El glamour de las palabras

(De los nombres de las cosas)

¿Cómo puede la Academia de la Lengua española admitir en las páginas del diccionario, igualándolas con psicólogo y psiquiatra y psicología y psiquiatría, las palabras sicólogo y siquiatra y sicología y siquiatría? Adviértase cómo la misma Academia no ha aceptado sique además de psique.Sique está bien, por ejemplo, para designar a un ritmo y baile folclórico nacional de Honduras que se acompaña con guitarra y marimba y se baila en pareja, pero sique no es nada adecuada para tratarse de tú a tú con psique, porque psique viene del griego y significa ni más ni menos que alma; por eso, la psicología es la parte de la filosofía que trata del alma y es la ciencia que estudia la mente y la conducta.

La Academia de la Lengua, cuyo lema es más adecuado para un detergente o un barniz –“Limpia, fija y da esplendor”-, derrota, se escora, tiene la manía, en un malentendido afán de unificación de la lengua, de castellanizarlo todo, de igualarlo todo planchándolo y puliéndolo hasta conseguir desnaturalizarlo, hasta conseguir vulgarizar hermosas palabras despojándolas de su belleza, de su atractivo, de su glamour.

Es lo que consigue la Academia despojando a esas palabras cultas de su “p” inicial. Es lo que consigue admitiendo en el diccionario a palabras como asín (adv. vulg.), almóndiga (U. c. vulg.),… Sí, nos advierte de que su uso es vulgar; pues, si su uso es vulgar, que la Real Academia Española de la Lengua demuestre su realeza y su nobleza y su “limpia, fija y da esplendor” no permitiendo que se vulgaricen ciertas palabras y, si el pueblo las habla así, que las dé por incorrectas en vez de darles carta de naturaleza aceptándolas y acogiéndolas en el diccionario; y que le diga al pueblo que eso está mal hablado y mal escrito.

Es una guerra que se trae la Academia contra las palabras cultas, las palabras que provienen de otros idiomas,… una guerra contra algunas consonantes iniciales, contra algunas consonantes finales (bidet, carnet, chalet / bidé, carné, chalé), contra la letra “k”(kiosco, kilo, kimono / quiosco, quilo, quimono), contra la letra “w” (wáter, whisky / váter, güisqui). ¿Qué tiene la Academia contra estas letras? ¿Qué más le da a la Academia que las palabras sean de origen culto? ¿Qué más le da que sean extranjeras?

Es una cuestión de glamour. Y el glamour es importante. No es lo mismo comprarse o tener un chalet que un chalé, no es lo mismo ir al wáter y hacer uso del bidet que ir al váter y hacer uso del bidé, no es lo mismo sacarse un carnet que sacarse un carné,… Y, por supuesto, no es lo mismo tomarse un whiskyque tomarse ungüisqui. Tomarse un whisky –bella palabra, bella ortografía, bella combinación de grafías- tiene glamour, se lo toma uno a gusto porque tiene glamour, pero pedir en algún sitio un güisqui es que es una catetada sin glamour ninguno; es igual que cuando el alcalde de Lepe recibió allí, en el bar más céntrico de Lepe, a Bond, James Bond, que iba a rodar allí alguna escena de una película y el alcalde de Lepe, después de presentarse Bond, James Bond, se presentó como Brosio, Am-brosio, y James Bond se pidió un Gin Tonic y el alcalde de Lepe se pidió un Gin, un Bote-llín. Una catetada. A un whisky le puedes poner al lado, en un pub molón, unos frutos secos y una piba cañón, pero un güisqui te lo puedes tomar en tu casa, en calzonas y chanclas, te lo puedes servir en un vaso de plástico y lo puedes acompañar con unas papas aliñás.Whisky es una palabra que proviene del gaélico y significa “agua de vida”; pero, güisqui, ¿qué significa güisqui? La Academia le ha dado con lejía y amoníaco a whisky y, de “agua de vida”, la ha dejado en “aguafuerte”.

Quede claro que ambos, whisky y güisqui saben a lo mismo, a chinches. Pero es una cuestión de glamour. Es como lo de Juan Ramón Jiménez con “Mantecón”; “Mantecón” era su segundo apellido y, cuando me enteré, Juan Ramón Jiménez ya perdió para mí todo el glamour. Todo –su esbelta figura, su barba puntiaguda, su elegancia en el vestir, sus delicados versos, su Platero y él,…-, todo, todo lo superó y se lo llevó por delante el “Mantecón”. Si yo hubiese sido Juan Ramón Jiménez, hubiese librado una batalla quijotesca en los Juzgados, Registros, Notarías y Tribunales, sin escatimar tiempo, esfuerzo ni dinero para cambiarme ese segundo apellido ignominioso. Y estoy seguro de que ninguna madre se revolvería en su mecedora o en su tumba porque su hijo renegase de ese apellido materno.

Y ni siquiera la palabra glamur tiene el mismo “encanto sensual que fascina” que la palabra glamour. La palabra glamour se deshace en la boca como una trufa de chocolate, mientras que, la palabra glamur, se agarra un poco a la vista como un bocado de membrillo crudo se agarra al paladar.

Antonio G. Ojeda

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Fotografía: Diccionario multivolumen. Biblioteca de la Universidad de Graz.

 

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