Jindama

El momento perfecto no existe, no hay un segundo en el que todo se pare para que la claridad ilumine nuestro siguiente paso. Todo viene de corrido, hasta la improvisación improvisa cuando nos ve preparados. Nunca se está del todo listo para nada, nunca se aprende con los pies quietos. Todo lo que más o menos merece la pena, da vértigo. Lo que bautizamos como impensable, hace que nazca en nuestro interior una especie de insecto que nos recorre por dentro con sus patitas, para dejarnos la duda de si el miedo puede hacer gracia. El miedo no es tonto, antes de asfixiar, acaricia, antes de condicionar, se hace el sueco, antes del mordisco, hace cosquillas.

Cuando las piernas y las manos tiemblan, solo hay que preocuparse de que lo hagan con ritmo. Si tiemblas con “flow” es porque la adrenalina está haciendo su trabajo, porque el bicho se ha puesto música dentro de ti y se la está gozando. Si estás taquicárdico es porque los nervios se han hecho con el poder y, probablemente, el insecto se esté echando un Red Bull. Los nervios, en cierta manera, son una especie de valor camuflado, la pantalla de antes del miedo, un animal salvaje que mientras ataca, pide ser domesticado. El nervio domado se convierte en adrenalina, y la adrenalina es gasolina con la que nos enfrentamos al pánico.

Lo que más miedo me da es que el miedo me controle, que decida por mí.  El miedo es un maestro cascarrabias, pero sabio. El púgil noble que cuando suena la campana golpea con furia, pero que al término del combate te abraza si no te ha tumbado. Peleando contra el miedo uno se gana el respeto, el del miedo, y el propio, que es el más importante. Perder por miedo es perder contra uno mismo. “Este mundo es una mierda, pero ya no tengo miedo”, decía el soldado bufón en “La chaqueta metálica”.

Conocer nuestros miedos y llevarlos con orgullo es la mejor manera de no tenerlos. Muchas veces mantener la posesión impide que te puedan marcar un gol. El arrojo y la valentía se construyen con el pánico del pasado. El verdadero pavor no lo produce el miedo en directo, sino en diferido, cuando pasa de miedo a lamento. Todo lo que no se hace, muere, y se entierra en el columbario de las espinitas clavadas, de la cobardía inoportuna, de la ocasión desechada. La duda es la más longeva de todas las consecuencias que otorga el miedo. Si Sánchez no podía dormir con Podemos, yo nunca quiero dormir con “podría”.

Al igual que insinuar no es decir, intentar no es hacer. El “a ver si consigo” es el cuchillo que perfora el saco y lo convierte en roto. El sentimiento de frustración es el tupper donde guardamos nuestras derrotas; abrirlo es la mejor manera de echarse a perder. Me da miedo ser un resentido, sentarme a pensar en lo que habría pasado, engañarme con la excusa de que no se dio la ocasión. Me horroriza dirigir en mi cabeza la película que no me atreví a protagonizar, pensar en que los muertos se pueden estar lamentando bajo tierra. Todo eso, para mí es el terror, lo de la gente disfrazada en Halloween me hace gracia.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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