Fotografías en la pared

El transcurrir de las horas lentas y silenciosas como el deshielo le araña por dentro. Las dos, las tres… Otra noche insomne. Es madrugada y parece velar el sueño de los ciudadanos y las palomas que en la oscuridad no vuelan. No es así. Una y otra vez se acerca al balcón, al abismo. La mirada perdida como su norte parpadea el horizonte borroso y las luces trémulas de bloques de pisos. Una mano temblorosa sostiene el decimoquinto cigarrillo, la otra aprieta el picaporte de la puerta y desafía a la muerte serena: ¿Y por qué no ahora? Es solo un pasito, mañana quizás no pueda. Como un ritual se repiten los fatídicos pensamientos. La luz verde de un taxi libre le recuerda que no está solo. Un suspiro. Cáscaras de naranjas y colillas en la mesa, camisa arrugada y pantalón con lamparones. Soledad, desamparo y fatigas apoyadas en el bastón. Un corazón destruido escondido a los demás y al sinsabor del olvido. Que nadie sepa de su enojo con la vida, tampoco recibir consuelos de basura emocional de nadie quiere. ¿Para qué? Su mujer se fue y lo dejó entre las rejas de la soledad y fotografías en la pared, los hijos volaron y los amigos no eran. Nada se reprocha, excepto migajas del pasado. A ráfagas le persiguen los recuerdos por pasillos y habitaciones mudas. Apretuja los labios, le lastima caminar por el pasado reciente y rebobinar los vídeos adelante y atrás. Entonces reía elegante y nada se le resistía. Los miedos del silencio se le atragantan y balbucea sin profundizar una conversación consigo mismo. La noche vuelve. Erre que erre. Y las horas: La una, las dos… Otro cigarro, el balcón, el abismo. Una lágrima resbala por un surco del rostro consumido. Quiere cerrar los ojos para no abrirlos. Quiere, quiere… y cuánto más quiere menos sentido tiene la existencia. Solo la tristeza le acompaña. Hasta pensar le duele ¿Por qué…? La respuesta, como la justicia, siempre llega tarde. Un giro de picaporte y un pasito adelante pone fin a los latidos sin sentido de un corazón de nadie. El río de la soledad se desborda y lo arrastra a la desembocadura del terror en la noche más oscura. La vida no se detiene. Al alba la ciudad se pone a rodar las secuencias diarias de ruidos y quehaceres. El café aligera las prisas insolidarias que rodean a unos y refugia a otros en las páginas de un periódico. Las trolas de políticos que se tiran a matar copan las portadas y titulares, ningún renglón cita la tragedia. Ni tumultos en la calle: «Vamos, vamos que llegamos tarde». La derrota final de un viejo es esperada y no vende, no se publicita ni se denuncia en ningún diario.

Cada día en España se quitan la vida entre nueve y diez personas incapaces de lidiar las adversidades solas y nadie se escandaliza. Una reflexión sobre el peor de los ostracismos.

Antonio Moreno Pérez

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