Reflexión de la bendición del Papa Francisco, por D. Raúl Moreno

Esta bendición «Urbi et Orbi» y la exposición del Santísimo fue realizada en el día de ayer

­Mc 4, 35-40

Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla.» Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? Se quedaron espantados, y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

REFLEXIÓN:

El Santo Padre empieza hablando del tiempo cronológico que es la tarde, lo que significa el declinar del día. Esto es muy importante puesto que manifiesta la caída de algo, lo tenebroso, algo que no gusta, puesto que para el ser humano que es hijo de la luz la oscuridad y todo lo que conlleva este aspecto temporal manifiesta un tiempo que viene de parte del mal. Por lo tanto, que el evangelista ponga este aspecto es un preludio de lo que va a acontecer; algo escabroso y malicioso va a suceder. Por ello, el Santo Padre lo recalca para hacer más notorio que es un tiempo difícil en el que estamos y sobre todo, el que nos vamos a encontrar a todos los niveles. Pero también nos señala que es un momento favorable para la oración: nos insta de nuevo a que todos recemos juntos, como se encontraban en aquel instante del evangelio.

Habla Francisco del momento en que los discípulos se ponen nerviosos y le increpan a Jesús: “¿no te importa que nos perdamos?”, y nos dice que la tempestad desenmascara nuestra debilidad, nuestros miedos, pone al descubierto todo lo que es y ha sido nuestras seguridades, olvidando que para nosotros la verdad de lo que somos es la ayuda al prójimo, como se esta viendo a lo largo y ancho de todo el orbe.

Es el Señor el que ha manifestado a toda la humanidad su objetivo último, la salvación de todo; la regeneración de todo lo creado, de ahí que nos inste en estos momentos a darnos cuenta que los que nos hemos perdido en este proyecto hemos sido nosotros, dejando de lado el grito del pobre que clama el abuso de un mundo obsceno y negativo que se aprovecha de todo lo débil.

En la cuaresma, el Señor nos habla de la conversión desde la fe, por ello es necesario que se tenga fe. No es tiempo de emitir juicios, ni de vivir de nuevo diciéndole a Dios que no es él el que está a la altura, pienso, sino, como dice el Papa, es tiempo de “REIMPOSTARE”, de ajustarnos a lo que nos toca y de ponernos a servir a los demás. Es la vida del Espíritu Santo que vive en nosotros la que nos ayuda a salir de la vida de cada uno para proyectarnos en las necesidades de los demás. De ahí que todos los técnicos y personas que se dedican al cuidado de los otros estén dando su vida: son los Santos de la puerta de al lado, como decía el Santo Padre en una entrevista.

Un tiempo a ser una sola cosa; a intentar ser un solo hecho: la realidad de un cuerpo que trabaja por hacer el bien en este mundo. De todo esto, dice el Papa, que la oración nos ayuda. Nos invita a meter, para ello a Jesús en nosotros; en nuestras cosas de cada día, porque lo que quizás haya fallado sea el dejarnos llevar por el mundo y sacar con ello a Jesús de nuestras vidas. Nos invita Francisco a “meter a Jesús dentro de nuestros miedos porque con Él dentro no se va al naufragio”. Porque con Dios la vida no muere nunca. Esta es la invitación del Señor, a que seamos solidarios sobre todo en estos momentos en que parece que se va al naufragio. Y no es así, ya que tenemos como guía a Dios, como timón la cruz, y como viento toda la fuerza de la santísima trinidad que descansa porque no va con ella tener miedo, al contrario, muestra la fuerza a pesar de nuestros agobios y dejadeces.

Abrazar su cruz es abrazar todas las contrariedades del mundo para potenciar el valor del hombre que es capaz de amar, dando hospitalidad, fraternidad y solidaridad. Abrazar al Señor es alcanzar la esperanza de que con él todo se puede. Por eso, ¿por qué tenemos miedo y no tenemos fe?

Acabo esta reflexión con las palabras del mismísimo Santo Padre:

«Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza. “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: “No tengáis miedo” (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).»

Mucho ánimo, hermanos y hagamos de este tiempo un momento bueno y propicio para crecer en ser Santos con el Altísimo.

Un abrazo

D. Raúl, vuestro párroco que reza por vosotros.

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