Elija tres libros

Me he planteado algunas veces, así en plan juego, qué tres libros me llevaría a una isla desierta si, por la causa que fuese, tuviese que estar en ella mucho tiempo, incluso indefinidamente, y allí no hubiese bibliotecas ni librerías ni posibilidad de comprar libros por internet. ¿No se lo han planteado nunca? Especialmente, esas personas a las que les gusta leer y leen más o menos habitualmente, ¿no se lo han planteado? Personalmente me resultaría interesante una encuesta o estadística sobre esta cuestión.

Tengo claro que, yo, me llevaría el Diccionario de la Real Academia de la Lengua –la última edición-. Un diccionario, en principio, es un aburrimiento, mucho más si no es enciclopédico, es decir, si no tiene nombres propios (personajes, acontecimientos, lugares…). Pero, ¿cuántas palabras tiene dicho diccionario? Más de 93.000. ¿Y cuántas conocemos y usamos? Pues ahí están todas, las que conocemos y las que no conocemos. Y nos llevaremos sorpresas con el significado no de algunas, sino de muchas.

Y me llevaría también otro diccionario: el Diccionario de la Mitología Mundial, que recoge las mitologías griega, romana, árabe, ibérica, mesopotámica, inca, maya, azteca, africana, japonesa, china, celta… entre otras. En la mitología –y me centro en las griega y romana, las más conocidas- están todos los dramas, los melodramas y las tragedias posibles. Una orgía de violencia, un culebrón: raptos, violaciones, incestos, envenenamientos, asesinatos, traiciones…

Orestes, por ejemplo. Hijo de Agamenón y de Clitemnestra. Mató a su madre, para vengar la muerte de su padre, hecho asesinar por su madre, la cual lo engañaba con Egisto, quien también participó en la muerte del padre. Orestes, para redondear la faena y llevarse las diez de últimas, mató también a Egisto.

Veamos el caso del famoso Edipo. Siendo ya mayor, en un viaje se encontró con su padre, sin saber que lo era, y en una riña lo mató. En Tebas dilucidó el enigma de la Esfinge, con lo cual ganó la mano de Yocasta, que era el premio ofrecido. De esta manera se casó con su propia madre, también sin saber que lo era. Ya lo había predicho el oráculo. “¡Te lo dije!”

Veamos el caso de Cronos. Como no quería más herederos que él que le pudiesen sustituir en el gobierno del mundo, castró a su padre, Urano, con una hoz y, además, devoraba a sus hijos a medida que iban naciendo. (Y tuvo amores con Filia, a la que poseyó transformado en caballo, de cuyos amores nació el centauro Quirón, mitad hombre, mitad caballo.)

Cronos ha sido considerado como dios del tiempo, y lo cierto es que tiene una magnífica -por adecuada- metáfora, pues aunque nosotros los mortales solamos decir que el tiempo pasa, en realidad él no pasa, pasamos nosotros, esto es, que es totalmente cierto que el tiempo devora a sus hijos, nos devora a todos.

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Lo más curioso de la mitología es que, todas las barbaridades que se cuentan en ella, se dedicaron luego los mortales a ponerlas en práctica. Pero ponerlas en práctica en plan bestia, lo que se dice en plan burro, los que se dedicaron a ponerlas en práctica fueron los emperadores romanos, sus mujeres, sus hijos, sus madres, sus hermanos, sus amigos y enemigos. A esos sí que los hicieron sus dioses a su imagen y semejanza. ¡La que había liada en el Olimpo y la que había liada más abajo, en la Tierra!

Así que ya saben, entreténganse un rato y elijan qué tres libros se llevarían a una isla desierta, a un largo viaje espacial, al cumplimiento de una larga condena en la cárcel, a un largo periodo de aislamiento por una enfermedad o una pandemia… Tal vez, los únicos de que podría disponer el resto de su vida. ¿El Quijote?, ¿En busca del tiempo perdido?, ¿La Biblia?, ¿Las mil y una noches?, ¿El señor de los anillos?, ¿Lo que el viento se llevó?, ¿Harry Potter?, ¿Crimen y castigo?, ¿Historia de España?…

Antonio G. Ojeda

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