Instinto y suerte

EL POYETE

Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.

Me perturba pensar en cuántas cosas de las que borramos realmente merecían la pena. Cuántos de los escupitajos de nuestros cerebros recibieron un trato injusto. Cuántos folios rotos contenían algo de brillo, acaso un conato de genialidad, una arrancada de buen gusto. Cuántos aviones de papel se estrellaron en la cordillera de nuestras inseguridades, cuántos aterrizaron forzosamente en la papelera del abotargamiento. Cuántas ideas valiosas desperdiciamos, cuántos tachones estrangularon renglones que deberían haber visto la luz. Cuánta inspiración se confundió con paranoia, cuánto cansancio nubló criterios y le bajó el pulgar a lo que podría haber peleado en la cabeza de los demás.

Debe de existir en alguna parte del universo un vertedero de diamantes sin pulir, una sección de versos perdidos, un desguace de ocurrencias sagaces, un cementerio de frases redondas. Hay un limbo caprichoso que aborta creaciones, que arruina la carrera de lo que no nos convence, lo que no nos termina de llegar, de llenar. Cada persona lleva consigo una interpretación. Cada interpretación lleva el alma de una persona.

Me gusta esa anécdota del admirador que se acerca al director de cine a contarle que hubo un plano que le cambió la vida. Un encuadre que le voló el cerebro, un objeto que le interpeló y que dotó de sentido una escena magistral. Que si hay que ser muy bueno para componer eso, que si hay que tener la sensibilidad muy desarrollada para ser capaz de hilvanar algo tan sutil y a la vez tan hondo. El artista asiente, sonríe, agradece. Y justo al darse la vuelta, cuando el fan tuerce la esquina, le confiesa a su mujer que aquello fue un fallo de racord, que nunca estuvo entre sus planes provocar en el espectador eso que le había comentado el señor.

Las lecturas de lo hecho siempre exceden a nuestras intenciones. Todo lo que sale de la cabeza y los dedos, acaba por irse de las manos. Esa incertidumbre, esa distancia entre lo dicho y lo que se quería decir, esa crianza salvaje y libre de las creaciones, es la que hace interesante este juego.

En definitiva, todo consiste en dos cosas: instinto y suerte. Suerte e instinto. El instinto es el olfato de la mente. La suerte es la gasolina del trabajo. Bob Dylan tiene una obsesión por los primeros impulsos, por preservarlos y no ensuciarlos con correcciones. Así es como se convierte a las erratas en hermosas y singulares marcas de nacimiento. Así es como lo que iba a ser un error pasa a ser una genuina marca de estilo. La naturalidad es un corrector automático. A veces solo hay que dejar las cosas como están, no condenarlas, dejarlas reposar para siempre por si alguna vez alguien viene a encontrarles un sentido. Ser benévolo con un mismo para que lo puedan ser los demás. La autoexigencia es la peor de las censuras. A todo lo que se le da muchas vueltas, acaba por marearse.