Etapas y momentos de la vida. In memorian


Una vida humana es la de un ser vivo cuya definición dice que: nace, crece, se reproduce y muere. Lo aprendí de pequeño en el colegio, ahora la Wikipedia da más datos. Un ser vivo tiene una organización compleja, sistemas de comunicación molecular internos y con el medio ambiente que intercambia materia y energía. Son funciones básicas de la vida la nutrición, la relación y la reproducción. Un ser vivo funciona por sí mismo hasta su muerte.
Verán ustedes, es que este fin de semana he terminado un poco tocado anímicamente. Un buen amigo, Fernando Fazdemujerdetoro (así era nombrado), llegó a su etapa final y el domingo nos tocó despedirlo. En el tanatorio se me mezclaron recuerdos, etapas, momentos, personas… Debo estar buscando consuelo al escribir esto.
Una vida tiene etapas. Si todo va bien, se van superando. La etapa de nacer: somos hijos, empezando de bebés, y los responsables son otros, nuestros padres. Le sigue la etapa infantil, donde la obligación es crecer; la nutrición es lo fundamental y seguirá siéndolo durante toda la vida. Los nutrientes y los apetitos son muy variables; alguno conozco que parece que lo criaron con cerveza y sigue a base de biberones de cebada fermentada. Los sabores de la cocina familiar construyen momentos de esta etapa y nos devuelven a ella. La etapa de crecer continúa transitando por la adolescencia, y relacionarnos toma toda la importancia. Los amigos, las amigas, la pandilla serán para toda la vida. Salimos de la etapa de crecimiento hechos unos mocitos o mocitas, y relacionarnos sigue siendo necesidad e impulso.
La siguiente etapa, según la definición, será reproducirse. Hay trampas colocadas por la naturaleza; la mayor es enamorarse de otro ser vivo con el que congeniamos y, buscado o azarosamente, traemos a otros seres vivos al mundo. Nos hacemos padres: una nueva etapa. Comienzo de un nuevo ciclo de otro ser vivo que ocupará nuestra vida hasta el final. Aunque esto de la reproducción está de bajona y lo de encontrar a otro ser vivo con el que emparejarse se ha diversificado mucho. Pasado el tiempo llega la siguiente etapa: socialmente de jubilado/a y, familiarmente, de abuelo/a. Antesala de la vejez, que es como volver a la infancia y que nos cuiden. Al final, la última etapa, que en medicina se llama éxitus. Prefiero pensar que es llegar al éxito que a la salida, ambas acepciones tiene la palabra.
Los jóvenes que lean esta columna ya tienen su experiencia de etapas. Dirán: «Ya no soy un niño, soy un adolescente, ¡qué barbaridad cómo pasa el tiempo!», o «Ahora soy un adulto joven». Las siguientes etapas vienen sin llamarlas, como cumplir años: pasan sin darnos cuenta. Los momentos son los recuerdos de las escenas o situaciones que tiene cada etapa. Se me ha venido un momento de juventud, de la etapa de la mili. Tuve que hacerla de soldado raso. Un momento inefable e inolvidable fue el injusto sargento de instrucción, cabreado por un digno pelotón de soldados conchabados para fastidiarlo. No marcábamos el paso correctamente a pesar de que sabíamos hacerlo. Fue una pequeña venganza en aquel sórdido ambiente militar del ejército franquista, bajo el precioso cielo de la bahía de Cádiz en un mes de febrero. Los momentos son inesperados, pero perduran en la memoria.
Qué verdad dice la sevillana interpretada por Los del Río: «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va». Con Fernando, un amigo magnífico con el que he compartido la Tertulia No Gubernamental (TNG), que acaba de cumplir 50 años, comparto muchos momentos de muchas etapas, desde el colegio San José, el bar Santa María… Al recordar con él esos momentos, se detenía el tiempo e incluso ocurría el milagro de dar marcha atrás. Suele ocurrir. Por eso los amigos son tan valiosos. Al irse, perdemos esos momentos y nos perdemos. Su éxitus ha sido un torpedo a la línea de flotación, una vía de agua fría que te pone a tiritar, afecta, inquieta y apena.
Tengo un chat de primos hermanos en donde se habla de quién está en la sexta planta, en la quinta o entra en la séptima. Para mí ha sido una semana aciaga. Tres días antes, otra noticia luctuosa: otro amigo, José María, «el Coletas», con momentos de la calle Asunción, de la playa de Zahara o de conversaciones de música, músicos, del Sevilla FC. José María creo que estaba en la octava planta. Fernando ni se había asomado a esta. Qué injusto. Al parecer, según se sube más, te puede pasar factura la pila.
—¿Qué pila? —dije yo al bedel que me lo comentó en el hospital.
—Pues la pila de años —me respondió él, y tuve que darle la razón.
Fernando y José María, que esta última etapa haya sido bondadosa con vosotros. Descansad en paz, pero seguís viviendo en mi memoria, en nuestra memoria.
EL CIBERDIVÁN, LA OREJA DE FREUD.
Psiquiatra psicoanalista impulsó la reforma psiquiátrica “salta la tapia” en el hospital de Miraflores. Fue Director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) y Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Autor de numerosos artículos científicos. Tiene dos libros publicados: Psicoanálisis medicina y salud mental, y La religión en el diván.