In the London y la madre que los parió
Hay días en que las fuerzas se desvanecen y ya no aspiras a nada más, o tan sólo a que este mundo te pise el pescuezo lo menos posible. A quedarte fuera, o al margen, si puedes, para que todo lo que te molesta de ellos, que son al fin y al cabo los que manejarán el cotarro de nuestra piel de toro en pocos años, venga a rozarte lo menos posible. Días en los que darías todo lo que posees por ser uno de esos tipos que se mantienen ajeno y distante de todo; como aquellos que aparecen en las películas del oeste con su caballo, su rifle y su talego al hombro. Refugiarte en tus ideas, tus lecturas, para mantenerte firme en tu actitud ante tanto imbécil que a la mínima de cambio viene a explicarte el cómo y el por qué de las cosas. No son pocas las novelas y artículos que he leído sobre este sentimiento, al que quizás podría denominarse desasosiego, o tal vez melancolía; yo tampoco encuentro la palabra apropiada. No son pocas, como os digo. Y lo que queda.
Así comenzó este año, con uno de esos días. O más concretamente, con una de esas noches: Nochevieja. Dejo la copa en la mesa y, tras darle la razón a la joven que me acaba de soltar un discurso sobre qué es el arte y cómo éste influye o es influido por nuestra sociedad, tomo camino de la cocina dejando en el salón del piso a los invitados de la fiesta con sus copas, sus músicas y sus discursos. Llego a la cocina y, tras abrir la ventana, recuerdo que no tengo un maldito cigarro. Hasta primeros de mes, no cobro. Tras una pregunta que llega a mis oídos desde la puerta, un cigarro aparece ante mis ojos. Pues ya ves, contesto. Aquí con un complejo de paria que me voy de vareta. Nos hemos equivocado, colega, porque acabo de enterarme que la médula del asunto era y es otra cosa muy alejada de lo que hemos venido haciendo hasta ahora, que el arte, la cultura, el estudio y la experiencia que forjan al hombre para el oficio, es algo que no lo hemos rozado ni por asomo, y que las clases que recibiste de Anatomía, Composición, Estética o Perspectiva sirven para la misma mierda que las que recibió tu hermano en su carrera o las que recibí yo en su día de Historia del Mueble, Historia de las Artes del Espectáculo, Espacio Escénico o Literatura en la mía. Incluso tus años de Conservatorio allá en el pueblo, para nada. Y es que hemos estado haciendo el canelo creyendo lanzar mensajes al mundo mediante tu música y mis artículos, mientras éste se partía de la risa. Y no es para menos.
Imagínate el cuadro que componemos. Tú cruzando Madrid de punta a punta un par de veces al día y de lunes a viernes para impartir clases de dibujo, pintura o música, tu hermano de monitor en éste o aquél colegio en los que lo mismo vigila a los nenes en el recreo que enseña época y autor de éste o aquél cuadro, y yo, encajándome cada miércoles en el norte de Madrid para montar “Caperucita roja” con un grupo de pequeños y pequeñas a los que le hace tela de gracia cómo digo “os he dicho sientos de veses que os senteis”. El resto de la semana, ya sabes dónde puedes encontrarme. El 26 te deja en la puerta. O casi. Y en los ratos libres, tu a aporrear el teclado y yo las teclas del ordenador. Caramelo.
Pero estos aporreamientos no nos van a llevar a ningún lado. A cruzarnos Madrid de punta a punta en el cercanías. Poco más. Y no es que lo diga yo porque he visto la luz, que por cierto, tenemos que estar al loro con la factura de Noviembre, que como nos descuidemos nos la cortan, sino que me lo ha dicho la joven con la que me viste hablando en el salón. Ella sabe. Ella vive en London y parla la lengua del comandante Nelson que lo flipas. Por lo visto ha estado viviendo en casa de okupas durante un par de meses, antes de pasarse a una residencia en la que lleva un par de años. Ahí se hizo los pircings que lleva en cada pezón y uno más abajo, en el ombligo, en la residencia. Los veranos los pasa en festivales de música harcore, tecnocore, indicore y algo más que termina en core. Tremendo. Cada verano, entre concierto y concierto, ha conocido a tela de gente de todo el mundo. Lo mismo a anti-sistemas que a miembros de grupos como Lenguas sin Fronteras, Condones sin Códigos de Barras, Achuchones y Refregones por la Paz y algunos más que ahora no recuerda. O sea. Conocer. Comunicarse. Vivir experiencias. Dejarse llevar. El acabose.
La cultura está en London, como dice la joven. O en Nueva York, también. Ahí seguro que triunfamos. Porque aquí, qué podemos encontrar aquí, en un país donde la gente no se pone de acuerdo ni para pedir un café. Solo. Cortado. Con leche. Descafeinado de sobre. Descafeinado de máquina. Para mí un menta poleo. Aquí, como mucho, podemos encontrar a pocos pasos de esta calle, justo esquina con Atocha, el lugar donde se hizo la edición príncipe del Quijote. Y si nos metemos por la calle Cervantes, pasaremos ante el lugar donde vivió Lope de Vega sus últimos años y escribió sus últimas comedias. Por esas mismas calles, hoy denominadas en conjunto Barrio de las Letras, pasearon y moraron Miguel de Cervantes, el citado Lope, Francisco de Quevedo y su enemigo Góngora. En la esquina de la calle León con la calle Cervantes, una lápida señala el lugar en el que, olvidado y en la miseria, vivió y murió el autor del Quijote. Y en la calle Lope de Vega, antiguamente llamada Cantarranas, está el convento de las Trinitarias; el sitio en el que descansan las cenizas de don Miguel, sin apenas homenajes público que lo señale. Por eso, en noches como esta y en ambientes y pisos ajenos, me pregunto por qué mi madre no me parió en London.
CON LA PALABRA EN LA BOCA
Lector fiel de las páginas escritas por Virginia Woolf, Dulce Chacón, Pérez Galdós, Buero Vallejo y Ramón J. Sender. Licenciado en Escenografía y Dramaturgia por las escuelas de Arte Dramático de Sevilla y Madrid respectivamente. Máster en Creación Literaria por la Universidad de Sevilla. Máster en Estudios Feministas y de Género por
la Universidad del País Vasco. Docente en Escola Superior de Arte Dramática de Galicia. Cursando estudios de doctorado en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid.