Este es el pueblo de Sevilla que decidió cambiar su nombre tras la dictadura


Las marismas del Guadalquivir guardan más de un secreto. Entre humedales, arrozales y senderos de aves migratorias, surgió a principios del siglo XX un pueblo que su nombre no aparece en los mapas antiguos de la provincia de Sevilla. Su fundación no vino de una torre ni de una iglesia, sino del barro y el agua. De una necesidad agrícola. Y de un impulso colonizador que transformó el paisaje.
La historia de este lugar arranca entre 1920 y 1930, cuando el Estado impulsó la colonización de las marismas para el cultivo del arroz. Un proyecto ambicioso para ganar terreno al agua y alimentar al país. Las tierras, hasta entonces explotadas por ganaderos de la zona, se convirtieron en campos de arroz extensivos. En ese entorno creció un núcleo poblacional planificado, con calles rectas y manzanas regulares.
Gran parte de sus habitantes procedían de Valencia. Trajeron su lengua, sus costumbres y su forma de vivir el arroz. Ese mestizaje cultural sigue marcando el carácter singular de la localidad.
Un nuevo municipio entre marismas y arrozales
Este enclave fue dependiente de La Puebla del Río hasta 1994. Ese año logró su independencia administrativa, convirtiéndose en el segundo municipio más joven de la provincia de Sevilla, siendo El Palmar de Troya el más reciente en independizarse, en su caso, de Utrera (2018). Está situado en pleno corazón de las Marismas del Bajo Guadalquivir. Parte de su término municipal se integra en el Parque Natural del Entorno de Doñana, lo que le confiere un valor ecológico notable.
La economía sigue girando casi exclusivamente en torno al arroz. El paisaje es plano y fértil. Las casas, funcionales y alineadas. La vida, tranquila y marcada por el ritmo del cultivo. Todo parecía inmutable hasta que, en el año 2000, los vecinos decidieron algo importante.
Un cambio de nombre por decisión popular
El pueblo llevaba décadas llamándose Villafranco del Guadalquivir. Un nombre que rendía homenaje a la dictadura, como tantos otros repartidos por la geografía española. Pero en democracia, los símbolos también se revisan. Y la memoria, se limpia.
En este pueblo de Sevilla, en el año 2000, una votación popular dio lugar al cambio de nombre. Desde entonces, se llama Isla Mayor. Un nombre que remite al entorno natural que le da sentido, no a una etapa autoritaria de la historia. El proceso fue complejo, pero cargado de significado.
Isla Mayor sigue creciendo, entre arrozales y marismas. Pero ahora lo hace con un nombre propio. Elegido por su gente.
