Ganar perdiendo

Este artículo se iba a llamar de otra manera. Un día en la órbita de Álvaro Moreno, me rondaba la mente. ‘Una primera visita a Osuna’, ronroneaba en la sesera. Sin embargo, una noche mal tirada, un tren llegando tarde, una odisea diseñada por Renfe, me ha hecho recuperar un titular que utilicé hace tiempo para describir una noche electoral que tuvo un gallego recién llegado a Madrid. Aunque esta historieta no va de gallegos ni de capitales, sino de sevillanos y de ursaonenses. De acciones y reacciones, de planes tirados abajo y de lo difícil que es, a veces, estar donde pasan las cosas. De ganar perdiendo o de perder ganando. Porque de eso va la vida según mi corta, pero intensa experiencia en esto de los días vividos.
Álvaro Moreno abría una tienda en Ronda el pasado jueves. Y ahí tenía que estar el micro amarillo. Así que nos pusimos manos a la obra para llegar, pero resulta que las vías de tren que unen Antequera con la ciudad del Tajo estaban cortadas por las constantes lluvias y que la carretera que habilitaba un tramo en autobús también se había ido al garete. La idea del director fue instantánea: llegar el día anterior a Osuna, hacer noche e intentar llegar a Ronda de alguna u otra forma al día siguiente en lo que se buscaba alternativa para la vuelta. Una buena excusa para conocer por fin la tierra que dio vida a este diario. Y así se hizo, se paseó por las calles empedradas, se disfrutó de la luz tenue de una localidad enmarcada por la historia, se cenó en el Casino de Osuna con agradable compañía y vistas a la Plaza Mayor, y se organizó la ida a Ronda.
Fue así como conocí a Manuel y Jesús, dos amigos que tienen la fortuna de trabajar juntos, de formar parte de la “gran familia” de Álvaro Moreno. Con ellos, y con marchas de Semana Santa que mecían el coche como si fuese un paso de palio, se llegó a Ronda en una mañana encapotada por la niebla y la lluvia. Salió el sol y se disfrutó de otra apertura de la marca ursaonense que, como siempre, gozaba de un trato espectacular y un ambiente familiar que le hace a uno sentirse en casa. Terminamos por fortuna y tras más incertidumbre de lo que ustedes se imaginan a tiempo para llegar al tren de las 19:11 horas, al que me acercaron Manuel y Jesús, de los que habría jurado que eran hermanos, pero que no tenían parentesco según me dijeron. Solo faltaba llegar a Sevilla y coger el último AVE hacia Madrid, pero al destino todavía le faltaba una carambola por sacar de la chistera.
El Media Distancia llegó tarde y el AVE se piró para la capital porque, según escuché en las conversaciones de los trabajadores a posteriori, a los maquinistas de aquel viejo 599 que tenía un enchufe por vagón se les había pasado avisar del retraso. Pensé que estarían tan acostumbrados a los retrasos que, a los pobres, se les habría pasado. Por suerte, ahí estaban los trabajadores de lo que para mí, en ese momento, era la cárcel de Santa Justa. Una chica de sonrisa perfecta, Macarena, terminó por conseguir que desde arriba se movieran y me diesen cobijo hasta el primer tren, lo que trastocó todos y cada uno de mis planes.
Sin embargo, nadie podría estar descontento en Sevilla. Un paseo hasta Giralda Sur me llevó a un bareto en el que me encontré con uno de esos grandes amigos que no ves tan a menudo. Una cerveza llevó a la otra, la capital hispalense se dejó los agobios al borde del Guadalquivir y la noche acabó, tras salir cara en una moneda lanzada al aire, en un sitio de nombre Granuja al que asistían aquellos estudiantes que a mí ya me consideran viejo. No paramos de reírnos, no paramos de disfrutar de la amistad verdadera, de surfear las carambolas del azar. No paramos de ganar perdiendo, o de perder ganando, que es de lo que va la vida.
