Galgos y galgas

13 de enero. 23:30 horas. Hace bastante frío. La luna le susurra a su oído y su silbido sibilino silabea deslizándose hasta mis oídos. Debe ser que me hiere desde su lado lorquiano. Debe ser que me hiere el frío caluroso de su mirada. Y es consciente, él, o puede que sea ella. Y no es consciente, frente a mí, frente a ti. Y en esta oscuridad que me deslumbra desde sus ojos, encuentro el perdón lastimoso y lastimero que me condena.

Evita, esquivo, mi roce. Hace bien. Esboza, temblorosa, una finta ocre sobre verde para ahogar el negro de mis propios sustos. De espaldas a la nada, su yo construye la fuga donde se alinea un horizonte de victorias derrotadas. Y sin duda, su mirada, altiva por miserable, es ese espejo donde se funden su soledad y mi vanidad.

Ayer fueron sus alegrías la promesa de esta derrota. Y hoy, aquí, en el azabache de esta mirada huidiza, ya es lo que era: la nada. Y me huye porque huyo, porque huyendo le dijeron que era, porque su huida era la mía, porque esa carrera hacia la nada era la trampa donde viviría. Carrera y nada. Nada y yo. Nada y tú. Nada y nosotros. Nada y la nada.

Y, allí, en la cima de ese cerrito, entre azules, quiebra cintas amarillas. Y entre azules venera el estiércol de cada una de las alegrías. Y derrotado, o quizás derrotada, escala esa cima hacia la nada, esa cima donde se hunden nuestras victorias, donde en un último sarao sirve de escaparate para que un yunque insensible taconee sobre el tablao. Y allí, en ese ese cerrillo donde se alza la nada, amarillo, ocre y marrón, brinda con todos y con todas, compartiendo en su soledad la quimera de los pobres poderosos, lamiendo, quizás, el amargo dulzor de aquel ayer suyo que no tuvo nunca mañana. Pero, insisto, sólo digo quizás.

El frío me gana y me pierde, y siempre lo ha hecho. Y yo, lo admito, sigo. Y nosotros, lo intuyo, seguimos. Y ellos, me parece, siguen. Y él, quizás no sea sino ella, quizás no sea ni siquiera ni él ni ella, quiebra, da esquinazo al frío de esta noche del enero ursaonense donde los grandes y los pequeños, donde los sublimes y los ínfimos, donde los etéreos y los materialistas, donde tú y yo y él, o quizás sea ella, tratan de disfrutar con el vacío de cada gesto, con cada mortecina palabra. Porque en esta noche, en esta fría noche ducal, a él, o quizás sea ella, le está vedada la gloria, la gloria de los cantos, de las luces, de los humos, sólo le queda huir bajando por los calvarios de sus propias cruces, que son nuestras risas y nuestras misas, rancias, festivas, cautivas. Porque en esta noche ursaonense u osunera , en esta noche señorial, a él, o quizás sea ella, le aguardan el altar y el laurel de las mejores derrotas, aquellas que creyó ganar con cada carrera perdida. Porque en esta noche de señores y de señoras, tanto él como ella ya ganaron los oropeles de la nada. Porque hoy, en esta noche, en su carrera huidiza, ya tiene su premio. Y así su huida queda fijada, recortada y victoriosa sobre la luna, ¿o será el sol?, mientras brindan con fervor ferviente y fervoroso el noble y el jornalero, la duquesa y la costurera, la señora y la plebeya, el don poco y el mucho don, el amigo y el enemigo, mientras reza el ateo ante el altar de su fe y blasfema el creyente ante la fe de su altar.

Y así va. Rondando y rodando cerro arriba, este galgo que me huye, o quizás sea galga a la que asqueo, perdiéndose para mayor gloria y alabanza de todos; y así, cerro arriba, corre, huyendo de nuestras grandezas de cartón piedra, huyendo de la fumata blanca que nos señala que no hay nada; huyendo del circo y huyendo del pan; huyendo de aquel que, esta fría noche de enero, brinda a la luna, por haber abandonado a este galgo, o quizás sea galga, puede que hace un rato, esta misma noche, quizás esta mañana, quizás ayer, quizás de nuevo mañana.

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Para quienes disfrutan entendiendo que detrás de toda hoguera de vanidades hay un contrapunto que, en ocasiones, nos permite comprender y comprendernos. Se me ocurre esta parrafada después de evitar a un galgo abandonado que rebuscaba algo de comida entre bolsas de basura, una realidad que me sirve de contrapunto, para disfrutar, mientras trato de comprender…algunas cosas que me son del todo incomprensibles, como quizás también puedan resultarselo a esos galgos que, abandonados, se pasean por las calles de nuestro pueblo en esto días, no sé si buscando a sus dueños o más bien huyendo de ellos.

Manuel Martín Santillana

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