
(Nota. El problema que se denuncia en este escrito y en el vídeo que se adjunta, fue formulado hace varios años y aparcado. No obstante, aunque está casi superado, lo retomo porque aún gotea)
La anacoresis es un fenómeno que se da en muy pocas personas. Por el contrario es la sociabilidad la que impera. Con permiso de los anacoretas, la soledad es un estado en el que germinan y crecen, entre otros sentimientos, el temor, la ansiedad y la melancolía. De ahí que el hombre haya mostrado desde su origen su natural tendencia a vivir en compañía de sus semejantes,
Durante el largo periodo del desarrollo de la filogénesis, la relación entre humanos ha evolucionado pesada y paulatinamente, encontrando, quizá, su causa primera en la consanguinidad. Después vendría todo lo demás: la ampliación de la relación con otros grupos hasta la oficialización de las sociedades orgánicas.
El hombre, además de la de sus semejantes, busca alianza con seres de otras especies. Animales que son adoptados como mascotas y que van desde los más pintoresco y vistosos volátiles hasta viscosos reptiles. Sin embargo, el preferido mayoritariamente es el perro, destinado a ser «el mejor amigo del hombre» por su nobleza y fidelidad. Siendo así, es comprensible que muchas personas se doten de este animal como mascota.
Desde su entrada en el hogar, el perro es dotado de un hábitat adecuado a sus exigencias vitales y atendido en todas sus necesidades. Es alimentado, acariciado, lavado, peinado, paseado, mimado, cuidado en su salud con visitas al veterinario… Vanos, que es el Rey de la casa. Pero qué digo, el Emperador.
Entre sus necesidades figura el esparcimiento, y el poseedor de un perro está obligado a sacarlo a pasear a la calle, si se vive, como es el caso más frecuente, en la ciudad.
El animal, bien por instinto bien por instrucción de su dueño, cumple con la diligencia escatológica diaria durante el paseo, excretando las «emes» (En adelante prescindiré de las comillas) en el lugar donde se encuentre que, generalmente, es la acera, vía de paso del bienandante, lo que genera molestia y la consiguiente repulsa en el conjunto de la población.
La solución a este problema se ha pretendido encontrar en la concienciación del vecindario de que esas emes no deben permanecer donde se depositaron, de manera que son los dueños de perros quienes se imponen la norma, por higiene, conciencia, respeto y civismo, de recoger los excrementos de sus mascotas. Pero ésta norma, aunque es, por lo general, bastante practicada, tiene sus excepciones que, desgraciadamente, no son pocas.
La apelaciones de la sociedad a los dueños de mascotas no ha tenido del todo el resultado deseado, como puede comprobarse. Siempre se olvida algo y, en este caso, no se ha pensado en la existencia de personas irresponsables que desafían y deprecian las normas, mancillando la recta conducta ciudadana.
En el vídeo que adjunto a este texto, se abren imágenes que justifican que el bienandante muestre su enfado y animosidad contra la minoría responsable del abandono de esas emes en la calle.
En consecuencia, además de la educación y llamamiento al cumplimiento de las normas dictadas, son necesarias medidas sancionadoras que disuadan de esa execrable práctica. Sólo falta voluntad, coraje y decisión de aplicarlas, porque «haberlas, haylas».
Antonio Palop Serrano
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Amante de las letras, la enseñanza, la tecnología y, sobre todo, de Osuna.
Nacido en 1929 en El Saucejo (Sevilla) es el columnista con más experiencia vital que posee El Pespunte. Ha dedicado su vida a la enseñanza de EGB en distintas localidades andaluzas y su pasión por la informática le llevó a aprender a editar vídeo y audio y, por devoción, a no alejarse de Osuna.