¿Infalible?
Así se llamaba un libro del teólogo progresista Hans Küng, hombre de una excelente formación pero echado en manos de su público. Francamente, esto último no siempre es bueno para hablar con libertad. Pues bien, Küng cuestionaba la infalibilidad del papa, cosa que realmente importa hoy a muy poca gente… y tampoco importaba a la mayoría de católicos que se levantaban temprano para ir a ganarse el pan en los años 70.
Y es que desde que terminó el concilio Vaticano II en 1965, el mundo ha vivido auténticos desafíos. Sin embargo, muchos teólogos han preferido hablar del celibato sacerdotal, el sacerdocio femenino, la ordenación de diaconisas o la infalibilidad del papa antes que del armamento nuclear, la cuestión medioambiental, los movimientos migratorios, la cultura de la vida, la mayor articulación de las democracias o el diálogo interreligioso. De esto, en cambio, han hablado los papas extensamente. El mundo al revés.
¿Y qué pasa cuándo un papa se mete en un berenjenal? Pues que le cae la mundial, lógicamente. Le pasó a Pablo VI con el aborto y los anticonceptivos, a Juan Pablo II con el comunismo, a Benedicto XVI con el discurso de Ratisbona y a Francisco cada vez que abre la boca. Hay cosas que le deberíamos de ahorrar a nuestros pastores siendo nosotros quienes nos metamos en el barro. Pero lo que creo que no deberíamos hacer nunca es dejarlos solos.
Y aquí quiero aterrizar este domingo. Siempre he escuchado a cierto catolicismo hablar mal de los papas. De todos los papas. Pero también es cierto que de toda la vida de Dios ha habido gente más papista que el papa. Esto yo lo entendía como una forma de fidelidad en clave de fe. Pero lo que a mí se me escapaba era que son tan papistas como para decirle al papa cómo se tiene que ser un buen papa.
Que conste que a todos nos ha impactado más algún papa que otro. Mis papas destacados de los últimos tiempos son Pío XII y Ratzinger. En cambio, a mucha gente le encanta Juan Pablo II y a Benedicto no lo quieren ver ni en pintura. Pero entre los católicos de misa, el papa era el papa. Había un mínimo de adhesión, de acogida de sus enseñanzas como luz a tener en cuenta. Sus opiniones tenían un peso y servían para ubicarnos en los problemas de actualidad.
En cambio, con Francisco no sucede así. Los obispos que citaban los libros del Ratzinger teólogo como si del magisterio ordinario se tratase, ahora sacan notas en sus hojitas diocesanas aclarando aquello de «las opiniones personales, aún del Papa, no comprometen a la Iglesia en su conjunto». Literal. Pues claro que lo que el papa opina tomando café no me compromete. ¡Estaría bueno! Pero ni de éste ni de los otros. Y aquí está la diferencia. Hay papistas de conveniencia.
Se cuenta una anécdota del cardenal Pedro Segura, al que Pio XII citó en Roma con motivo de una visita ad limina. Durante el encuentro Pio XII “olvidó” comentarle que le enviaba a Sevilla como obispo coadjutor a José María Bueno Monreal. La jugada fue redonda y, cuando el cardenal Segura llegó a Sevilla, ya tenía aquí instalado a su relevo. Desde aquel día, el cancerbero de la ortodoxia más ultra de la España nacionalcatólica se refería a Pio XII diciendo «Pascelli, al cual yo no voté».
Pues en estas andamos. «Bergoglio, al cual yo no voté» parece el leitmotiv de muchos obispos, especialmente españoles y norteamericanos. Estos se afanan en rebajar la autoridad de los pronunciamientos pontificios a meras opiniones personales cuando el sucesor de Pedro sostiene horrorizado la concertina que le da Jordi Evole o dice aquello de «quien soy yo para juzgar» refiriéndose al colectivo LGTBIQ+. Al papa solo le dan algunos el obsequio religioso de su entendimiento, la adhesión a sus palabras, cuando dice lo que quieren oír. Es algo infantil. Tan infantil como no cuestionar. Decía Ratzinger que la crítica es legítima para el teólogo y para cualquier cristiano, pero «será de tanta mayor ayuda si lo que hace es completar una falta de información, aclarar una insuficiencia en la presentación literaria o conceptual y profundizar a la vez la visión de los límites y el alcance de las afirmaciones en cuestión» (La fe como camino, Madrid 2005, p. 51). ¡Qué delicadeza! Me encanta.
Pero a muchos les falta esta madurez. La madurez y la libertad de quienes aman sinceramente. San Pablo confrontó duramente a san Pedro en Antioquía por dejar de comer con los gentiles y disimular delante de los judíos (Gál 2, 11-21). Pablo de Tarso lo hizo porque el amor es responsable. Pero además de responsable, el amor del cristiano es eclesial por definición y debe hacer gala de la humildad suficiente para acoger las palabras de Pedro como se acogen las palabras de un padre, con el que se puede estar más o menos de acuerdo, pero cuya voz no es cualquier voz para mí.
Claro que el papa no es infalible cuando departe en el postre, ni siquiera cuando imparte Magisterio ordinario. La pena es que esto es lo que antes se enseñaba de puertas adentro… hasta que llegó Francisco. Y ahora resulta que sus palabras son una opinión cualquiera «que no compromete». Desgraciadamente, es precisamente ese tipo de catolicismo el que nos devuelve a la irrelevancia eclesiástica de siempre en medio de los procesos sociales, porque se preocupa de si la comunión se debe recibir en la boca o en la mano antes que de los afectados en Valencia, las protestas en Mozambique o la gente que no llega con vida a Canarias o Lampedusa.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.