Juventud de juventudes

Se tiende a hablar de la juventud como una entidad monolítica. “La juventud es bochornosa; la juventud es extraordinaria”. Se traiciona así una realidad que no es tal, sino cientos de ellas –y quien dice cientos, dice-. Juventudes hay tantas como jóvenes. Si bien podríamos marcar ciertas tendencias, éstas nunca serían absolutas. Aún, podríamos dar parte de razón al sector más crítico. Hay jóvenes del todo ominosos. Jóvenes larvarios, vegetativos, cuyo universo es una traducción vulgar y babeante del carpe diem que curtía de piel los sonetos. Su máxima aspiración, la de los jóvenes comatosos, es la fornicación apresurada entre dos hamacas, la borrachera de bajo coste, mover las articulaciones al son del pop-rock latino –“que se te mete por los intestinos”- para arrimar o que te arrimen. Ellos en ellas no ven mujeres, sino vaginas más o menos inexpugnables; ellas en ellos, clones, más o menos acertados, del modelo de calzoncillos que, en la marquesina del bus, contorsiona el brazo con aires manieristas. Constructores de la banalidad, atestan las discotecas o los lodazales de las playas, haciendo ostentación de su vulgaridad y mal gusto. Su bagaje existencial se va mimetizando con un guión de Pajares y Esteso. Noctámbulos insulsos, semi-humanos. Sus pensamientos son alpaca impensada; su religiosidad, si la tuvieren, la de un primate. Han renegado de la esencia de su humanidad, que es cuestionársela, por eso sufren la condena mítica de vagabundear por los pubs, las discotecas y los botellódromos sin hallar nada, en pos de una anti-revelación, aplastados por su mórbida pereza, malogrando, en definitiva, su alma. No son bohemios atormentados, ni noctívaros suicidas –eso sería de un heroísmo envenenado, pero puro, al fin y al cabo-, sino burgueses acomodados que dilapidan su juventud en la monocromía de la juerga de la oca. Optan por la esclavitud.

 
Si sus síntomas son la vulgaridad, la nocturnidad, la superficialidad, la insustancialidad; la causa es siempre la ausencia de existencialismo. O no se preguntan quiénes son o se contestan con respuestas de terceros que no se toman la molestia de masticar. Si en la baba reseca de la post-borrachera se filtra un hilo de angustia, pronto la erradican pensando cómo destensar la braga de ayer o hasta dónde van a dejar que su escote trasmita receptividad. Sería más fácil olisquear el ano u orinar en las esquinas, pero, al fin y al cabo, también somos una pizca humanos. Ése es su problema: ausencia de cuestionamiento esencial. Su razonamiento llega al punto siguiente: “De pronto nazco y, sin que medie mi intervención, detento la existencia. No sé por qué ni con qué fin y poco me importa. Ergo, vamos a la disco cuatro veces por semana”. Indiferentes, incluso despreciativos para con el arte o el pensamiento, ahogan la simiente de la duda, si es que la tuvieren, en la ociosidad vacua, la fuerzan en el yugo de la semipenumbra, la ocultan en el eyector de humo y, cómo no, la atontan con la procacidad machacona del pop-rock latino, por no llamarlo reggaetón, por no echar mano de un antiácido. “Pero, hijo, es que me gusta el ritmito y sólo es para menear las caderas”, a eso mismo me refiero. 1 x 0 = 0.
En el extremo opuesto, y admitiendo que las fronteras no son claras, se encuentra el joven que, en lugar de diseminar su energía en las porquerizas de las ciudades, emplea su ímpetu en bregar con la realidad, en zarandearla hasta que se le resbale una respuesta. Jacob incipiente. Aún no señalado por la amargura de la experiencia, aunque presintiéndola, puede beber directamente del geiser hirviente de la vida. Busca a Dios y se pelea con él, busca al prójimo y lo confronta, se busca a sí mismo y se desangra. En lugar de eludir las preguntas fundamentales, las enfrenta con ahínco y busca responderlas a toda costa. De ahí que pretenda engordarse, ensanchar su alma ahora que aún es tierna. Va ensamblando, a base de golpes, descubrimientos y rectificaciones, las piezas del futuro discernimiento. Se dispone a las situaciones más radicales para innovar, para aprender en los otros algo de sí. No se apoltrona, no se conforma. Adorna sus días con las albricias de lo novedoso, de la otredad como fin. Ésta también es juventud. Labradores de la incertidumbre. Puede que tengan una esquirla de penumbra en la pupila, pero es tan gozoso conversar con ellos, vivir y dejarse morir como ellos.
 
Para no ser acusado de maniqueísmo y diluir la pedantería que mi madre percibió en el borrador de este artículo, recalco lo apuntado más arriba: esta diferenciación se infringe constantemente, incluso en una misma persona. No era mi intención aseverar que el joven del grupo segundo no pueda correrse una juerga ni que uno del primero sea un completo erial existencial; sino que el joven larvario es deplorable en cuanto que pone su corazón en la estridencia o el asedio sexual, mientras que el joven vital puede hundir los pies en el barro sin olvidar su imperativo de trascendencia. La segunda posición es la más ardua en nuestro mundo neocapitalista, posmoderno a ratos. A Larios, a Brugal, a Pacha, a los 40 principales, a Durex, a los turcos, a Zara y a Radio Taxi le interesa que usted pertenezca al primer grupo. Ser del segundo, por tanto, supone un constante ejercicio de resistencia y conlleva ostracismo, más aún en los sectores con cierto desahogo económico. Os exhorto porque pronto será tarde y sólo conozco una manera de despertar a la inteligencia dormida. No se puede servir a dos señores.
 
Del Blog Animal de Azotea.
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