Estilo al volante: ‘Ferrari’ y Michael Mann
Hay cineastas que provocan con sus películas un sentimiento similar al que levantan las horas más profundas de la noche. En tus entrañas sientes ese silencio sosegado y en poco tiempo, y sin darte cuenta, estás frente a frente con la película. En solitario. Como si la propia película cobrara vida y mantuviera una conversación privada contigo. No, no estoy describiendo cualquier escena de Michael Mann, pero sí el poderío de su filmografía. Os habrá recordado fugazmente la secuencia del cara a cara en la cafetería entre Robert De Niro y Al Pacino en la inconmensurable “Heat (1995)”, o los trascendentes diálogos entre Jamie Foxx y Tom Cruise en el taxi de “Collateral (2004)”, pero sobre todo os habrá recordado a la atmósfera única de películas que los directores de gran talento como Mann pueden conseguir. A eso se le llama estilo. No es que otros directores no lo tengan, porque hay una infinidad, pero a veces, en vez de pensar en nosotros mismos, se nos olvida que es fundamental recordar que detrás de toda obra hay un artista con todo lo que ello supone.
Llegado el último estreno de Michael Mann, “Ferrari (2023)”, y tras su pobre recepción (ni la crítica ni la taquilla han sido benévolas) parecemos vivir un momento en el que no conocemos realmente lo que se va a ver, aunque no es difícil descifrar una trama de una película cuyo título lleva la palabra “Ferrari”. Esta gira en torno a las figuras atormentadas de Enzo Ferrari y su esposa Laura, quienes fundaron la empresa y escudería italiana “Ferrari”, ahora azotada por la bancarrota y cuya permanencia será determinada por la gran carrera de la “Mille Miglia” (mil millas a lo largo de Italia). A raíz de la recepción parece ser contraproducente el hecho de vivir un estreno de una película sobre la escudería de coches más famosa de la historia y realizada por un cineasta con un marcadísimo toque autoral como Michael Mann, cuando en ningún momento debería serlo.
En “Ferrari”, como buen producto Mann, vuelve a ocurrir lo mismo. Escribía yo en Twitter/X nada más salir de la película que “Ferrari” no era una película dirigida a los fanáticos del motor – que estoy seguro de que son la mayoría de los espectadores –, sino que era una película dirigida a los fanáticos de Michael Mann. Una historia de luces y sombras con la silueta del Enzo Ferrari de Adam Driver como centro, quien no dista de ser otro elemento imprescindible en los protagonistas de la obra del director como Robert De Niro en “Heat”, Tom Cruise en “Collateral”, James Caan en “Thief”, Will Smith en “Ali”, o Johnny Depp en “Enemigos públicos”. Hombres solitarios y fríos con una emoción irreversible en su interior que les empuja a un cometido que sólo supera su ambición. “Si subes a uno de mis coches, subes para ganar”, advierte Enzo a sus conductores en los momentos previos a la gesta. Un hombre perseguido eternamente por la tragedia irrevocable de la pérdida de su primogénito y cuya perseverancia no le permite llorar los accidentes que sufren los conductores de sus Ferrari. Profesionales obsesionados con la perfección, como acostumbra Mann. Nada ha cambiado.
Incluso a pesar de mantener la baza del automovilismo, para el director no es suficiente y sabe que aún queda neumático por gastar. Se ve en la dramática de Enzo entre su matrimonio y la relación paralela que comparte con otra mujer (Shailene Woodley), con quien mantiene otro posible heredero del gigante apellido. Penélope Cruz interpreta a Laura Ferrari, tan abatida por la muerte de su hijo que las cadenas que la atan al destino de la compañía pesan más que nunca. Su interpretación, por cierto, es la mejor de la película de largo. Cuando estás pensando que la construcción dramática no termina de explotar… Mann logra de repente una profundidad en textura y forma con una secuencia de ópera de un sentimiento humano que sólo este director sabe evocar, desplomando la falta de construcción con un par de fotogramas. Esa relación sombría, tan triste y difícil de comprender plenamente del matrimonio Ferrari se desvela ante tus ojos. Sin diálogos, con la mirada de dos mastodónticos actores del presente como Adam Driver y Penélope Cruz. Si al cine crees que le hace falta más, ¡no es así!
Por lo demás, es evidente la sobrada capacidad de despliegue cinematográfico. El foco no está en el automovilismo pero la película sigue estando de una manera u otra a las órdenes del subgénero deportivo. Mann sabe dotar a la película del aliento de los motores de la manera más naturalista, pues no se impone sino se convierte en parte del ecosistema sin echarlo en cara. Nuestro subconsciente trabaja por sí sólo cuando vemos (y oímos) las pruebas de velocidad, o cuando llegan los pilotos a la fábrica cubiertos de grasa y humo con un cigarrillo en los labios para conversar con Enzo acerca de los problemas del vehículo (sin preámbulos, al grano: “falta un cenicero”). No se da por hecho, porque hay que sentirlo. Tanto en los momentos más clásicos (el melodrama) como en los más expresionistas (palabra utilizada expresamente por Mann a la hora de filmar las carreras), se rigen las mismas normas. Sus normas.
La mala costumbre de anticipar un estreno como la mejor película jamás vista no sé de dónde proviene. Hay cintas de directores a las que nunca pondremos en el escalafón más alto de su filmografía pero donde depositan suficiente cantidad de su talento como para ver y analizar con total satisfacción. En “Ferrari” ocurre algo similar, pues incluso sin ser la película del lustro se me encogen los sentidos cuando escribo sobre ella, porque la lectura es mucho más grande de lo que pueda recoger. Es cine que acompaña y sientes en las entrañas, expresionista en todas sus facetas. Es puramente humanista porque no se atolondra. Cine de un autor que nunca inhibe ni ha inhibido su alma. Fiel a su estilo sea un thriller urbano, un drama de boxeo o una película sobre Ferrari. Mann sigue siendo Mann. El autor es el autor.
BULEVAR DE PELÍCULAS
Escribiendo guiones desde que alcancé edad de dos cifras. Ex estudiante de cine y ahora intentando el periodismo. Dirigí y escribí un cortometraje que hice con mis compañeros de vida (“Thugs”), tengo un podcast en Spotify (“Reservoir Cinema”) y mi pasión está reservada a las películas.