
Licenciado en Filología Románica. Profesor en Lora del Río, Fuengirola y Málaga, donde se jubiló. Participó en experiencias y publicaciones sobre Departamentos de Orientación Escolar. Colaborador de la revista Spin Cero, galardonada en 2003 con el Reconocimiento al Mérito en el Ámbito Educativo, e impulsor de la revista-homenaje Picassiana. Editor de Todos con Proteo, publicación colectiva en favor de la Librería Proteo tras su incendio. Desde 2006 mantiene el blog La Agenda de Zalabardo.
Autor de cuentos y novelas, de las que ha publicado tres, una permanece inédita y una quinta está en proceso de creación. Reside en Málaga.
Citaba en el artículo anterior el desconocimiento que se tiene de la provincia de Soria. El interesado en la historia, en la arqueología, en la botánica, en las leyendas o, simplemente, el aficionado a andar tiene mucho donde escoger. Solo un paseo por la ciudad ―la Soria «con su castillo guerrero / arruinado, sobre el Duero; / con sus murallas roídas / y sus casas denegridas»―, podemos apreciar lo que significó para Antonio Machado: la pensión donde conoció a Leonor, el instituto, el paseo entre san Polo y san Saturio, siguiendo el curso del Duero, el cementerio del Espino, el olmo viejo…
Pero Soria ―dentro y fuera― es mucho más: el monasterio de San Juan de Duero, que inspiró una de las leyendas de Bécquer; la ruta de las icnitas, en Bretún, Villar del Río y Santa Cruz de Yanguas; el yacimiento arqueológico de Numancia, junto a Garray; Calatañazor, donde el recuerdo de Almanzor se une a la visión del bosque de sabinas mejor conservado del planeta…
Machado, gran senderista, hizo además posible que conociésemos uno de esos parajes que, una vez vistos, no se olvidan: la Laguna Negra y el recorrido hasta las fuentes del río Duero. En este paisaje situó el poeta el núcleo de la trágica historia del parricidio que nos cuenta en La tierra de Alvargonzález: «Soñando está con sus hijos, / que sus hijos lo apuñalan; / y cuando despierta mira / que es cierto lo que soñaba… / Hasta la Laguna Negra, / bajo las fuentes del Duero, / llevan el muerto, dejando / detrás un rastro sangriento…»
Visitar ese paisaje supone un paseo de no más de 9 kilómetros entre la ida y la vuelta, suficiente si se tiene en cuenta que caminaríamos por una ruta de montaña con un nivel acumulado de unos 400 metros. La Laguna Negra es un paraje privilegiado situado en la Sierra de los Picos de Urbión, cerca de las localidades de Vinuesa y Covaleda. Se encuentra a unos 1800 metros de altitud y a unos 50 kilómetros de Soria. Aunque existe un aparcamiento casi en la misma orilla de la laguna, es aconsejable dejar el coche en otro que hay más abajo; total, es cuestión de caminar unos quinientos metros más ―o quizá menos―. De allí parte la llamada Senda del Bosque, que avanza en paralelo con la carretera y que nos llevará hasta la orilla misma de la laguna. Viéndola, cuesta no recordar los versos de Machado: «… la Laguna Negra, / agua transparente y muda / que enorme muro de piedra, / donde los buitres anidan / y el eco duerme, rodea; / agua clara donde beben / las águilas de la sierra, / donde el jabalí del monte / y el ciervo y el corzo abrevan; / agua pura y silenciosa / que copia cosas eternas…»
La llegada a la Laguna Negra nos tenía reservada una sorpresa inesperada, un acusado frío, pese a ser mediados de julio. Uno de los guardas que había por allí ―ellos llevaban sus buenos chalecos de lana― comentó compadecido: «Mal abrigados vienen ustedes con el día que hace». Pero hacía sol. Los chalecos reflectantes que cogimos del coche se mostraron claramente insuficientes. No obstante, no pudimos resistirnos la fascinación que provoca la contemplación de la Laguna. De origen glaciar, una pasarela de madera permite recorrerla en todo su perímetro casi desde el mismo nivel del agua. El entorno lo forman paredes donde crecen pinos, abedules, hayas y robles, sobre todo. Pero su naturaleza abrupta sobrecoge. La descripción que hace Machado no es exagerada.
La pasarela nos conduce hasta la Senda del Portillo, que es el tramo más difícil por su desnivel y por la aspereza del suelo, con muchas rocas sueltas. En la subida es conveniente ir con calma y hacer frecuentes paradas. No solo para tomar un descanso y recuperar el resuello. Más que nada, para disfrutar de las vistas de la Laguna desde la altura. Este ascenso ayudó a que olvidásemos algo el frío reinante. Acostumbrados al clima sureño, no imaginábamos que hubiese que soportar esa temperatura un soleado día julio.
Cuando se llega arriba, el camino cambia de una forma radical. La pendiente se suaviza y el sendero discurre en un leve desnivel. También desaparecen los árboles que nos han venido acompañando durante el ascenso. Lo que tenemos delante es una pradera de montaña amplia y acogedora. En varios lugares vemos pastar ganado que anda suelto. Las rocas que observamos ahora presentan formas a veces caprichosas que demuestran cómo las ha ido erosionando el hielo invernal. Aplacada la pendiente que traíamos desde la Laguna, volvemos a sentir los efectos del frío.
A partir de la Laguna Larga, llegados a los 2000 metros de altitud, la pradera desaparece y el camino se hace más difícil. El hielo invernal no solo erosiona y redondea las rocas, sino que el agua que se introduce entre sus fisuras acaba por fragmentarlas. El tramo final presenta algunos repechos hasta conducir al Pico Urbión, de unos 2300 metros de altitud. Pero en este punto, poco después de la Laguna Larga, el frío nos aconsejó desistir. Para llegar al Pico Urbión nos faltaría poco menos de dos kilómetros. Pero no siempre se consigue la meta propuesta.
