Guantazos de realidad
Alberto Pugilato, el tipo que fue a calentarle el morro al ‘cómico’ Jaime Caravaca, es un nazi. Esta afirmación no es subjetiva, se basa en la hemeroteca y en los propios tuits de Pugilato. Ahora bien, eso no quita que el guantazo no estuviera justificado. Pensémoslo al revés: qué mal has tenido que hacer las cosas para que te zurre un nazi y la gente piense que estás bien zurrado.
El comentario del ‘humorista’ sobre el hijo recién nacido del cabeza rapada es indefendible por cualquier persona con sangre en las venas. Eso hace que el nazi opere como padre, y goce de la empatía de cualquier progenitor que hubiera reaccionado, o hubiera soñado con reaccionar, de manera similar si un cantamañanas le dedica a su bebé un comentario tan execrable que en ningún caso puede estar amparado por el humor.
Caravaca cometió dos errores. El primero fue no saber distinguir entre Pugilato y su hijo, meter en su batallita ideológica a un recién nacido para que su parroquia virtual le alabara el mal gusto. El segundo fue que, como la gran mayoría de la sociedad, se envalentonó detrás de la pantalla de su móvil creyendo que lo que dice no tiene consecuencias, que te puedes ir de rositas.
Creo que ahí está la única lección válida de esta polémica, en la deformación social de creernos impunes detrás de un teclado, sin dar la cara. En soltar barbaridades que jamás seríamos capaces de decir en el bar, la parada del autobús, la escuela o la plaza. Twitter nos ha hecho creer que las relaciones sociales son un frontón, que no tienen más reacción que un bloqueo u otro insulto. Pero no, Twitter no es la vida real, es un sitio lleno de propaganda, falsos alardes y cámaras de eco.
Es por eso, porque nadie defendería que Caravaca se acercase a un padre que empuja un carrito por la calle y le dijera que no va a poder evitar que ese niño «coma polla de negro obrero», que hoy se están aplaudiendo las represalias de un tipo al que, probablemente, mucha gente jamás aplaudiría, sin contar, claro, con todos esos perfiles con ranitas en el avatar que actúan de manera más cobarde que el ‘cómico’, que por lo menos firma sus bazofias con nombres y apellidos.
No obstante, cuidado con romantizar y popularizar comportamientos como los de Pugilato o Barrul, el boxeador que le metió una paliza a un energúmeno en el cine. Sus casos, aunque moralmente justificables, constituyen un delito con consecuencias penales, también eso es la vida real, y pueden ser la puerta de entrada para que pirados con ansias de una tarde de fama en una red social la emprendan a piñas con gente que piense distinto. La violencia llama a la violencia. Mucho ojo.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.