Guardia Civil

Álvaro Jiménez Angulo

CON LA PALABRA EN LA BOCA

Lector fiel de las páginas escritas por Virginia Woolf, Dulce Chacón, Pérez Galdós, Buero Vallejo y Ramón J. Sender. Licenciado en Escenografía y Dramaturgia por las escuelas de Arte Dramático de Sevilla y Madrid respectivamente. Máster en Creación Literaria por la Universidad de Sevilla. Máster en Estudios Feministas y de Género por
la Universidad del País Vasco. Docente en Escola Superior de Arte Dramática de Galicia. Cursando estudios de doctorado en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid.

Circula a lo largo y ancho de Internet un video en el que aparece un guardia civil tirado en el suelo, con un tipo encima que no para de darle puñetazos. Así, con el puño cerrado, uno tras otro. El suceso tiene lugar en una carretera, en mitad del campo. Pero lo que ha irritado a parte de la población que ya ha visto las imágenes no son sólo los golpes que recibe el agente, que también, sino los tres o cuatro compañeros que están alrededor, con sus uniformes verdes, y un grupo de gente jaleando a unos metros, dale fuerte, pégale en la boca, y la escena acaba cuando el guardia se quita al hombre de encima y puede ponerse en pie.

Miedo a las consecuencias, dicen. A un juicio posterior y lo que pueda venir. El ataque ha provocado que en redes sociales algunas personas expongan su opinión sobre tal suceso: una vergüenza. Cómo puede ser que un guardia civil sufra tremenda agresión y haya gente animando, grabándolo en video, y compañeros del agredido presentes y sin atajar el problema de forma rápida y contundente.

Pero pongamos por un momento que uno de esos compañeros hubiera intervenido con rapidez y contundencia, ¿qué viene después? Posibles denuncias. Abuso de autoridad. Abogados/as. Juicios. Por qué actuó usted así y no de otro modo. Son estos mismos comentaristas los que denuncian por las mismas redes que tanto guardias civiles, como policías nacionales y locales, están atados de pies y manos por los políticos de turno.

“Le sobre lengua para criticar a un policía, pero le faltan huevos para ser como ellos.” Se lo dijo Macarena Olona, en RTVE, a Pablo Iglesias. Y es que allá por el 2012, el que fuera líder de Podemos dijo en televisión, referente a unas imágenes en las que se mostraba cómo un grupo de manifestantes rodeaba y daba de patadas a un policía, “tengo que reconocer que me ha emocionado”. Lo dijo mirando a cámara, sin que le temblara el pulso ni nada. Búsquenlo por el ciberespacio. Yo lo he hecho, y mientras atiendo a tales palabras me pregunto cómo una persona que dice tal cosa es nombrada tiempo después vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España. Pero en este país sí se puede. Se puede y se hace. Y por estas emociones de un individuo concreto, entre otras muchas cuestiones, llegó hace tiempo a mis oídos un rumor que corre por redes sociales y por calles y plazas sobre que una parte no pequeña de los y las simpatizantes y militantes de los partidos de izquierda sienten profundo odio y desprecio por todo agente del orden uniformado, y no. No es así.

Casas okupa en Madrid, bares gallegos en los que no suele hablarse castellano y algunas herriko tabernas han sido a lo largo de mi vida espacios en los que celebrar fiestas, en algunas temporadas lugar de trabajo y, hoy día y concretamente las herrikos, zona de investigación para mi tesis doctoral. Como en toda casa de vecinos, hay de todo: desde individuos/as saludando puño en alto ante las palabras anteriormente citadas del señor Iglesias, a personas conscientes que bajo ese uniforme hay un funcionario y padre de familia ganando un modesto sueldo. Y ahora recuerdo lo que me contó un amigo vasco. El accidente tuvo lugar en una carretera, entrando en Gipuzkoa. El autobús traía pasajeros de vuelta a su localidad una nevada tarde de invierno de finales de los años 90. Venían de visitar a sus familiares presos -condenados por pertenecer a ETA o a su entorno- en una prisión situada en Andalucía. El autobús se detuvo, no era posible ponerlo en marcha de nuevo, la nieve no paraba de caer y el vehículo se enfriaba por momentos. Tras unos minutos, llegaron varios coches de la Guardia Civil. Bajar a las personas de más edad y trasladarlas con urgencia a sus respectivos domicilios fue la primera decisión. Y por primera vez en su vida, así lo recordaba y así lo relató, mi amigo escuchó la voz de uno de ellos. Tenga cuidado al pisar el asfalto que está resbaladizo, dijo un guardia mientras sostenía del brazo a una mujer que venía de visitar a su hijo.

Desde aquella tarde, confesó, en cada manifestación a la que asistía para luchar por la libertad de su pueblo gritaba, levantaba bien alto las pancartas, pintaba paredes con las palabras GORA EUKADI ASKATUTA, pero jamás volvió a lanzar una piedra.