El Santísimo Cristo de la Vera Cruz muestra en su triduo una imagen insólita, recreando el cartel de la Semana Santa de Osuna 2020

  • La Hermandad de la Vera-Cruz ha publicado estas reseñas sobre el Cartel de la Semana Santa, obra de Jesús Zurita

LA CALAVERA.

El “lugar de la calavera” o “monte de la calavera”, en referencia al monte Calvario, del latín Calvae o Calvariae Locus, y al Gólgota, transliteración del arameo Golgotha, fue el nombre que se dió a la pequeña colina situada a las afueras de Jerusalén en la que fue crucificado Jesús. Su denominación tenía un origen confuso ya que hubo quienes lo atribuían al carácter escabroso del lugar y los que lo hacían derivar de la forma de calavera que tenía un saliente rocoso existente en una de sus laderas. Según una antigua tradición judeocristiana fue precisamente al este del Calvario, bajo el lugar donde más tarde moriría Cristo, donde estaba la gruta de los tesoros en la que fueron enterrados los restos mortales de Adán. De manera que allí donde yacía el primer hombre, por el que vino el pecado al mundo, se izó la cruz redentora en la que el Hijo de Dios murió inmolado para redimir a la humanidad. San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios (15: 22) ya infirió que “del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos resucitarán en Cristo”.

Esta rica tradición simbólica hizo que la representación de Cristo crucificado con la calavera a los pies de la cruz se prodigara en pinturas y esculturas desde la Edad Media. Su presencia aludía al “monte de la calavera” pero también al cráneo del padre del género humano, en referencia directa al paralelismo existente entre el “viejo” y el “nuevo Adán”. En el fondo venía a simbolizar el triunfo de la cruz sobre la muerte, en clara alusión a la Resurrección de Cristo y a su acción redentora. En los simulacros procesionales también se hizo frecuente, como en el paso neogótico que hiciera Hipólito Rossi entre 1894 y 1895 para del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz. El detalle truculento de la escabrosa e inquietante calavera, metáfora lúgubre y estremecedora de la vacua temporalidad de la vida sobre las que triunfa la Verdadera Cruz, aparece también de manera paradigmática  en el cartel realizado por Jesús Zurita.

EL ARBOL DE LA VIDA.

Sobre la calavera de Adán se yergue la cruz redentora, en la que se encuentra clavado el Señor de la Vera-Cruz. Su ejecución se inspira en una excepcional presea que se conserva en la colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, la cruz alzada del platero vallisoletano Pedro de Ribadeo. Se trata de una obra tardogótica realizada en plata, oro y gemas cuya ejecución se sitúa en el primer cuarto del siglo XVI. En esta representación la cruz se transforma en el árbol de la vida, en el árbol de la Verdadera Cruz.

EL FIRMAMENTO Y AMÉRICA.

Quiere una hermosa tradición que el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz fuera tallado en madera de ácana, incorruptible, que para ello fue traída desde América. En este caso son dos ángeles los que custodian a la imagen a través de un firmamento salpicado de estrellas. La condición marina de los corales resulta evocadora de su origen, allende los mares, y del periplo transoceánico, que recrea la leyenda.

EL CARDO Y LA ROSA.

Uno de los ángeles que custodia al Santísimo Cristo de la Vera-Cruz porta en su mano izquierda un cardo, imagen arquetípica y simbólica que nos recuerda que por el pecado de Adán el suelo sería maldito y produciría espinas y abrojos (Génesis 3:18), y nos remite a la profecía de Isaías (7: 23-25), que vaticinaba que la zarza se extendería por la tierra donde antes hubo mil cepas. El otro ángel ase con su mano derecha una rosa entreabierta, como la que se yergue enhiesta a los pies del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz cada Martes Santo, con la que se alude al carácter salvífico de la sangre redentora.

LOS CORALES.

Desde muy antiguo se creyó que el coral tenía poderes para la sanación. Por sus virtudes para restañar la sangre al favorecer su coagulación se le atribuían virtudes medicinales. Además se creía que resultaban propicios para evitar los sueños fantásticos y repeler los rayos, los torbellinos o las tempestades. A ellos se recurría también para prevenir los malos espíritus. Por su color rojo brillante tradicionalmente se vincularon con la sangre y la vida.

Todas estas propiedades apotropaicas, creencias paganas y costumbres precristianas fueron recogidas por la Iglesia durante la Edad Media, cuando se representó a la Virgen y el Niño Jesús con ramas, collares o rosarios de coral rojo. A partir del siglo XVI la Iglesia sacralizó su uso y difundió su identificación con la sangre de Cristo vertida en la Pasión. La propia forma ramificada del coral lo equiparaba a un racimo de uvas, un símil perfecto que lo vinculaba con la sangre cristífera. A partir de entonces la ramita de coral se convertió en un símbolo eucarístico dentro de una inequívoca iconografía sobre la premonición de la Pasión, Muerte y Resurección de Cristo. En este caso es la sangre redentora que mana de las llagas de las manos del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz la que se transforma en corales. Los ángeles que lo custodian también portan una rama de la «preciosa sangre» del Redentor.

LAS PIEDRAS PRECIOSAS.

En la tradición judeocristiana con frecuencia se hizo referencia a las piedras preciosas como máxima expresión del esplendor celeste [(Ex 24:10), (Is 54:11-12), (Ez 1:26), (Ex 10:1) y (Ap 4:3)] y la belleza resplandeciente [(Lm 4:7) y (Cnt 5:14)]. Venían a simbolizar los dones eternos de la Salvación devenida por el sacrificio de Cristo. Su preciado valor y larvada simbología pronto trascendieron desde los textos a la escultura para insertarse en algunos de los atributos más preciados que se incorporaban a las imágenes sagradas, caso de las coronas y potencias, o en los cubreclavos, en los que vendrían a redundar en aquel sentido alegórico. También fueron representadas en la pintura. Precisamente, con aquel sentido debió interpretarlas el pintor Juan de Flandes cuando realizó el Calvario (1509-1519) que se conserva en el Museo del Prado, donde aparecen dispersas a los pies de la Cruz. Y así debió imaginarlo Jesús Zurita también, cuando las pintó brotando de las llagas del Señor de la Vera-Cruz.

OSUNA.

Para anunciar el nombre de nuestra villa ducal el artista utilizó una fantástica grafía histórica poblada de grutescos inspirados en las yeserías de la capilla del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo, panteón familiar de los duques de Osuna.

LA IMAGEN

Y para completar esta imponente representación artística, prolija en recursos y detalles contextuales, en la que se amalgaman distintos elementos alegóricos que contribuyen a la creación de un poliédrico universo iconográfico cargado de simbolismos, la obra adquiere su definitiva dimensión de recursos y emociones con la Majestad del Dios en la Cruz áurea. Con ello Jesús Zurita plasmó a la perfección esta alegoría cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección en torno al Santísimo Cristo de la Vera-Cruz.

No cabe más que añadir, tan solo recordar las palabras expresadas por el artista en la presentación del cartel: «La belleza es una suerte de forma de encarnar a Dios en el mundo, un signo de que la encarnación de las cosas divinas es posible, un casi tocar las cosas divinas con los dedos de los sentidos cuando la emoción hace que el alma lata, vibre; la belleza no está muerta, ni lo estará nunca porque se mueve por el terreno infinito de lo clásico, de lo extraído de todo tiempo».

Pedro Jaime Moreno de Soto

Comenta con Facebook

Noticias Relacionadas