Hay tiempo


He suspendido el práctico del coche. Me traicionaron los nervios y un inoportuno bordillo se chocó con mi vehículo cuando estaba aparcando. El fallo según la distraída examinadora fue mío, claro. Pero eso no fue todo, parece que toda la vía se quiso confabular contra mí aquella mañana y cuando estaba entrando en una rotonda, una señal roja y blanca (no podía ser de otro color) se entrometió en mi paso. ¿No la has visto? – me dijo. Sí, qué maleducada pensé, he llegado yo antes. En fin, al final del examen, ante mi estupefacción me dijeron que no era apto para recibir el carné de conducir. Estuve a punto de girarme y hacerme un Joao Félix, pero claro, dentro de un coche no me hubiese quedado igual que con una grada llena de gente pidiendo que no me expulsasen. Vamos, que, por ahora, toca seguir mamando metro.
Siempre nos vemos en la tentación de echarle la culpa a quien no la tiene, de intentar remendar un fallo con aspavientos, como si nuestra pueril indignación eclipsara lo que hemos hecho mal. Al igual que los aciertos no se desvanecen, las huellas del error también quedan, de lo contrario, el mundo sería un lugar injusto. Hay que tratar de ser inteligentes, de no colaborar con otra pifia a hacer más potente la inercia del desacierto. La única manera de suplir una cagada es con un acierto, el que intenta excusarse lo único que hace es publicitar su equivocación. Muchas veces, somos tan torpes que difundimos nuestras malas acciones cuando en realidad nadie había reparado en ellas.
Cuando alguien yerra, está construyendo un peldaño para mejorar, las piedras con las que chocamos son el material sobre el que se edifica nuestra sabiduría. Chocar es inevitable, aprender del golpe una buena decisión y construir una pirámide con los resquicios que se hayan desprendido de nuestro golpe, una genialidad. Ahí le doy la razón a Nacho Cano, me parece un ejercicio precioso construir pirámides en sitios insospechados. Es como cuando andas borracho como una cuba, entras al servicio a mear y mientras estás disfrutando de la beoda micción te da por mirar arriba y ves un graffiti. Ahí es cuándo te preguntas; ¿cómo coño ha llegado eso hasta ahí?, ¿quién pensó que era buena idea subirse a la tapa del váter y pintar en el techo? Al final, acabas pensando: pues en verdad está guapo.
El caso es que como dijo aquel hombre que tenía la mesa puesta y vio en sus narices cómo un volcán erupcionaba; hay tiempo. Siempre hay tiempo. Hay tiempo para comer y hay tiempo para una cerveza después de clase, o incluso para un botellón masivo. Hay tiempo para ir a Estados Unidos y volver para la convención del partido, hay tiempo para aprender vulcanología y comentar como un verdadero experto en Twitter. Hay tiempo, maldita sea, para que le metan un gol en el descuento al Betis, hay tiempo para que Federico desherede a Abascal, hay tiempo para todo. Hay tiempo para vivir, hay tiempo para equivocarse, para acertar e incluso para volver a equivocarse. Mientras sigamos respirando hay que pensar que siempre hay tiempo, que la boca de nuestro volcán, que es el corazón, seguirá escupiendo la lava de nuestra sangre. Ya habrá tiempo para conducir…
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