
QUIERO CURARTE
Médico de pueblo. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Médico Ilustre del Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Sevilla.
Autor del Blog: www.medicorural.es
Con motivo de la elección MIR que se está llevando a cabo, me resulta inevitable reflexionar cuando escucho la palabra “especialista” en contextos alejados de la medicina. Esa palabra, que en otros ámbitos se pronuncia con ligereza, despierta en mí una mezcla de orgullo y resignación. Porque, aunque respeto los méritos de cualquier experto, me pregunto si se valora de la misma forma el arduo camino que recorre un médico en este país.
Ser especialista médico no es simplemente un título, es el resultado de años de sacrificio, esfuerzo y una preparación que comienza mucho antes de pisar la universidad. Para estudiar Medicina en la universidad pública hay que estar, literalmente, entre los mejores. Una simple décima, esa fracción de nota que a veces depende de un mal día te puede dejar fuera. Y si no tienes recursos para pagar una universidad privada, se acabó el sueño.
Una vez dentro, empieza el maratón. Son seis años de carrera, la más larga de todas. Pero no se trata solo de tiempo, sino de intensidad. Los profesores —en su mayoría médicos— no son indulgentes: saben lo que les espera fuera, y no van a permitir que alguien sin preparación lleve una bata. Pronto llega el hospital o el centro de salud, el contacto real con los pacientes, con la vida —y la muerte— desde el otro lado. Y, aun así, al acabar el grado, no puedes ejercer en la sanidad pública. No todavía.
Porque falta el temido MIR. Una oposición dura, muy dura. Horas y horas de estudio, meses encerrados, esquemas por todas partes, renuncias personales. Y todo para optar, a una plaza de formación como residente. Es decir, el camino no termina ahí; apenas empieza a tomar forma.
La residencia —de cuatro o cinco años según la especialidad— es otro mundo. Un pie en la formación y el otro en el barro. Turnos interminables, decisiones que pesan, emociones que remueven. Las guardias de 24 horas se vuelven rutina. El sueldo, en cambio, se queda corto. Y, aun así, se entrega todo: cabeza, manos, corazón. Se aprende rápido, se sufre en silencio, se crece a contrarreloj.
Pero cuando por fin uno se gradúa como especialista, no siempre hay un lugar para quedarse. Muchos empiezan un peregrinaje de contratos temporales, sustituciones sin rumbo, inseguridad laboral y promesas que no se cumplen. Para conseguir una plaza fija, hay que pasar otra oposición. Y aquí entra la lotería autonómica: cada comunidad con sus plazos, sus criterios, sus baremos. Una especie de tablero de juego mal diseñado, donde el médico siempre va en desventaja.
Si sumamos todo, entre la carrera, el MIR, la residencia y la espera de una plaza estable, hablamos de 10 a 13 años. Y aún queda lo más duro: ejercer. Porque el sistema está saturado. Las consultas van a destajo, los hospitales están al límite, las guardias siguen sin contar como jornada ordinaria… pero son imprescindibles.
Y la verdad es que, a pesar de todo, la sociedad no devuelve al médico lo que este le ha dado. No hay becas para sus hijos, ni ayudas para seguir formándose, ni incentivos reales. El sueldo apenas da para cubrir gastos si no se aceptan guardias —esas que acaban siendo las “horas extra” que permiten respirar. Muchos siguen en activo pasados los 65, algunos por vocación… y otros porque no les queda otra.
Así se construye un médico especialista en España: a base de años de estudio, noches en vela, decisiones difíciles y una entrega que no entiende de horarios. ¿De verdad hay muchos especialistas que puedan decir lo mismo?
Pues eso… superprofesionales, pero a precio de saldo.

QUIERO CURARTE
Médico de pueblo. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Médico Ilustre del Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Sevilla.
Autor del Blog: www.medicorural.es