Inventora de musas

El mundo está lleno de objetos que un día fueron ideas, pensamientos que llamaron a las puertas de alguna cabeza y a los que se les dejó pasar. Nunca es tarde para poder concordar con quien nunca pensarías que lo harías. De Dragó suscribiría poquitas cosas, pero creo que su última manifestación pública, su tuit postrero, estuvo lleno de verdad: “En la cabeza está el secreto de casi todo”. Tenía razón, de ese globo terráqueo que llevamos sobre nuestros hombros sale lo mejor y lo peor, lo que decimos y lo que callamos, lo que vivimos y lo que soñamos. Cada cabeza es un mundo que coexiste con nuestra realidad, y hay mundos por los que fluye tan poderoso el caudal de la imaginación que son capaces de cambiar el universo que compartimos entre todos. Testas que maduran las locuras, cerebros proclives a los fogonazos de genialidad.

Esta semana se apagó una de esas bombillas que iluminó nuestros días. Muchas veces pensamos que la complejidad es el único mecanismo para alcanzar lo revolucionario, pero nos equivocamos. Casi siempre todo está ahí, en un click, en descender a lo primario, en comprender que los humanos son seres simples que están enfrascados en la dificultad. Lo elevado es un estorbo, una trampa que nos autoimponemos. Todo es mucho más sencillo. De hecho, muchas veces no se trata de añadir sino de quitar, de despojarse de lo que sobra, de ser capaz de rebajar lo accesorio. La persona de la que les habló lo consiguió, cambió nuestro presente con su tijera e hizo de la tierra un lugar más hermoso.

Se llamaba Mary Quant e hizo lo que suelen hacer los genios; siguió su propio camino. Como les he dicho todo estaba allí, pero solo ella lo supo ver. En una Inglaterra de posguerra fue capaz de entender que la gente pedía color. Lo vio en la calle, en la juventud, en la música, en el baile. Y no lo dudó, dejó la tienda de confección que tenía junto a su marido y abrió una boutique con la que le dio una mano de pintura a nuestra existencia. Levantó una Estatua de la Libertad, le sacó la lengua al puritanismo y les descubrió a las mujeres la única verdad absoluta; que el mundo empieza y termina en ellas, que sus piernas son la autopista del universo. 34 centímetros y un trozo de tela le bastaron para poner del revés nuestros días. Destapó la sensualidad, sacó a la luz el secreto del poder, equilibró una balanza injustamente trucada.

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Desde entonces nada es igual, empoderó a las mujeres y nos arrodilló a los hombres. Nos hizo el regalo de la erótica, nos puso el babero del deseo y nos invitó a fantasear con la pirámide invertida del imperio femenino. Le acortó los límites al cielo, embelleció el coto del volcán anhelado. Cambió las reglas del juego desnudando los tobillos y las rodillas. Tejió el poema visual de la primavera, llenó el calor de calor, derritió el paraíso. Hizo del adoquín una pasarela, independizó la zancada, lanzó a las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Retrató al machismo verde y retrógrado que señalaba al mismo tiempo que babeaba. Todos esos cortos que acusan de que van demasiado cortas. Mary Quant es la matriarca de esas abuelas revolucionarias, de esas madres rebeldes, de esas niñas bonitas que esta noche se cambiarán en la escalera antes de salir. Ella no tiene la culpa de que cuatro hijos de puta sean unos irrespetuosos. Ella inició la rebelión de la libertad. Eternamente agradecidos.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
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