Fuerza y honor
Hay mentiras que queremos creernos. Mentiras tan apetecibles como una rueda de churros de mañaneo en una terraza con mesas y sillas metálicas después de una juerga que se empapa de mañana. Mentiras que le comen la oreja a nuestras contradicciones, que le meten mano a nuestras inseguridades y nos hacen sentirnos a salvo de verdades que ponen en peligro nuestros esquemas. Eso es lo paradójico, que hay mentiras que reconfortan y verdades que duelen, que duelen mucho. Eso es lo primero que hay que saber; que la verdad suele ser la casa de los que tienen razón, que la mentira es la embajada de los que huyen de lo que no quieren oír.
Conviene no subestimar nunca la capacidad de autoconvencimiento que tenemos los seres humanos, como tampoco hay que extraviar que tenemos un componente de estupidez y vanidad que nos llama a deformar los hechos para homologarlos a nuestros sesgos y preferencias, para acercarlos a nuestra satisfacción. Ayer fui a ver Gladiator II y me gustó mucho. Muy pocos críticos creen que esta segunda entrega merezca la pena, muchos dicen que no era necesaria, que la primera cinta era tan redonda que este alarde sobraba. Y lo más seguro es que tengan razón, que sea cierto que las segundas partes, como siempre se dice, están de más. Pero yo crecí queriendo ser Máximo, repitiendo cada diálogo, cogiendo puñados de tierra y frotándome las manos, con la seguridad de que puedes ser general, esclavo o gladiador y mantener los mismos códigos vitales, resumiendo mi filosofía en esas dos palabras mágicas convertidas en lema que siempre me han servido como escudo; Fuerza y honor.
Mi colega me dijo que a él también le había molado porque escenificaba muy bien la decadencia de Roma, la forma en la que se pudren de codicia hasta las civilizaciones más avanzadas, cómo los que veían barbarie fuera de sus muros eran los más déspotas y tiranos. Dicen los muy entendidos que los errores históricos son flagrantes, pero qué más darán si consiguen transmitir una idea principal: ningún sistema, por más avanzado y consolidado que esté, está exento de acabar en manos de incompetentes. Mi amigo dice que le recuerda a nuestro presente, que ve en los villanos muchas similitudes con nuestros gobernantes.
El filme no deja de ser un refrito onanista de la obra primigenia, pero es muy disfrutable para los que nos gozamos ese universo, para los que somos tan simples y bisoños que nos emocionamos con esa teoría del poder que tiene un hombre bueno. El héroe que se enfrenta solo al Imperio, defendiendo hasta las últimas consecuencias sus principios, que da su vida por un anhelo, una convicción, de que hay un mundo mejor a la vuelta de la esquina.
Durante el largometraje se cita varias veces una de las meditaciones de Marco Aurelio: «La mejor venganza es actuar diferente al que causó la herida». Y lo más gracioso es que el que invoca esa frase es el malo. Las verdades no tienen propietarios. La mentira, muchas veces, no es más que la utilización de una verdad para un interés. Hay mentiras que queremos creernos, y hay verdades que duelen, que duelen mucho.
Quizás lo de Gladiator a muchos les parezca una épica vacía, llena de tópicos y lugares comunes. A mí me sigue pareciendo más estimulante que los comunicados anunciando con preocupación y autobombo que uno se va de Twitter. Para vivir en una ficción, siempre prefiero el cine, que al menos no trata de vestirse de realidad, aunque muchas veces se parezca. Como dijo Máximo Décimo Meridio: Lo que hacemos en las redes tiene su eco en la vanidad.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.