículos que tuve que dar para volver a tragar aire. Se puede decir que mi primer guantazo me lo propinó un balón.

Qué suerte hemos tenido los que hemos crecido con los futbolistas como influencers. Antes, cuando no había Twitch y en YouTube solo entrábamos para ver esos vídeos con música electrónica de Cristiano con la camiseta del United, cuando Instagram era una aplicación de fotógrafos y Twitter no sabíamos que existía. El único trend que hacíamos era el de celebrar los goles como nuestros futbolistas favoritos. Yo me ponía las manos en la cabeza y hacía el tiburón como Rubén Castro, y aunque no los grabásemos, esos momentos están filmados con la mejor cámara posible, con la única que permite adornar e inflar los goles hasta el punto de que llevo nueve años esperando mi nominación al Premio Puskás, con la de la memoria.

Aunque ahora todo se haya modernizado, hasta que la tierra se vuelva plana a golpe de balonazos, el fútbol seguirá siendo ese elemento conversor para cualquier pibe, la llave de amistades y recuerdos, el efecto aglutinador, el protagonista de los recreos. Sobre todo, en ciudades como Sevilla en las que se vive el fútbol con la pasión identitaria del que se siente de un clan mafioso. O tu corazón vive en Heliópolis o lo hace en Nervión, no hay espacio para Bernabeús, ni madridismos injustificados. En los colegios de mi ciudad, el centro del campo es la frontera que divide al verde y al rojo, al sevillista y al bético.

Me gustaría volver a ser enano en esta época dorada de segundos y terceros, celebrar los goles haciendo una L con los dedos, sentir que mi orgullo está herido si perdemos, volver a clase con la rodilla magullada, babear por un nuevo modelo de botas. Me encantaría volver a vivir esos mediodías de sorteos en los que la tensión y el nerviosismo envolvían la atmósfera del aula, esos días en los que por los pasillos se traficaba con la información, en los que el profesor, igual de nervioso que nosotros, desistía y acababa proyectando los emparejamientos en la pizarra. Y después, discusión: “y hay que ver que flor en el culo tenéis siempre”. Ojalá volver al colegio para ir dando el coñazo con el villancico de Juanmi, para zanjar todos los debates futbolísticos diciendo que Pellegrini tiene un plan, para volver a sentir esa certeza del niño que sabe que el mundo- su mundo- gira alrededor de una pelota de fútbol.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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