Escriba, plumilla, aunque sean estas chorradillas

No sé siquiera si ya se afeita el bozo ni si todavía ha cursado segundo de jazmines. Lo que sé, y lo digo de columnista a columnista, es que el mamón es tela de bueno. Está fino y tiene varias grandes en las piernas. Escribe como los ángeles, como los ángeles caídos: de esos que son llovidos como pajarracos abatidos para aparcar a plomo en la Caleta, el parque de María Luisa o el del Retiro.
¿Cómo se puede soltar la muñeca, pluma en ristre, con la ligereza barroca del revés de un tenista zurdo sin haber pisado el siglo XX? Su insolencia, su irreverencia son insultantes, descarás: “¡Niño, tate quieto, ¿qué vas a dejá pa cuando te salga la primera cana en los huevo, pisha!”.
Qué envidia como escritor y qué gozada como lector encontrar lo de Santi en esta casa y en el ABC de Sevilla. Sí, Santi el del apellido seudonominal que suena a canchero italoargentino o a montonero al servicio de Galimberti. O a secundario de Los Soprano.
Gigliotti, como Sabina o una peluquera de extrarradio, se sabe los resortes populistas, las cuatro reglas de la demagogia, cual columnista de raza, porque es una pechá de listo, lleva la competición en la sangre y tiene el hambre del galgo famélico, y los pone al servicio de sus iconoclastas columnas, otro rollo.
Uno no cruzaría jamás las espadas con Santi, porque acabaría con la mirada perdida de loco vencido, de rey derrocado, de emperador en el exilio, y el casco desencajado como cuando Tadej Pogacar le levantó el Tour a Primoz Roglic en La Planche des Belles Filles.
Si acaso tiene a su altura la bendita frivolidad pija y efervescente de la interiorista de la prosa que responde al nombre de Lagares, Charo. Quizás la Vingegaard de nuestro Gigliotti.
El nota, que escribiría él, las ve venir, como aquel indio que pone la oreja en el suelo para sentir las pisadas de las bestias que vienen cabalgando en lontananza.
Siempre tiene la columna precisa, parafraseando a Silvio Rodríguez. Te la hace al momento, ad hoc, como un coctelero de Union Square o un espetero de Pedregalejo, porque sabe lo que pega y cuándo pega. Y que el columnista está de guardia hasta cuando está cagando y duerme con el busca bajo la almohada.
Escribe para su gente. Para que le entiendan sus “jipis” que se sientan en el poyete con un butano y unas pipas, para los chavales de Sevilla que se bandean entre selectividades, enamoriscamientos, beticismos, vápers, cabys y sus cosillas.
Tiene el ruido de la calle metido en los oídos como acúfenos cotidianos, que suenan a cigarrito en la puerta, a mercado de abastos y al tac de la tecla F5. Te lleva del ascensor trajeado de una Big Four al mono fosforito de currela del tendedero visto del barrio enchampelando dos mundos con una preposición.
Escucha al Tote y la ragazza del elevatore.
No cita a Umbral a Camba ni a Gistau, a dios gracias, pero lleva la poesía de Agredano en la yema de los dedos.
Antier le comentó, no sé si con más acierto que arte, su artículo en chez García Reyes un jubilata con un nick entre la ironía, la crítica y la bizarría:
“Que difícil es escribir 3 o 4 artículos semanales……
Artículos en condiciones, que aporten, originales, que enseñen, entretengan…
Que largo se va a hacer el verano.
Pero vamos, mejor leer estas chorraditas de incipiente vividor que la matraca de la amnistía, Sánchez, Puigdemont, Alvise, Yoli, Feijó y la madre que los parió…
Escriba usted, plumilla, escriba, aunque sean estas cosillas…”
