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Ida y vuelta

Ida y vuelta

Con la ilusión de reencontrarme con mi pueblo viajo a Osuna, a sabiendas de que ya nada será como antes, pero con la esperanza de poder contemplar intactas sus calles y plazas, festoneadas de bello caserío histórico y monumental por las que caminé y paseé en mis tiempo de juventud.

04 de abril de 2022. En Huelva subimos al coche (Eva al volante) y pusimos rumbo a Osuna. Desde la la rotonda de entrada giramos a la izquierda y, por la tercera salida, tomamos la calle Ejido, que nos condujo a la calle San José de Calasanz. Nos detuvimos ante el colegio Rodríguez Marín, el colegio que no había conocido y que me moría de ganas de conocer. A nuestra llegada nos recibió su director, D. Fidel González, quien, atento y con una sonrisa alegre y jovial, nos dio la bienvenida y nos acompañó en un recorrido por algunas de sus estancias. Me emocionó pensar que en aquellas aulas se habían pronunciado palabras magistrales de antiguos compañeros y amigos míos, hoy desaparecidos, (Manolo Bernal, Curro Jiménez Tusset, los hermanos Villalba y Carlos González) y que tantos niños y adolescentes ursaonenses pudieron oír.

A la despedida, Fidel me obsequió con un grabado, un cuaderno y un bolígrafo, conmemorativos del 50 aniversario del colegio, regalo que recibí con placer y agradecimiento.

Complacido y animoso, nos encaminamos hacia el IES Rodríguez Marín, un centro que, como todos en Osuna saben, estuvo localizado en el edificio que fue universidad y que, retomadas en el mismo las funciones universitarias a finales del siglo XX, fue ubicado en el viejo edificio residencia del asilo de ancianos, regido entonces por «Las Hermanitas de los Pobres». Nos recibió su directora, Doña Ana María López Herrera, quien, deferente y acogedora, dedicó magnánimamente unos minutos de su valioso tiempo a mostrarnos algunas dependencias, destacando la antigua lavandería del asilo, una galería convertida hoy en una bien conformada biblioteca. Asimismo nos condujo a una sala donde se conservan muebles, legajos y otros objetos de la vieja institución.

Fue muy emotivo entrar en aquel edificio, visto no menos de setenta años atrás, y que hoy ha cambiado la noble función de asilo de olvidados de la sociedad a la no menos noble función de la docencia.

Contentos y agradecidos por el trato recibido en ambos centros docentes nos dirigimos a echar una rápida ojeada al Paseo de San Arcadio, donde encontré quietud, silencio y un momento para los recuerdos. Tras unos minutos de sentidas evocaciones tomamos la dirección de la plaza Mayor con el fin de entrevistarme, café incluido, con Álvaro Reina, redactor de El Pespunte. Durante más de tres años hemos mantenido una cordial relación de colaboración en El Pespunte y, en este tiempo, convinimos en tener un encuentro personal, que varios accidentes y oleadas de Pandemia han ido aplazando en espera de condiciones favorables, que por fin hoy se han cumplido.

El encuentro tuvo lugar en el Casino, y con Álvaro, mostrándose siempre afable y amistoso, la conversación fue distendida y animada, y marcó un momento tan grato como interesante de mi visita. Finalizado el encuentro, y ya en la calle, Álvaro me presentó a su familia, a la que me encantó conocer.

Seguidamente me dispuse, con emoción contenida, a pasear por La Carrera. Extiendo la mirada sobre esa calzada peatonalizada y en mi retina se refleja la imagen alegre de mis recuerdos: La Carrera dando la mano a sus hermanas en feliz armonía. De repente cayó sobre mí una sombra que me hizo vacilar, un instante de turbación. -Estaban ahí-, me dije: -blancos marfil, custodiando las aceras, orgullosos de ser de Osuna representativos, exclusivos, conservados por el alma común de los hijos del pueblo como un legado histórico y que hoy han sido inmolados sin ganancia para la estética, tronchando un testimonio ancestral -. En su lugar se han implantado losas grises, que no blancas, como divisoria de zonas y como si se quisiera hacer de La Carrera una calle «gris» sin sello distintivo y, desde luego, desacoplada del resto.

-¿Y qué misión cumplen ahí los bolardos?- me pregunté asimismo. Puede entenderse que en las calles con circulación rodada y aceras elevadas se coloquen para evitar que los vehículos sean aparcados sobre ellas. Pero las calles peatonales son para los peatones y cualquier conductor de vehículo a motor que transite por ellas debe comportarse como si de un paso de cebra se tratara, dando prioridad absoluta al peatón, que tiene derecho a circular por toda la calzada sin limitaciones, pues la calzada entera debe ser completo dominio del bienandante.

Una tímida lagrimilla pugnaba por aflorar, que yo enjugué en ciernes, pues no podía permitir que nada me amargase las horas dulces que me disponía a disfrutar en un pueblo que fue mío y que así continúo considerándolo.

Caminando llegué arriba y hubo alegría en mi corazón al ver la Carrera auténtica, la que era, la que fue y la que por fortuna todavía es, la que conservaba su pureza, fiel a su pasado y, quiero creer, a la voluntad del pueblo.

Es claro que el progreso exige modificaciones en las estructuras urbanas, adaptándolas a las cambiantes necesidades de la población. Así que: peatonalización, sí, pero respetando las peculiaridades del pueblo.

Seguí mi camino y subí por la calle Alpechín, entré en el número 9 y saludé afectuosamente a la familia Rodríguez-Buzón Calle–Bernal y, después de haber transcurrido varios decenios de ausencia, pude abrazar a mi gran amigo Salvador.

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Me hubiese gustado contactar con otras instituciones y personas, pero no se puede esquivar el tiempo y mis horas en Osuna estaban ya consumidas y acabadas.

Tras abrazar con cariño a mi cuñada María Dolores y a mis sobrinos y compartir con ellos el almuerzo, regresamos a casa complacidos y agradecidos por las atenciones recibidas.

En Huelva, abril de 2022

Antonio Palop

 

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