Feo de más
El mundo está feo de más. No me gusta un pelo a lo que viene oliendo el mañana, esta manera extraña, taciturna, que tienen de avanzar los días. El ritmo acelerado hacia lo incierto, la sospecha de que algo se mueve y nadie quiere hacer mucho caso, como si nada importara demasiado, como si en cualquier batalla, por más absurda, cateta e intrascendente que sea, se decidiera el destino. Son puras conjeturas en base a indicios, ojalá solo delirios agoreros, pero me preocupa que la mentira haya perdido electricidad, que la hayan violado entre todos los que tenían un pacto con ella y le hayan arrebatado sus pertenencias, su sentido, el motivo por el que era especial. Un mundo en el que la mentira no dice nada, es un mundo en el que la verdad no vale nada. Y así lo siento, cada vez veo menos exploradores de lo cierto, menos gente vistiéndose por los pies, menos ganas por transitar en la realidad.
Es vulgar ya hasta la locura. Le escucho majaderías a personas cabales y eso hace que los verdaderos chiflados se las puedan dar de convincentes. Hay mucho creyente y mucho ateo arrodillándose a la paranoia, comulgando pasto de praderas de cartón piedra. Es un motivo de orgulloso decirse descreído, pero justo los que se dan golpes en el pecho y ven fantasmas hasta en las sábanas de sus camas son los que luego están atornillados a dogmas empaquetados de minutito y medio en el microondas. Los que se vanaglorian de no creer en nada siempre son gente fanatizada, que van buscando un refugio en el que les den un abrazo y les asientan hasta que les termine dando asco tener tanta razón. Pasa algo similar con los apóstoles de cualquier congregación, los más fieles y beatos, ellos ya creen por inercia, por costumbre, por ‘me viene de familia’ o por mágicas conversiones. El caso es creer en algo. Y está hasta el más cazurro empeñado en lo que hace dos días se la zumbaba, lo que probablemente mañana se la vuelva a pelar, pero hoy no sabe muy bien por qué le va su tarita en ello. Y yo pienso que si no podemos caminar sin la necesidad de chupar barandillas es porque nos hemos cargado los peldaños de las escaleras.
Joder, todos estos tipos han visto la luz. Está todo el mundo abriendo los ojos y a mí de lo que me dan ganas es de bajar la persiana y rezar para que el sol pegue tan fuerte que derrita y pulverice tanta tontería, tanto ademán de solemnidad para acabar soltando la mayor burrada que se haya escuchado nunca desfilar con tanto descaro por una boca. Lo obsceno hoy es sinónimo de rigor. Urgente, ahora todo es urgente. Y última hora, cada parida es una exclusiva. Hay tantos bulos que se desmienten entre ellos, tantas mentiras que se piden créditos entre ellas. Se acusan de plagio. Cuando hasta el más imbécil reivindica sus valores y el del gorrito de papel de plata sobre la chorla te menta muy serio parrafadas sobre el sentido común, échate a temblar. A ver si así piensan por lo menos que estás poseído y te dejan en paz.
El mundo está feo de más, pero hoy es sábado. Y el tomate triturado de la tostada tiene un color anaranjado, asalmorejado, de atardecer en la mañana. De playa prometida en noviembre. Hace frío y caliento las manos en vaso del café, la estufa momentánea del madrugador. Hoy me va a apetecer una Alhambra de las del botellín verde. Y voy a despedir a un amigo que se marcha a currar a Australia. Y se me van a ocurrir dos buenas ideas mientras ando, y luego me van a parecer que no eran para tanto. Y los airpods tienen batería. Y aleatoriamente sale una canción que hace tiempo que no escuchaba y que no era consciente de las ganas que tenía de volverme a encontrar con ella. Y, si no se tuerce mucho la cosa, me voy a echar una siesta de las que te despiertas con los apellidos cambiados. Yo que sé, mañana, o el lunes a lo sumo, me pongo al día de las chaladuras que se os hayan ocurrido. Para deprimirse siempre hay tiempo. Para intentar vivir sin odio nunca es tarde.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.