En mi casa, sin mi

Buena jugada, si señor. Casi como las de la selección en la Eurocopa. Montar una fiesta, y por todo lo alto, sin contar con el dueño de la casa. Es lo que hemos visto al hilo de la procesión extraordinaria de diciembre, con motivo de la clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. Arzobispado y Consejo han pensado hasta el último detalle, eso sí, sin hablar con el Ayuntamiento, responsable de la vía pública y de todos los servicios, ni con sus técnicos, que serán, digo yo, los asesores adecuados en cuestiones de movilidad y seguridad. Y, claro, cuando ya estaba todo organizado, viene el Ayuntamiento poniendo problemas. Todo un aguafiestas.
A la vista de los informes de los técnicos municipales, parece que, por fin, alguien pone un poco de cordura en todo esto.
En los años 20, las hermandades salían en su día y, si llovía, pues se salía al día siguiente -preciosa estampa la de la Esperanza de Triana por Sierpes en la tarde del Viernes Santo- y no pasaba nada. La logística lo permitía. En los años 50, por la incorporación de nuevas hermandades a la nómina de la Semana Santa, se tuvo que crear el Consejo de Cofradías, como hoy lo conocemos. Y en los 80 tuvo su primer presidente seglar. Los tiempos van reclamando cambios y actualizaciones. Lo que era normal en los años 20, los 50 o en los 90, es inviable en nuestros días. La movilidad de entonces no es la de ahora y la seguridad, por tanto, tampoco. Y la realidad exige adaptación. No se puede ir por libre. En este caso, ni la fecha, ni el formato, ni el itinerario, nada parece concebido desde el sentido común ni desde la medida de la que siempre ha hecho gala la ciudad.
No es razonable que un acto de esa magnitud se haga sin el acuerdo y consenso previo de todas las partes implicadas y, más aún, en unos días en los que la ciudad ya está colapsada. Nadie duda de la importancia de la evangelización, aunque hayamos pervertido el término, ni de mostrar a todos la riqueza devocional y artística de nuestra ciudad, pero da la impresión de que, con estos eventos, se buscan más aspiraciones personales que razones de apostolado.
Esto ya no tiene vuelta atrás y la ciudad debe estar a la altura. Busquemos la forma. Empecemos por invitar a la fiesta al dueño de la casa, que además es el que paga.
