
Periódico digital, joven, libre e independiente.
Fundado el 24 de noviembre de 2006 en Osuna (Sevilla).
Por momentos, el tiempo pareció doblarse sobre sí mismo. Las paredes centenarias del Teatro Álvarez Quintero, en el corazón de Osuna, no solo escucharon música: escucharon historia, emoción, raíz. El pasado viernes 25 de abril, poco más de las 9 de la noche, se abrió el telón y, con él, un portal hacia la esencia más íntima del alma andaluza: el flamenco.
El espectáculo «Evocaciones» no fue un simple concierto. Fue un viaje sensorial por los surcos de la tradición y los latidos del presente, un homenaje hecho música, baile y voz al arte jondo en todas sus formas. La noche comenzó con los primeros golpes de percusión de Luis Dorado, sólidos, evocadores, marcando un pulso casi ritual que anticipaba el tono sagrado del encuentro.
Pepe Núñez y Tolo Escavias, en los coros, tejieron armonías que sirvieron de columna vertebral al cante profundo de Rubito Hijo, heredero de la estirpe más pura. Javier Cecilia, al piano flamenco, añadió una capa inesperada y luminosa, capaz de reinterpretar con respeto y frescura piezas legendarias como «La leyenda del tiempo», de Camarón. En su teclado, la tradición se fundió con lo contemporáneo sin perder autenticidad.
No faltaron guiños a los palos más representativos: tangos de Cádiz, soleás, bulerías y, por supuesto, los ecos de Antonio Mairena, omnipresente en la memoria sonora del espectáculo. Pero fue la farruca —palo flamenco de origen norteño, adaptado con alma andaluza— la que se convirtió en uno de los momentos culminantes de la velada. Alejandro Rodríguez, con su baile, no solo la interpretó: la reinventó. Con una técnica impecable y una sensibilidad que cruzó fronteras, mezcló lo más puro del flamenco con sutiles destellos de danza contemporánea, logrando que cada giro, cada taconeo, hablara directamente al corazón del público.
Evocaciones dejó clara una verdad que muchos intuyen y que pocos saben decir: el flamenco es un instrumento único. No se trata solo de gustar o no gustar; se trata de sentir. Porque incluso a quien crea que no le gusta el flamenco, puede encontrar en él una grieta por la que se le cuele el asombro. Su fuerza no radica en la técnica, sino en la emoción. Y en Osuna, esa emoción se hizo carne, sonido y movimiento.
En el telón final, el aplauso no fue solo de reconocimiento, sino de gratitud. Porque «Evocaciones» no fue únicamente una función: fue una ceremonia donde la memoria y el arte se encontraron para recordarnos que el flamenco no es solo música, también es identidad.

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