Juan Sierra, el poeta mágico de la Semana Santa

Es el poeta por excelencia de la Generación Mediodía de Sevilla y uno de los más grandes, por extensión, de la del 27, que tanto debe a aquellos locos sevillanos que celebraban sus cenas suprarrealistas entre versos, risas, barbas y cañas de manzanilla. El poeta por excelencia de la ciudad, «cuando la ciudad era faro poético de la poesía hispánica».
Decir Juan Sierra (1901 – 1989) es decir revista Mediodía, vanguardias y palio clásico de cajón a un tiempo; es decir plumas al viento por la calle Parras; es decir esquivo y delicado; es decir el más sensible de todos los de la época, con permiso de Cernuda.
Juan Sierra es el amigo de todos, el que sale siempre en la esquina de las fotos en blanco y negro, el del vaso de tinto en la mano, el que andaba por las calles de la ciudad escondiéndose, mirando al suelo, como si quisiera ver dónde caía la ceniza de su cigarro. Algo así como lo que escribió el poeta Javier Salvago: “Cansancio / de todo aquel que olvida, / como dijo el poeta, / que, a debida distancia, / cualquier vida / es de pena”.
Hablar de Juan Sierra es hablar de fe, que no hay mejor manera de arrebujar la religión y el arte; de los colores vivos que llenan las calles y de los negros que vacían las plazas; de la gitana que fríe calentitos y de las túnicas de ruán; de personalidad —fuera complejos—; de intelectualidad y de imágenes inéditas, nunca vistas; de hermetismos y tradiciones eternas; de “deja que digan” —que yo voy a lo mío—; de calidad, elegancia y finura; de evocaciones, de profundidades; de transparencia y espiritualidad; de personalidad —que en plena república, con las iglesias ardiendo, publicó su primer poemario a base de décimas, María Santísima, libro dedicado a su compañero Alejando Collantes—; de riqueza verbal, de jondura y de hondura. Y deja que digan que yo escribo lo que me sale del alma —Palma y cáliz de Sevilla, “libro de alabanza a las devociones de Sevilla”—.
Sierra es exiliarse para los adentros porque sí, rebuscarse en los rincones del alma y de la ciudad, sin protagonismos, sin primeros planos… y la Hiniesta de San Julián —que “tenía entonces en su cara una sorpresa dolorosa de trigo fino que jugaba con las laderas del aire”— y San Bernardo como el paradigma de las hermandades de barrio, capas sobre las túnicas… y Amargura, y San Juan de la Palma, y el Barrio León, y San Gonzalo… y más Amargura y más San Juan de la Palma.
Decir Juan Sierra es decir Semana Santa mágica de Sevilla, nazareno de madrugá con el Cristo del Calvario y trianero de convicción, aunque nacido en la plaza Nueva.
“A la Virgen de la Estrella”, de Álamo y cedro (1982).
¿Quién aromó de nardo tu belleza
con la sangre más limpia de Triana?
¿Quién doró tu dolor, quién hizo humana
esa cálida piel, esa tristeza?
¿Quién al sol de la tarde, fortaleza
de nácar vivo, de inocencia llana,
en la mejilla niña y luz de grana
de tu boca, bordó tanta pureza?
¿Quién por la gloria azul de la corriente,
enjoyada de amor, tierna Doncella,
es del aire la más serena fuente?
El río, el cielo, el barrio, ¡todo es Ella!
alabastro de Gracia reluciente,
Madre Divina, Virgen de la Estrella”.
