A puertas de la Semana Santa

En unos días comenzaremos la cuaresma, con el pistoletazo de salida del miércoles de ceniza. La ceniza era una forma de mostrar penitencia o luto de forma pública en el antiguo mundo judío. Nosotros herederos de muchas de sus prácticas y símbolos, utilizamos también la ceniza como elemento visible de la constricción de nuestros pecados con nuestro propósito de enmienda. Es este el objetivo de la cuaresma, que junto con la conversión los cristianos ponemos en práctica todas aquellas acciones que sirven para mortificar nuestros deseos y nuestro cuerpo. Es un tiempo de recapacitar, de pensar sobre aquello que hacemos mal, de dolernos por todo a lo que no damos una solución desde el amor al prójimo, de lo que dejamos de hacer y que sabemos que podría servir para ser mejores personas. En definitiva, es ser buen cristiano y no un cristiano de boquilla. La ceniza tiene también un significado de brevedad de la vida, muchas veces sentimos como la vida se nos escapa de las manos y no podemos detener ese flujo para poder saborearlo un poco más. Pero la vida corre y corre sin esperar a que te recuperes de los golpes que recibimos, pero a ella le da igual si un día tenemos ganas tan solo de estar entre el calor de nuestras sabanas, ella es imparable.

La pérdida de conciencia ante el hecho del pecado en la actualidad, dificulta la respuesta del hombre en el dialogo con los que los rodean. La pérdida del sentido de pecado se relaciona con una serie de causas, que se pueden dividir en dos principalmente: la primera causa es la autonomía moderna del hombre. Destacando el espíritu laico, en las progresivas autonomías del Estado, la sociedad y los individuos hacia la iglesia. Está situación es un rechazo a Dios que molesta al hombre. El hombre sólo tiene que ocupar el lugar de Dios, sintiéndose autónomo frente a su destino. En estas circunstancias hablar a este hombre de un pecado que rompe la amistad con un Dios muerto o mítico carece de sentido. La segunda causa es el ateísmo como expresión de autonomía del hombre moderno. En esta causa, el ateísmo se presenta ignorando al pecado y acusa a la religión como ideología que ayuda a mantener la injusticia. También el ateísmo existencialista, elimina la noción de pecado. Este ateísmo sobrevalora la libertad considerándola como algo absoluto. El único mal que conoce este ateísmo es el rechazo de existir en plenitud a través de opciones libres. Manifestando un efecto liberador del sentimiento de culpabilidad de la conciencia del hombre.

El pecado que engendra el mal nos conduce a un mundo deshumanizado, donde todo da igual y nada tiene valor. El ser humano se pone en venta, su dignidad, honor, lealtad, honradez…todo lo que lo hace persona se ha consumido en experiencias placenteras y pasajeras que lo dejan más vacío que antes de realizarlas. Es sin embargo, este horror al vacío el que le mueve a
llenar su vida de cosas y acciones. En nuestra actual situación mundial lo infame y obsceno, muestra una realidad a la que cada vez estamos más acostumbrados porque Dios no tiene cabida en nuestra sociedad, ni tampoco en nuestras vidas.

«Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros los hemos matado.
¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y él más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿Quién limpiara esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, que juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?»(F. Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125). Tras la muerte de Dios por el hombre, este se siente más libre, puede elegir y también puede elegirse equivocadamente, crea su propio destino. Además de su pecado, también quiere quedar excluido de toda culpa o remordimiento, intentando justificarse y culpar a otros. La mujer que me diste por compañera…la serpiente…los otros, porque el infierno son los otros, incluso Dios es el culpable después de haberlo matado.

Está sería una triste realidad, la humanidad abdicaría de su esperanza si todo quedase así, si verdaderamente Dios hubiese muerto y nosotros nos bastáramos. Pero el hombre tiene en sí la atención de Dios, que contando con sus infidelidades vuelve a atraerlo hacia él. Lo vuelve a enamorar, le habla al corazón, convirtiendo esa dura piedra en carne, para que al final el caos se vuelva orden. Y finalmente: los haré volver, serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Les daré un solo corazón y una conducta cabal, pactaré con ellos una alianza eterna, de ese modo no se apartarán de mi lado, dice el Señor (Jr. 32, 37-
40).

Les deseo una santa y regeneradora Cuaresma.

José Luis López Reyes, Pbro.

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