García Pavón


Los conductores españoles conocen Tomelloso, al menos de pasada. Es una localidad estirada en la llanura manchega y situada en la carretera que une Manzanares (Ciudad Real) y Motilla del Palancar (Cuenca), un atajo en el camino entre Sevilla y Valencia. Hoy día se la denomina A-43. Es una autovía. No ves nada de las localidades, no las atraviesas, pero hace unas décadas la hoy autovía era una carretera de doble sentido sin apenas arcenes y, en algunos trayectos, provista de suaves cambios de rasante que hacían las delicias de los niños. Era un camino entretenido porque pasaba por los pueblos, donde veías a los viejos con la boina calada, sentados al sol en invierno y en verano a la sombra de árboles de copas abundantes, pueblos de latir lento y retardado donde todo estaba en su sitio y sabías a quién te ibas a encontrar en cada esquina a cada hora. Pueblos. En la segunda mitad de los años sesenta Tomelloso tenía alrededor de veinticinco mil habitantes, no era una aldea, precisamente. Vivía, como ahora, sobre todo de la vid. Su sociedad no poseía el déficit de igualdad social que observamos en los pueblos de señorío andaluces porque había un importante colectivo de pequeños propietarios. Pues fue en la imaginación de un tomellosero, Francisco García Pavón (1919-1989), donde en esa época vinieron al mundo el más grande y antiguo de los detectives españoles, «Manuel González, alias Plinio, Jefe de la G.M.T —o sea: la Guardia Municipal de Tomelloso—» y su ayudante, don Lotario, una mezcla de juicioso Sancho y servicial doctor Watson, veterinario en el caso del personaje español. Plinio protagonizó varias novelas, entre ellas Las hermanas coloradas. La he leído en un ejemplar de aquella colección titulada «Las 100 mejores novelas en castellano del siglo XX» que el diario El Mundo puso en los kioscos de prensa hace unos veinte años: libros de bolsillo con tapa dura. Dejé para el final el prólogo —pocos placeres hay comparables a adentrarse en la lectura de un autor nuevo sin información alguna—, y me hallé conviviendo con unos personajes tan humanos y próximos que parecían acompañarme a todos lados, personas con un gran sentido del humor dedicadas por puro placer al desentrañamiento de casos criminales. Son tomelloseros obligados a viajar a Madrid que en la ciudad se sienten desubicados, un poco desamparados, como niños perdidos, si no encuentran paisanos y alternan con ellos. A pesar de, o precisamente por, ver las cosas a través de los ojos de personas poco habituadas a salir de su Tomelloso natal, la novela trasciende cualquier localismo posible y da una lección de humanidad al más pretencioso urbanita del mundo. El personaje de Plinio alcanzó tanta popularidad que se llevó a la televisión en forma de serie (1972) y las novelas protagonizadas por él se tradujeron a varios idiomas. Las hermanas coloradas es solo una de ellas, la más acabada en opinión de los críticos, merecedora del Premio Nadal en 1969. Tras su lectura, el interés por García Pavón me llevó a indagar y descubrí un texto suyo —La guerra de los dos mil años (Destino, 1967)— que se sale de todo lo esperable después de haber confraternizado con Plinio, al fin un personaje reconocible, hasta cierto punto previsible, producto lógico de su época. La guerra de los dos mil años es una mezcla de novela y colección de relatos que sugiere un despiste máximo o una relajación en los censores de la época y la existencia en García Pavón de unas capacidades admirables. Si se ahonda en el tema descubre uno artículos de investigación como el indicado al final de este articulito en el que se demuestra cómo los censores se declararon impotentes a la hora de recortar o prohibir el libro del escritor manchego, pues el uso constante de la alegoría producía «la imposibilidad de denunciar la obra». Se trata de una ficción completamente surrealista cargada de erotismo y críticas al régimen entonces imperante en España, críticas muy disimuladas pero visibles para los lectores despiertos. Después de haber leído Las hermanas coloradas, la lectura de ese texto fantástico sugiere la existencia de un García Pavón mucho más profundo y conectado a la literatura internacional de lo que sugiere el personaje de Plinio, así como la existencia en el escritor manchego de distintas caras y facetas, obligado a esconder, reprimir o sublimar su inclinación a la crítica social, pues ningún autor sensible puede ser ajeno a ella. La guerra de los dos mil años pone ante nosotros un García Pavón nuevo, alejado de Plinio y sus sentencias biempensantes, un autor complejo que merece el estudio de sesudos profesores universitarios y la atención de los lectores ávidos de terrenos desconocidos.
Obra crítica: David Roas y Ana Casas, «Fantástico, distopía y crítica social en La guerra de los dos mil años de Francisco García Pavón», en Rilce. Revista de Filología Hispánica, Vol. 38, Núm. 2 (2022); págs. 774-795.
