Huévar del Aljarafe se convierte en un “hervidero” semansantero a la espera de su “Chicotá”
- Más de cuatro siglos de historia volverán a pisar las calles de Huévar si la meteorología lo permite.
- Jueves y Sábado Santo congregarán a miles de personas en las calles y el “Señor de los Hornazos” inundará el municipio con la alegría de la Resurrección.

Existe un reloj en el corazón del Aljarafe que marca una cuenta atrás que lleva corriendo más de trescientos días. Existen cuatro hermandades que aguardan su momento desde que el pasado año la Semana Santa estuviera pasada por agua. Existen hermanos y vecinos que preparan sus mejores galas; chiquillos que sueñan con ser costaleros que acogen el papel de fariseo; cofrades que esperan a ser amarrados a sus hermanos en una tarde de Martes Santo; velas que serán encendidas en recuerdo a los hermanos fallecidos, cuya alma acompañará María Santísima de la Sangre; mujeres vestidas de mantilla que no se separarán del sepulcro que recoge el cuerpo inerte de Dios; Hornazos que quieren deslizarse en el horno para alegrar el estómago de la Resurrección.
Huévar del Aljarafe ya es un hervidero semanasantero que espera ansioso la llegada de la Semana Mayor. El reloj ya casi marca la semana última de cuenta atrás y los vecinos convierten su especial seña de identidad que los acompaña en el corazón durante el año en las armaduras que vestir en la calle, en su orgullo cofrade. Es el momento de vivir la fe no sólo en el templo, sino por las calles, es el momento de salir cuidadoso por la puerta ojival de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, de mostrar al mundo la palabra de Dios, de convertirse en transmisor de la devoción y la pasión por Cristo. Es momento de Semana Santa de Huévar del Aljarafe. El traslado de María Santísima de la Sangre, el jueves anterior al Viernes de Dolores, advierte la llegada de la Semana Grande, del fin de la cuenta atrás, del inicio del esplendor del sentimiento cofrade. El viernes le sigue.
No se confundan, que ya está aquí la alegría de la llegada de Jesucristo a Jerusalén. Ya viene La Borriquita a celebrar su juventud, a celebrar a los recién nacidos en el municipio en su tradicional Chicotá. Una celebración de la natalidad que ya cuenta con décadas de historia, que ya admiró allá por 1993 la llegada al mundo de personas que ya peinan canas, de vecinos que han crecido y aupado al pueblo, de las generaciones presentes y futuras. Un Domingo de Ramos en el que cientos de chiquillos se visten de fariseos para recibir al hijo de Dios, en el que la Palma verde, llena de vitalidad, que acompaña a Dios sobre el paso refleja el sol incipiente, que ha despertado para alumbrar la primera procesión del Domingo de Ramos de la provincia. Un paso que avanza alegre, con la madera tallada imponente, con un castaño que recuerda al caoba, coronada con el pan de oro que sujetan los ángeles que auxilian a Jesús, alumbrada por el dorado de los faroles que destacan, más si cabe, al Rey de los Judíos sobre la mula, anunciando su llegada a ritmo de del cloc, cloc cloc cloc de la caja china que reposa sobre los tambores.
De la alegría a la emoción de ver a Nuestro Padre Jesús del Gran Poder salir precavido, con la cruz armada al hombro rozando el arco, con el morado por bandera y la Cruz de Espinas clavada en la sien, a punto de dar la vida por los suyos. Meciéndose por las calles de Huévar desde 1890, con la madera en crudo, austera pero detallada, con los faroles alumbrando en la penumbra, bailando a las trompetas mientras la soga dorada del señor acompaña los movimientos de la cuadrilla, de izquierda a derecha, con emoción, con toque, con el tintineo constante sobre la cama de rosas. Acompañado de los nazarenos amarrados, unidos por una soga y por el amor a Cristo, anunciando que su destino está subyugado al de sus hermanos. La Cofradía de los Amarrados, como la conocen en extramuros de Huévar, se hace con el Martes Santo. El Gran Poder deja una de las estampas más pintorescas de la Semana Santa por la simple razón de que, si bien no está comprobado que no hubiera algún motivo complementario, los nazarenos guardasen el orden. Ahora también guardan la historia de la cofradía, las espaldas de sus hermanos, el corazón del nazareno con la cruz al hombro.
Habría que remontarse al siglo XVI para admirar el primer Jueves Santo procesional de Huévar, de la mano de la Hermandad de la Sangre. La más antigua del municipio, que se muestra al mundo desde la sede eclesiástica de la Ilustre y Fervorosa Hermandad del Cristo de la Vera Cruz, María Santísima de la Sangre y Santiago Apóstol. Lo hace de la mano del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, que nos muestra a Dios crucificado, sobre pétalos morados que adelantan el dolor y la penitencia, la preparación para el más amargo de los sinsabores espirituales, el luto. Con el único detalle en plata del martillo, que asemeja a una cruz. El cristo es abanderado por las mujeres de mantilla y custodiado por su madre, María Santísima de la Sangre. Esta acompaña sin lágrimas, con la corona dorada, vestida de verde y blanco, que acompasa con las flores y las velas, que sustituyen al sol en su caída. Con la solemnidad de su palio, lleno de detalles, de arte cofrade, de un bordado diseñado al milímetro. Con cada levantá que acerca al cielo las almas de los hermanos fallecidos ese año, que se encuentran representadas por las velas de las candelarias. Velas que llevan alma y sentimiento y que son entregadas a las familias a la postre del Jueves Santo.
Es momento de luto. Jesús ha muerto en la cruz. Ha sido ungido y su cuerpo, entregado por todos y cada uno de los hervenses, se ha depositado en una urna de cristal bordada de oro. El luto de los faldones resalta el dorado del paso, que dignifica el cuerpo de Dios padre, del Cristo Yacente, tristemente condenado por su pueblo. Su cuerpo, procesionado también desde el siglo XVI, se encuentra semidesnudo, muestra la humildad del hombre que fue Dios, de aquel que tuvo que morir por todos nosotros para demostrarnos lo que significa el verdadero amor. El cuerpo de Jesús no se encuentra solo. Su madre, nuestra madre lacerante, Nuestra Señora de la Soledad, lo acompaña de luto, con el palio oscuro, con el duelo a flor de piel, con las lágrimas negras caídas sobre su rostro. Se mece con suavidad, muestra su dolor, se aflige junto con el corazón de Huévar, se descubre como madre y penitente.
Pasa la noche, cae la luz, se guarda el luto más profundo. Pero los primeros rayos de sol anuncian la buena nueva, la noticia corre como la pólvora desde la Plaza de la Motilla hasta la Calle de la Alegría. Esa cuyo nombre casa con el domingo más importante del año para los cristianos. Dios ha resucitado. El Señor de los Hornazos ha llegado, El Resucitado se desliza por la rampa de la Iglesia Parroquial, es subido a lomos del paso, es aplaudido por sus vecinos, aclamado por todos. De blanco impoluto, con la mano apuntando al cielo para bendecir al pueblo que lo ha llorado, coronado por el dorado de las espinas, que ya no se clavan en su sien, que muestran libertad y no calvario. Se pone frente a frente al Santísimo Cristo de la Vera Cruz y a María Santísima de la Sangre. Les agradece su sacrificio. Se reparten Hornazos, un dulce horneado con el aroma de las especias, una torta cocida con un huevo en medio, una refuerzo para los estómagos alegres por la resurrección, para los costaleros que han vuelto a sacrificar su sudor por Cristo. Termina la Semana Santa no sin antes realizar el traslado de vuelta de la Virgen de La Sangre a la Iglesia, que tiene lugar el lunes, tras el domingo de resurrección. Vuelve a comenzar la cuenta atrás.
