Estar informado
Lo único realmente valioso en la vida es el tiempo, lo único que de verdad existe, lo único que somos. Somos tiempo. Y ese tiempo hay que aprovecharlo porque es limitado, está tasado, lo más seguro no más de noventa años; no es mucho teniendo en cuenta todos los buenos libros que hay en el mundo por leer.
Ignacio Aldecoa —uno de los mejores prosistas españoles del siglo XX (junto con Azorín, Valle-Inclán, Gabriel Miró, Francisco Ayala y Javier Marías)—, decía que el estilo literario es «un anhelo de precisión verbal». ¿Cómo se consigue esa precisión? Con auto exigencia y, sobre todo, dejando reposar los textos. Ese reposo, que permite al que escribe ver el resultado de su trabajo como si de un texto ajeno se tratase y corregirlo, precisa tiempo, exactamente lo que no tiene el miembro de una redacción periodística, que está obligado a publicar la noticia de forma urgente para adelantarse a la competencia. Nada de buscar la palabra justa y colocarla en el lugar adecuado.
También en contra de dedicar tanto tiempo como se acostumbra a la lectura de prensa y al conocimiento de noticias en general tenemos la falta de rectitud moral de los medios. Todo vale con tal de tener visitas en la página, y esas visitas solo van a venir de la renovación continua de las noticias. Da igual lo que digan que ha ocurrido, ya sea la desvergüenza de cualquier directivo, el pacto alcanzado por dos partidos políticos, la muerte de cientos de inmigrantes en otro naufragio en el Mediterráneo o la erupción de un volcán. Una noticia sucede a la otra y la anterior desaparece de la vista y la memoria. Nunca fueron tan efímeras. Observen también qué espacio dedican los medios a un accidente o un atentado con víctimas según haya ocurrido en un país del primer mundo o en uno pobre y olvidado: los muertos del primer mundo parecen valer mucho más.
Nada se libra de este mercadeo. Los suplementos culturales de los periódicos son solo escaparates. No busque el lector en ellos la formación que encuentra en los libros. De esos suplementos pueden salvarse las columnas de algunos autores esenciales, como Irene Vallejo, Ignacio F. Garmendia, Manuel Vicent o Ignacio Echevarría; el resto es solo algo parecido a los folletos publicitarios con los que nos inundan el buzón. Esos suplementos pertenecen a empresas que poseen también intereses en editoriales y, por supuesto, van a dar preferencia a reseñas encomiásticas de los libros que editan. Tras leer una de ellas, el lector poco avisado trota hasta su librería para comprar el libro, pero resulta que ni siquiera está disponible en distribución. «Te avisamos cuando llegue», le dicen. Y tres días después, ya a galope tendido, uno vuelve a la librería para llevarse el mejor libro del mundo —el imprescindible suplemento cultural dixit— y encuentra en él algo peor que una medianía. Mucho mejor sería que no se imprimiesen tantos libros o se hicieran de ellos tiradas mucho más cortas, pues luego la gran mayoría de los ejemplares se destruye por no tener salida. A estos argumentos aducidos para que dejemos de leer periódicos, ver telediarios o escuchar tertulias radiofónicas hay que añadir su naturaleza de prescriptores de opinión. Van a la caza del escuchante o lector poco avisado para ponerlo del lado de un partido político concreto, no hay más. Y mientras, ellos, los políticos, a vivir que son dos días. Hoy por hoy más de uno solo encontrará manipulación en los medios, y eso aunque use una brújula o una linterna para alumbrarlos.
Las razones para dejar de escuchar tertulias radiofónicas, leer periódicos o ver telediarios son muchas, pero existe una principal: la recuperación de nuestro tiempo y nuestra libertad de pensamiento. Deje todo ese ruido de lado y lea libros, clásicos de la literatura y el pensamiento: su mente se lo agradecerá. Ah, y no olvide El Pespunte, por supuesto.
En la imagen: primera página de un ejemplar del Global Times, tabloide chino.
Víctor Espuny.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.