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Famosas, famosos, e Internet

Famosas, famosos, e Internet

Un izquierdista de fachada, dice. Tras oír la frase me giro con cautela hacia atrás en el asiento y veo a dos chicas de unos diecinueve o veinte años. Dialogan mirándose a la cara, a los ojos, sin teléfonos móviles ni ordenadores en las manos.Visten sudaderas y pantalón de color negro. Botas, a lo militar. Con las carteras, los apuntes y los abrigos sobre las piernas, son dos estudiantes que vuelven de clase un viernes al terminar la tarde. Mientras tanto, el frío y el txirimiri quedan al otro lado del cristal al cerrarse las puertas, y el autobús reanuda la marcha para, en unos diez minutos aproximadamente, llegar a la próxima parada.Durante estos diez minutos, y una vez vuelta la vista al frente, sostengo un libro abierto entre mis manos. Cartas a un amigo alemán, de Albert Camus. Mi intención es la de continuar la lectura por donde la dejé al oír la frase, pero no. Las dos muchachas, sentadas ahí detrás, a mi espalda, continúan su diálogo. Un diálogo en el que la más alta cuenta cómo en las primeras semanas de conversación creyó cada una de las palabras de aquel chico que conoció en un chat de Internet, con el cual comenzó en un primer momento a intercambiar mensajes por escrito en el mismo chat, para pasar tras un tiempo a grabaciones de audio vía WhatsApp. Mensajes en los que se percibían las inquietudes e intereses de una persona atenta, cariñosa, empática y comprometida con todas las políticas de izquierda y progresista habidas y por haber; palabras que inspiraban confianza y estimulaban deseos de seguir intercambiando mensajes hasta altas horas de la noche. Uno de esos príncipes azules que aparecían en los cuentos. El invitado que toda madre y todo padre quiere ver sentado al lado de su hija a la hora del almuerzo de los domingos. Un caramelito.

Pero como bien dijo aquél, de aquellos polvos, estos lodos. Porque si miramos de frente y con atención, ¿de dónde provienen estos mensajes de politiqueo progre y bienqueda que los chavales y las chavalas copian y se mandan entre ellos y ellas? Sabemos, o deberíamos saber, que estos tipos de mensajes provienen de lo que se viene cociendo en las redes sociales desde hace años. Redes pobladas de personajes (o personajillos, más bien) del mundo del cine, la televisión, el teatro o la música, los cuales lo mismo publican en sus páginas de Facebook o Instagram parrafadas sobre el cambio climático, sobre el feminismo, o sobre política nacional o internacional sin tener la más mínima idea sobre el asunto. Gentes que pegan en sus páginas de Facebook e Instagram párrafos atiborrados de tópicos baratos cortados de otras páginas de gentes como ellos y ellas, puros papagayos repetidores de lo que otros u otras han escrito en sus respectivas redes sociales, y todos y todas unidos por un único objetivo común,que no es otro que el de aumentar el número de “me gusta” en sus publicaciones, y una vez aumentado dicho número sentirse por ello persona relevante de la sociedad; gentes que ni siquiera predican con el ejemplo, sin sentir por ello vergüenza alguna, pavoneándose por sus ciudades o pueblos como referentes del mundo de la Cultura, mientras en sus casas no hay la menor muestra de interés por algo que vaya un poco más allá de una serie televisiva famosa del momento, y todo libro queda fuera del alcance de la mano debido a que ni está, ni se le espera; gentes, en fin, que son madres y padres de chavales y chavalas, y estos chavales y chavalas ven cómo las personas que deben preocuparse y procurarle su bienestar, su educación, su estabilidad emocional, no se preocupan más que de sí mismos, o de sí mismas, llegando incluso al punto de meter en casa (en los casos que son padre soltero o madre soltera) a tipos o tipas con valores, creencias y actitudes en su día a día que dejan mucho que desear. Lo que suele venir llamándose desde hace tiempo unos hijos o hijas de la gran puta, hablando en plata.

Faltan un par de semáforos para llegar a la última parada. Guardo el libro, me pongo en pie para cubrirme bien con la bufanda y subo la cremallera del abrigo hasta la barbilla. Me fijo por segunda vez en las chicas, ya en pie las dos al lado de la puerta. Continúan su diálogo. Un diálogo del que tomo sus últimas frases para un próximo artículo: <<Fue vernos dos fines de semana, y ya le dije ahí te quedas, tú. Ni más mensajes ni ostia. ¡A mí venirme con cuentos, el muy imbécil!>>

Llegamos a la parada, se abren las puertas y salimos a la calle. La más alta lleva su abrigo desabrochado, la otra aún colgado del brazo. Resguardado del frío y del txirimiri bajo la marquesina las veo alejarse calle arriba entre abrigos, chubasqueros y paraguas. Dos estudiantes de diecinueve o veinte años que vuelven de clase un viernes por la tarde. Dos amigas que hablan mirándose a los ojos. Dos mujeres que, cuando la vida les coloca un caramelo ante los ojos, lo desenvuelven con calma, lo huelen, y lo miran con detenimiento por un lado y por el otro antes de llevárselo, o no llevárselo, a la boca.

Álvaro Jiménez Angulo

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