Fernando Villalón, siempre a contra corriente

Hemos repetido hasta la saciedad que Fernando Villalón fue un hombre y un poeta —que su obra y su vida son indivisibles, inherentes, una siempre junta a la otra, como una yunta de mulos en la besana— que navegó, en todos los aspectos, a contracorriente. Cuando José Gómez Ortega, Joselito El Gallo, pedía en las plazas toros nobles que embistieran a la muleta de Juan Belmonte para poner los cimientos del toreo del siglo veinte, Villalón buscaba el toro fiero, “enemigo del torero”, que se lidiaba en el diecinueve. Cuando los poetas eran jóvenes e imberbes, él comenzó a escribir con los cuarenta años ya bien cumplidos, cuando se las sabía ya todas. Cuando Sevilla se miraba el ombligo con la revista Mediodía, Fernando puso tierra de por medio y se fue a Huelva —“a la orilla de las tres carabelas”— para fundar la revista Papel de Aleluyas, con Rogelio Buendía y Adriano del Valle. Mientras su familia quería juntar dineros y seguir en la brecha de la aristocracia militante, él se dedicó a dilapidar una fortuna, a quemar billetes de veinte duros a manos llenas en los viejos mostradores de los tratantes de ganado. A contracorriente, como aquello de los salmones que cantaba Andrés Calamaro, que “Siempre seguí la misma dirección / la difícil, la que usa el salmón”.
A contracorriente escribió sobre la Semana Santa, saliéndose por la tangente de los cánones clásicos. En dos de sus tres poemarios publicados en vida toma relevancia la fiesta grande de Sevilla. Y es que Fernando era un enamorado de ambas: de la fiesta y de la ciudad. En Andalucía la Baja (1926) escribe: “En la apacible noche resuenan cien trompetas / y la hueste morada…”, en el poema “La cofradía”; o “Quejidos en la noche… ¡Alaridos del alma…!” en “La saeta”. Y En Romances del 800 (1929), en la “Oración de San Antonio”: “Sant Yago montó su potro / y san Marcos en su toro; San Antón en su marrano / y San Francisco en su lobo. San Juan llevaba el halcón / encapuchado, al hombro, / y San Antonio de tras / de su asna hincado en el lomo”.
El Fernando Villalón que a mí me gusta e interesa en este sentido cofrade es el escritor guasón, con ganas de jaleo, de risas, y de sacarle punta a todo lo que se presente ante él, jugando con el humor, el erotismo y la religiosidad a un tiempo.
Pongámonos en situación: callejones de Regina y la hermandad de la Macarena viene de vuelta. Amanece la madrugá en la ciudad y el aguardiente ha corrido por las gargantas de nazarenos, costaleros, cofrades y “de to el Imperio Romano de los armaos con sus plumas” (que escribió el maestro Burgos). Ha pasado ya la cruz de guía y dos largas filas de nazarenos de capirote y capa morada. El olor del terciopelo se arrebuja con el del serrín de las tabernas y el de la cera de los cirios. Entonces, desfila elegante el paso de misterio del Cristo de la Sentencia. Detrás de él, con el SPQR por delante, los armaos de la Macarena, “la gente de la gandinga”, aquellos que vistiera de plumas blancas y platas limpias Juan Manuel, el mismo que visitó de negro a la Virgen cuando lo de José en Talavera. Y entre ellos va uno, quizás dos o tres, más bajitos y recortaditos de la cuenta entre tanta pluma y tanta coraza brillante. Y al Fernando Villalón campero y guasón le sale del alma lo que sigue.
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“El armado de la Macarena”, de Andalucía la Baja (1926).
¿Quién hará la recluta
de los armados de laMacarena…?
Yo tuve una disputa
y no vale la pena
contar lo que pasó; pero es el caso
que callando los hechos, al fracaso
de nuestra historia ayudo.
¡No quiero que el cronista por mí se quede mudo!
¿Por qué son tan enanos
Estos seudo-romanos…?
Le pregunté a un hermano
que venía encapuchado y cirio en mano.
—No sé, no sé, me dijo,
mas no creo que lo sepa aquí ninguno,
galante, me predijo.
Y fui uno por uno
interrogando a la fila nazarena
sin que ni uno tan solo
lograra darme respuesta buena.
¿Y el suave contoneo
Que usan en el paseo…?
Los soldados de Augusto,
según la Historia el verlos daba susto…
Luego el gentil meno
de aquestos macarenos, no es copiado,
que nunca fue condición de aquel soldado
semejante pasito,
y menos debe serlo de un armado mocito
que se precio de tal.
Francamente, ese paso me parece muy mal…
Y he aquí la discusión
que sostuve en plena procesión.
Porque yo le decía
al que conmigo a voces discutía:
—Siempre tuve entendido
que un mozo se engalana y va lucido
llevando a Eva fija en su pensamiento.
Y si tal esperpento
un miércoles cualquiera
marcando el paso a la ventana fuera
de su novia, la risa
sería la premisa
de un rompimiento pronto…
No por armado… pero sí por tonto…
