Envidia cochina

La envidia sana es como la cerveza sin alcohol, una gran mentira. La ENVIDIA es ENVIDIA con todas sus consecuencias, y la cerveza para ser cerveza, tiene que llevar todos sus avíos. Lo demás, son eufemismos.

La envidia es la frustración del insatisfecho. Un pecado capital, tributo que pagamos por inseguros, inconformistas y caprichosos. Es querer ser, sin saber, sin poder, y sin tener porqué. Es proyectarse en la vida del otro, por incompetencia para asumir y dirigir la propia. Envidiar, es anhelar a pies juntillas la existencia feliz que muestra Instagram. Es no posicionarse de un modo práctico y realista, y es no saber asumir el papel que toca. La envidia se empodera cuando se asocian felicidad y reconocimiento, logro y deseo, o ambición y torpeza. Envidiar es el fruto de fracasar intentando hacer las cosas por el simple hecho de poder sentirlas, persiguiendo sueños envasados al vacío con la misma obsesión y desasosiego con los que Marco buscaba a su madre. La envidia, con permiso de la retórica, es una PUTADA.

¿Se te retuercen las tripas con los éxitos de los demás? ¿Necesitas ser influyente y protagonista para sentirte realizada? ¿Te gusta tener información privilegiada para jugar al correveidile? Si no la tienes, ¿te la inventas para gozar de tu momento de gloria? ¿Sientes con frecuencia amenazado tu estatus profesional ante la irrupción de nuevos compañeros? Si además de verte reflejada en algunas de estas preguntas, eres de las que necesita demostrar todo su potencial y valía en cualquier situación, lo siento, pero al amparo de mi acreditación general sanitaria, te comunico que puedes ser una persona un poquito ENVIDIOSA. Aún así, no te preocupes, no está todo perdido, todavía estás a tiempo de hacer de tu vida un lugar más confortable.

Pero si jodido es el sufrimiento que acarrea la envidia para quien la padece, no menos malo es el perjuicio colateral que la persona envidiosa puede ocasionar en un entorno que se lo permita. Por todo, sirva este post para la reflexión de envidiosos y envidiados, y cada cual que haga introspección y propósito de enmienda con la parte que le corresponda.

Recurriendo de nuevo al maravilloso fabulario popular, rescato un cuento didáctico que puede ayudarnos a pensar:

Encontrábase pastando alegremente, una vaca por una fértil pradera. Sin darse cuenta, detuvo sus pasos cerca de un pequeño gorrión despeluzado que había caído de su nido. Sin pretenderlo, y antes de seguir su pastoreo, el rumiante vino a defecar, con tanto tino, que cubrió de heces por completo al pajarillo desvalido. Lejos del calor del nido, la nueva situación no era del todo desfavorable para el pollito, que, de esta forma, obtuvo abrigo y cobijo improvisados. Tras varias horas, un zorro que merodeaba por la zona, se percató de la situación. Tomó cuidadosamente entre sus mandíbulas al polluelo cubierto de heces, e intentando no lastimarlo, lo llevó hasta la orilla de un río. Allí, dedicó largos minutos a limpiar con esmero la piel y el plumaje del inocente animal, y cuando éste lucía limpio y vigoroso, el zorro lo devoró de un solo bocado.

Hoy sabemos que no siempre nos ensucia ni debilita la mierda que recibimos, menos aún, cuando la misma proviene de la inconsciencia del envidioso, que actúa por inercia de manera desleal, porque no sabe hacerlo de otra forma. Tampoco quien te adula es necesariamente quien más te admira y te protege, o pregúntenle al gorrioncillo mártir. A mí, que a la puretez casi todo me resbala, me seduce más la gente que sabe y calla, que quien halaga, pero desconoce, porque estos últimos, casi sin pretenderlo e impulsados por su propia inseguridad, serán más propensos al beso de Judas.

Hoy podría ser un buen momento para que te hicieses la pregunta ¿soy una persona envidiosa? Recuerda, que en el After de Jotaeme, sentirse identificado con el contenido de las lecturas, nunca supone una amenaza, sino un primer paso para corregir una dificultad. Te revelo que, a buen seguro, antes de que tú misma seas capaz de reconocer que eres una persona envidiosa, la gente que te rodea en diferentes contextos, ya lo ha captado. Y aunque nunca te lo digan porque no les merezca la pena, puedes llegar a sentir que actúan contigo de forma menos cálida y distante, y esto a su vez, hará de pescadilla que se muerde la cola y enraizará tus actitudes recelosas. Por ello, quizás te toque hacer autocrítica, y desde este mismo momento, podrías proponerte actuar como una persona que NO ES ENVIDIOSA:

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  • Acepta tu posición. Tu bienestar no se mide por la comparación con los éxitos de los demás. Tu situación en la vida, una vez aceptada, puede ser suficientemente cómoda, solo tienes que saber leer y jugar tus cartas, sin trampas.
  • No intentes ser la mejor amiga de todo el mundo. A lo sumo, a lo largo de tu vida, tendrás una o dos amigas íntimas de complicidad recíproca. No necesitas más, ni nadie más te necesita a ese nivel para tener un buen concepto de tu persona. Codiciar el afecto exclusivo y confidente con los demás, con frecuencia, genera envidia y dificultades interpersonales.
  • No necesitas ser el mejor en todo lo que haces. Ni tan siquiera necesitas ser bueno en todo lo que haces. Toma consciencia de tus habilidades, acepta tus limitaciones, compárate contigo mismo, y trabaja por hacer hoy las cosas solo un poco mejor que ayer. Sé flexible y aprende a gratificarte con lo suficiente.
  • No asocies posesión a valor. Recuerda que nadie es tan feliz como muestran las fotos de sus viajes en Instagram. Tener la mejor cocina y que te envidien los vecinos, no te convierte automáticamente en una persona feliz. Muchas familias se rompen por una herencia, y el afecto no se compra con dinero.
  • Alégrate por el bienestar de la gente que te rodea. Utiliza la empatía, ponte en el lugar del otro, y comprende, que es posible disfrutar con las buenas experiencias de los demás, aunque tú no formes siempre parte de las mismas. Recuerda, que la gente que te quiere, se alegra de las tuyas.

En lo que a mí respecta, dejaré que sean las personas que me sufren, quienes valoren si entre mis múltiples defectos se encuentran los celos o la envidia. A día de hoy, solo sé que me enorgullece y me llena de serenidad que mis dos hermanos ganen más dinero que yo y lleven unas vidas normativamente más ordenadas. Cuando era un adolescente, también acostumbraba a sentirme orgulloso de aquellos amigos que tenían un pene más grande que el mío, y no es porque esto fuese la excepción precisamente. Con el tiempo, y gracias a la introspección y a la experiencia, comprendí que no es tan importante el tamaño, como manejarse en el arte de estirar y optimizar el recurso… y me refiero a la nómina, por supuesto.

Jose Manuel Chirino

El After de Jotaeme

IlustraciónAntonio Sarria.

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