En el centenario de Cervantes

Como el lector sabe sobradamente, este año, 2015, se cumple el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de El Quijote, y el año que viene se cumplirá el cuarto centenario de la muerte de su autor, don Miguel de Cervantes. Por todo el país, pero sobre todo en los lugares más relacionados con la memoria de Cervantes, se están empezando a movilizar grupos de personas dispuestas a que esta fechas no pasen desapercibidas para el común de las personas, las cuales suelen llevar una vida muy alejada de la cultura, pues dedican su tiempo libre a dejar que la televisión les manipule la mente, a navegar por internet sin criterio alguno y a compartir banalidades en las redes sociales, en vez de fortalecerla y hacerla más crítica e independiente leyendo libros. Cuando veo a alguien sentado en el banco de un parque, o en cualquier sitio, leyendo un libro —me da igual que sea un libro en papel o electrónico, lo importante es que se lea—, me dan ganas de darle un abrazo y de pararme a hablar con él, o con ella, y preguntarle cómo ha podido llegar a eso, cómo ha sido capaz de ser una persona independiente y libre. Por supuesto, no lo hago por razones obvias (para no interrumpirle la lectura). Estoy casi seguro de que si le preguntase y quisiera responderme con sinceridad, me hablaría de los adultos lectores de su infancia, de aquellas personas mayores que, sólo con un comportamiento ejemplar, lo aficionaron a la lectura, pues ya sabemos que los niños toman como modelos, en todo —para bien o para mal—, a los adultos que los rodean. En algunos lugares, como Madrid, se han servido de la excusa de estos centenarios cervantinos, por ejemplo, para conseguir vencer la resistencia de unas monjitas a que extraños rompieran la preciosa tranquilidad en la que viven y les dejaran excavar en su convento y, de esa forma, conseguir determinar si los restos de Cervantes se encuentran realmente entre sus muros; y lo han conseguido. Muy cerca de Osuna, en la Puebla de Cazalla, don José Cabello Núñez, un investigador paciente y tenaz, como son los investigadores, ha conseguido sacar a la luz documentos que demuestran el paso de Cervantes tanto por su localidad como por otros pueblos de los alrededores, Osuna incluida.

Si fuéramos capaces de retroceder en el tiempo exactamente un siglo, nos encontraríamos a un ursaonense, don Francisco Rodríguez Marín, presidiendo en Madrid, y a nivel nacional, el Comité ejecutivo del III centenario de la muerte de Cervantes, comité que llevó a cabo distintas acciones para reactivar la memoria de la obra cervantina, algunas de ellas tan notables como la edición por parte de don Francisco de una nueva edición crítica de El Quijote y la construcción en la Plaza de España de Madrid del Monumento a Cervantes, obra de la que se ocupó un comité que también presidió nuestro paisano. Dicho monumento, en cuya elaboración colaboró de manera destacada el insigne escultor marchenero Lorenzo Coullaut Valera, fue realizado gracias a aportaciones de ciudadanos de todos los países de habla castellana. Se inauguró en 1929, y desde entonces preside una de las plazas más importantes de la ciudad del oso y el madroño.

Cuando paso a pie por la Carrera, la arteria principal de nuestra ciudad —que también tiene osos y madroños—, y voy sin prisas, al llegar a la Plaza de Santo Domingo me gusta pararme a contemplar el busto de bronce de don Francisco Rodríguez Marín, realizado por otro insigne escultor, el cacereño Enrique Pérez Comendador. Me paro a contemplar la escultura, su ancha frente, la nariz, poderosa y aguileña, sus manos, fuertes y delicadas a un tiempo, y, mentalmente, le doy las gracias a don Francisco por haber sido como fue y quien fue, por haber sido capaz de llegar, gracias a su tenacidad y a su talento, a lo más alto de lo que podía llegar una persona de letras en la España que le tocó vivir, por haber escrito más de ciento cincuenta libros, por haber sido cervantista, folklorista, lexicólogo y poeta, amigo íntimo del padre de Antonio Machado, por haber recogido y publicado varias decenas de miles de cantos populares, por haber dirigido la Real Academia de la Lengua y la Biblioteca Nacional, y, sobre todo, le doy gracias por haber sembrado en el alma de todos los ursaonenses el amor y el respeto por la Literatura y la Cultura en general. Por eso, porque sé que todos sabemos que este señor fue tan importante, me extraña que aún sigan en tan penoso estado el pedestal en el que se levanta el busto y la lápida que lo acompaña e ilustra, o debería ilustrar, porque hasta la fecha continúa ilegible. Mi pregunta, a donde quería llegar, es si no se podría hacer una cuestación popular —lo que hoy día se denomina crowdfunding o micromecenazgo—, algo similar a lo que se hizo para levantar el Monumento a Cervantes en Madrid, para poder reparar el Monumento de Rodríguez Marín. Ya que los gestores de la cosa pública no hacen nada por repararlo, por adecentarlo, por hacerlo más presentable al menos para la conmemoración del IV centenario de la muerte de don Miguel de Cervantes y Saavedra, que seamos los ciudadanos los que, aprovechando esta importante efeméride, reunamos el dinero necesario, y que eso sirva para ludibrio, escarnio, desdoro y vilipendio de los responsables de su mantenimiento. Cervantes y Rodríguez Marín, su mayor estudioso, lo merecen.

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