Histórico descubrimiento de las Reglas primitivas de la Hermandad del Dulce Nombre de 1582

En ocasiones, las clausuras de los conventos desvelan parte de los tesoros que han permanecido ocultos durante siglos y arrojan cierta luz sobre nuestra historia. Tal es el caso del hallazgo hace unos días de un libro en el monasterio de mercedarias descalzas de Nuestra Señora de Trápana, más conocido como de la Encarnación. En él, se contienen varios documentos, entre los que sin duda destaca uno sobre manera, el correspondiente a las primitivas reglas de 1582 de la Cofradía y Hermandad del Dulcísimo Nombre de Jesús, del convento de Santo Domingo. Gracias a la intervención de David García García se ha podido recuperar y se ha puesto en conocimiento del hermano mayor de la Hermandad de Dulce Nombre.

Los estatutos aparecen porticados con el escudo primitivo de la cofradía, compuesto por la Nomina Sacra del anagrama de Cristo (“IHS”), coronado por una cruz y tres clavos a los pies, inserta en un óvalo de rallos refulgentes rectos y curvos. Están escritos con caracteres propios de la “humanística redonda”, en tonalidad sanguina. Los párrafos se encabezan con la característica capital clásica en tinta roja inserta en cajas con distintos motivos decorativos renacentistas.

Este documento se une a la nómina de reglas primitivas del siglo XVI que afortunadamente conservan otras cofradías de Osuna, como las de la Santísima

Sangre de Nuestro Señor Redentor Jesucristo (1576) y las de la Quinta Angustia (1582). En ellas se refleja el espíritu que animó a las cofradías de Semana Santa en su origen, que se constituyeron como comitivas muy sencillas bajo el sentido del dolor, la aflicción y la unción religiosa, donde lo más importante era la contemplación de la Pasión y Muerte de Cristo y su imitación a través de los ejercicios de penitencia, ya fuera la disciplina o la flagelación pública o bien la penitencia portando cruces.

Realizaban su estación de penitencia en la noche del Jueves Santo al Viernes Santo. Sólo llevaban un Crucificado de pequeño tamaño portado a mano, al que con posterioridad se añadió una imagen de la Virgen vestida de dolor sobre unas sencillas andas. No llevaban ningún adorno o acompañamiento musical, más que un tambor destemplado o una trompeta que “tocase de dolor” abriendo el cortejo y los clérigos o algún coro entonando algún canto litúrgico. Los penitentes vestían sencillas túnicas de tela basta sujetas por un cordón y cubrían su rostro para preservar el anonimato. Eran estaciones nocturnas, la hora más a propósito para crear una atmósfera de constricción. Lo que justifica que, junto a los disciplinantes, todas las cofradías contaran con hermanos de luz que portaban antorchas o hachas de cera para alumbrar a la comitiva, sobre todo, a los flagelantes, y acompañar a las imágenes que presidían el cortejo. Con el paso del tiempo se inicia un proceso de treatralización y enriquecimiento del aparato formal de las procesiones que tendrá como resultado la pérdida de su primitivo carácter austero y, en un proceso lento pero constante, la desaparición de las prácticas penitenciales que implicaban grandes sacrificios. Será a finales del siglo XVI cuando se generalice una nueva estética devocional y con ella un nuevo concepto de la estación penitencial como expresión escénica de la cofradía plenamente barroca, que ya en el siglo XVII y XVIII se consolida como procesión de acompañamiento de la imagen. Paulatinamente va desapareciendo la figura del cofrade de sangre y toma protagonismo el de luz o nazareno.

Por las reglas encontradas se confirma que la Cofradía del Dulce Nombre salía en la tarde del Jueves Santo o Jueves de la Cena, como también se le conocía. Los hermanos debían ir a la procesión con túnica y capirote blancos y escapulario “colorado” con el escudo del Nombre de Jesús. Ninguno podía llevar escapulario de seda o escudo de plata. Resulta destacable que, pese a los avatares por los que suelen pasar este tipo de instituciones a lo largo de los siglos, la Cofradía del Dulce Nombre haya conservado los colores primitivos que se marcaban en sus reglas fundacionales. Contaba la Cofradía con hermanos de luz, que con las hachas o cirios que portaban iluminaban el cortejo, y con hermanos de cruz, que estaban obligación a ir descalzos, con una soga “echada” al cuello y ceñida por el cuerpo”, y una cruz a cuestas “en memoria y en remenbrança de la que nuestro señor jesucristo llevo”. En la procesión se llevaba “un christo grande” que sería portado por los hermanos que el hermano mayor señalara. También iba “Una imagen de nuestra señora”. Delante de las imágenes se dispondrían las hachas y cirios y el estandarte, que lo llevaría uno de los oficiales. El cortejo se acompañaba de cantores, “como se tiene costumbre cantando la letania”.

Aunque el conjunto de documentos que se compendia en el libro está a la espera de ser estudiado, en una primera aproximación podemos entresacar algunos detalles. 

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Entre los registros que se anexan al documento original se encuentras distintos asientos relativos al devenir de la cofradía a lo largo del siglo XVII. Destaca una relación confeccionada en el siglo XVIII de los lugares que debían ocupar las hermandades existentes en la villa ducal durante las procesiones generales y públicas. Su ubicación venía marcada por el año en que se aprobaron sus reglas. Por ella sabemos que ya en 1560 había una Cofradía en el convento de Santo Domingo denominada de la Cabeza y Soledad de Nuestra Señora. Y también que la Cofradía de la Paz y San Roque del convento de Consolación, que ya existía en el siglo XVI, tenía aprobadas sus reglas en 1602, y no en 1653, como se había creído hasta ahora, con lo que se retrasa sustancialmente la fecha de su fundación.

 

Informa: Pedro J. Moreno de Soto

Fotos: Imágenes de las Reglas halladas. La primera de las imágenes corresponde al escudo primitivo de la Hermandad del Dulce Nombre.

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