Esa actitud tan necesaria
Establecido en el extranjero, donde moriría, Francisco de Goya realizó con ochenta años uno de sus dibujos más valiosos. Representa un hombre viejo, encorvado, de largas melenas y barbas, vestido con una túnica talar, que camina apoyándose en dos bastones sujetos con manos ya deformadas por la edad, quizá por efecto de la artrosis, y mira al espectador con penetrantes y escrutadores ojos oscuros. En el ángulo superior derecho se lee «Aun aprendo». Se trata del retrato de un anciano que no por ello renuncia a seguir creando y aprendiendo, aunque en este caso, como apunta José Manuel Matilla Rodríguez, la interpretación puede ser más prosaica si se considera que el maestro de Fundetodos se vio obligado, al llegar a Burdeos, a volver a prender a caminar solo para no tener que depender de otros. En cualquier caso, como señalan Matilla y también Guillermo Fatás —ambos reputados especialistas—, los precedentes formales e ideales de la obra están presentes desde Platón hasta D’Annunzio pasando por Girolamo Fagiuoli, Miguel Ángel Buonarotti o William Blake. Según se lee en la página web del Museo del Prado, el dibujo, realizado en lápiz negro y lápiz litográfico en un papel verjurado agrisado, fue ejecutado en Burdeos hacia 1826. Mide aproximadamente 20 x 15 cm. No cuelga en las paredes del museo. Está contenido en el llamado Cuaderno de Burdeos I o Cuaderno G y quizá sintetiza como ningún otro «el espíritu de Goya en esos postreros años de su vida».
Las personas con grandes inquietudes no detienen su actividad al llegar a edad senil, solo la atenúan, la reconducen. Recuerdo imágenes de Pablo Picasso aprendiendo pasos de ballet en plena vejez o imponiéndose a todas las complejidades de la cerámica siendo ya más que maduro. Siempre he admirado las personas así, que no se dan nunca por vencidas, incapaces de pensar que no puedan seguir aprendiendo, alejadas de aquellas que dejan pasar sus últimos años viendo pasar con mirada nostálgica a los jóvenes o rememorando siempre los mismos recuerdos. Estos parecen haber tirado la toalla.
Un caso semejante a los dos anteriores es el del actor y director de cine Clint Eastwood. A sus noventa y cuatro años acaba de estrenar su última película. Los aficionados que lo siguen recordarán la firmeza de su pulso a la hora de rodar y cómo, a pesar de sus antecedentes relacionados con el cine de acción, sus películas mejores conceden una parcela importante al mundo de los sentimientos, incluso de la moral, como es el caso. Su nueva película, titulada Jurado número dos, desarrolla el drama interior que sufre un hombre joven que es citado para formar parte del jurado en un proceso que le implica personalmente. El juicio se desarrolla en la ciudad donde el protagonista trabaja y vive con su pareja, Savannah (Georgia), esa población privilegiada por la naturaleza y el gusto que ya fue escenario de su también inolvidable Medianoche en el jardín del bien y del mal, con sus anchos paseos techados por el ramaje de ancianos robles del sur y sus casas de madera, de interiores sólidos y luminosos. La película, que no puedo dejar de recomendar, posee también unas interpretaciones y un final sobrecogedores.
He dejado para terminar a un creador más desconocido. Se llama Severiano Lucas Angulo. Ha cumplido ya los cien años y aún acude a contemplar las piezas que expone en un museo municipal de Campo de Criptana (Ciudad Real) situado en la parte alta del pueblo, junto a los famosos molinos. El pueblo de don Severiano se encuentra muy cerca de El Toboso, aquel por donde Sancho y don Quijote pasearon una noche para que el escudero reconstruyera su inventado encuentro con Dulcinea, el lugar manchego donde el inolvidable caballero pronunció aquello de «Con la iglesia hemos dado, Sancho», frase en la que todos cambiamos «dado» por «topado» cuando nos referimos a una autoridad que se interpone en la realización de una empresa; el divertido episodio está comprendido en el capítulo IX de la segunda parte de la novela, por si alguien no lo tiene presente. Campo de Criptana se encuentra coronada por más de una decena de molinos de viento más o menos íntegros, como también lo están una loma cercana a la vecina Alcázar de San Juan y la zona más elevada de Consuegra (Toledo), pero es Campo de Criptana la población que mejor los conserva y explica. Pues junto a esos molinos, en la misma oficina de turismo, que alberga el Centro de Interpretación del Molino, está la exposición de don Severiano. Es digna de ver. Contiene una veintena de reproducciones exactas, hechas con amor, dedicación y paciencia, de los distintos carros que conoció en su larga vida profesional como carretero y herrero, oficios de mucha exigencia en unas tierras donde la madera y el hierro han formado parte tradicionalmente de todas las construcciones y artilugios. Tartanas, tílburis, galeras, cubas, carretas gallegas y otros muchos vehículos de tracción animal que han llenado las calles de las poblaciones durante siglos y tenemos muy olvidados, tanto que si nos hablan de ellos o encontramos sus nombres leyendo nos cuesta trabajo imaginarlos, están allí, a disposición de los curiosos, productos de la vitalidad creativa de un artista. Los vehículos están reproducidos con todo detalle, y con los mismos materiales, a escala reducida.
Seguro que usted conoce más casos de personas mayores, hombres y mujeres, de gran ingenio. En ellos se encuentra depositada la memoria de nuestra sociedad, pues no podemos saber lo que vamos a vivir, pero sí lo que hemos vivido. Ellos, tan vitales y creativos, son fundamentales para entender cómo somos.
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.