
Hay pueblos donde el Betis no se anima: se vive. Donde no solo se canta el “¡Viva el Betis!” en los bares cada domingo, sino que se guarda en el recuerdo como parte de la historia local. En uno de esos municipios sevillanos, con siglos de patrimonio y el fervor verdiblanco encontró su primera casa oficial fuera de la capital mucho antes de que la palabra “peña” se convirtiera en sinónimo de fútbol organizado.
Allí, cuando aún faltaban décadas para los abonos online y los perfiles en redes sociales, ya se encendía la pasión bética a golpe de radio, papel de periódico y una bandera que no necesitaba presentación: verde, blanca y con escudo.
Una pasión que viene de lejos
Según documenta el investigador Alfonso del Castillo, ya en los años 30 existían en esta localidad sevillana núcleos de seguidores verdiblancos que no dudaban en implicarse en los momentos más delicados del club. En mayo de 1936, se sumaron a una petición de apoyo económico impulsada por la Asamblea de Socios del Betis.
Dos décadas después, en mayo de 1954, el equipo fue recibido con entusiasmo en su paso por el pueblo tras vencer en Valdepeñas. Aquella victoria sellaba el ascenso a Segunda y el fin de una dura etapa en Tercera División. La escena fue espontánea, emotiva y reflejaba el arraigo del Betis más allá de la capital.
Un acto solemne y una peña pionera
El gran hito llegaría en 1956. Aunque los orígenes de la peña se sitúan en abril, fue en noviembre cuando el diario Sevillarecogía la noticia: los locales fueron bendecidos y se eligió su primera Junta Directiva. Un gesto solemne que confirma la antigüedad de esta agrupación y la sitúa como la primera peña bética fundada fuera de la ciudad de Sevilla.
Y es aquí donde entra su nombre propio: Carmona. Este municipio milenario, que ya destacaba por su historia romana y su patrimonio monumental, también escribió una página única en la historia del beticismo. La Peña Bética de Carmona se convirtió en pionera y aún hoy es una de las de más solera en todo el entorno verdiblanco.
Una historia que demuestra que el Real Betis no solo se vive en Heliópolis, sino también —y desde muy pronto— en los pueblos con alma verde y blanca.
